La mochila con la que los europeos vamos a iniciar travesía por el desierto de esta nueva crisis va sumando peso. Las dos últimas piedras que nos echan a la espalda son los consejos de nuestra abuela europea para que ahorremos energía y el golpe del Banco Central Europeo a esos tipos, los de interés, que son los que mandan sobre nuestras hipotecas. Y recordad, europeos, que Putin tiene la culpa de todo esto. También de que ya nadie le llame Vladimir. Ya sólo es Putin. Simplificado y simple a la vez.
Mientras avanzamos por ese territorio inhóspito y a los europeos nos van metiendo en la cabeza y en la mochila los costes de la guerra, los "actores" no europeos siguen moviendo sus intereses entre bambalinas. Por ejemplo, la rivalidad geopolítica chino-estadounidense por el liderazgo tecnológico mundial se está volviendo más amarga. Y ese antagonismo va socavando el árido suelo, con pocos esfuerzos visibles para evitarlo.
Por ejemplo. El Congreso y el Senado de los EEUU llevan ya dos años a la greña tratando de hacer confluir dos proyectos de ley que, aunque plantean caminos distintos, tratan de recuperar el liderazgo de la innovación tecnológica frente a China e impulsar el desarrollo industrial norteamericano. Cuando se apruebe, acabarán soltando un manguerazo de 52.000 millones de dólares en cinco años para I+D en campos como los semiconductores, la inteligencia artificial, la robótica, la computación cuántica y otras tecnologías punta.
También tiene un apartado especial la nanotecnología, ese "mundo de lo diminuto" de lo que tanto hablamos en este NANOclub. Lo llaman "fondo de emergencia" porque para los EEUU ésta es su "emergencia" real y requiere armamento sofistificado, pero también la aplicación de recetas similares a las empleadas por China. Este es el gran dilema y la paradoja a la que se asoman, copiar recetas chinas para batirles. Principalmente la del subsidio a determinadas áreas estratégicas, que incluyen las baterías de gran capacidad, los minerales raros, los nuevos materiales avanzados y determinados principios activos farmacéuticos.
El surgimiento de China como un competidor próspero en la investigación aplicada ha forzado a EEUU a repensar el enfoque histórico de la NSF (National Science Foundation, su principal actor estratégico) en el avance de la ciencia fundamental. La presión llega para que los investigadores se orienten más a sus aplicaciones y a la tecnología. Se trata de uno de los debates universales sobre el uso que deben dar los investigadores al dinero público y la "utilidad" de la investigación básica. No hay centro de investigación o universidad de España y Europa que escape a esta discusión.
Durante largo tiempo la NSF se ha mostrado reacia a desviarse de su misión principal y los proyectos de ley de la Cámara de Representantes y el Senado de EEUU reflejan esta tensión. La NSF no se opone a avanzar en la investigación aplicada y en la comercialización de su trabajo. Pero sí a perder el poder de decisión sobre el destino y fiscalización del presupuesto para la Ciencia, de manera que la prioridad número uno sea el desarrollo tecnológico de EEUU.
Las instituciones estadounidenses lideran el mundo de la investigación científica básica, una competencia clave para que un país pueda innovar a escala. Pero la gran preocupación de la Administración Biden es cómo los ingenieros y empresarios pueden determinar los casos prácticos de uso de los descubrimientos científicos y convertirlos en tecnología y productos.
En los últimos tiempos, EEUU ha luchado por mantener estas competencias, sobre todo a medida que la globalización trasladó la fabricación al extranjero y fue vaciando su experiencia técnica. Una de las mayores fortalezas innovadoras chinas ha sido la comercialización de descubrimientos científicos. Y para competir en este campo, EEUU debe resolver el atasco que tiene en la tubería desde la ciencia básica hasta los usos del mundo real.
Desde Europa hay quien ve esta batalla de otra manera. Para mantener la paz (mundial) y abordar los desafíos colectivos (de la humanidad), EEUU y China necesitan encontrar áreas donde buscar la cooperación y revertir la podredumbre de su relación. Paradójicamente, la ciencia y la tecnología, particularmente en lo que se refiere al cambio climático, ofrecen las mejores perspectivas para una cooperación renovada si se baja la temperatura de la retórica.
Del lado estadounidense, muchos creen que una hipotética desvinculación económica de China como consecuencia de la guerra paralizaría su capacidad para superar a los EEUU como la economía líder. El dinamismo que ha exhibido China durante las últimas cuatro décadas, sin asomo de la contienda bélica, sugiere lo contrario.
No hace mucho tiempo se consideraba que China estaba irremediablemente atrasada e incapaz de innovar. La revista Time llegó a decir en su número especial 'Más allá de 2000' que China no podría convertirse en un gigante industrial en el siglo XXI "porque su población es demasiado grande y su producto interno bruto demasiado pequeño". No es así hoy.
Del lado chino, hay muchos que creen que el país ahora sí es capaz. Y que lo puede hacer solo. Piensan que ya han aprendido todo lo que necesitaban aprender y que las innovaciones locales, combinadas con la fortaleza de las estructuras de gobierno, serán suficientes para sostener una trayectoria ascendente.
Conocido es que durante décadas EEUU y la mayor parte del mundo alentaron el ascenso de China. Se consideraba algo pacífico y ampliamente beneficioso. Incluso se hablaba (y se habla) de la ciudad sureña de Shenzhen como el próximo Silicon Valley del mundo, algo que puede ser exagerado o no, pero lo que se olvida es que detrás hay una fortísima apuesta gubernamental con dinero público chino.
Un dato relevante es que la diáspora académica que padecían las universidades chinas está dándose la vuelta. Las universidades en el país asiático han subido en las clasificaciones mundiales y se están abriendo paso a codazos en los escalones más altos a basa de salarios y fondos para investigación muy competitivos.
Por supuesto, hay una diferencia entre lo que ha hecho China en las últimas décadas y lo que hizo EEUU en el siglo XIX. La antigua colonia británica no tenía acuerdos legales con el Reino Unido sobre propiedad intelectual. China, por el contrario, acordó cumplir con las reglas de propiedad intelectual de la Organización Mundial del Comercio. Occidente sostiene que China no las ha cumplido y se ha roto la confianza, algo que podría cambiar si China aceptara cumplir las reglas de la OMC y las normas globales establecidas. El gobierno chino tiene la capacidad de parar cualquier sombra de "robo" de tecnología.
La respuesta de EEUU al progreso tecnológico de China no puede ser el simple "bloqueo tecnológico". Ha pasado más de una década desde que EEUU prohibió a la NASA la colaboración con proyectos chinos. Sin embargo, los orientales han logrado importantes avances en investigación espacial y astronomía, incluido el lanzamiento de un vehículo lunar, un aterrizaje en Marte y la presentación del telescopio de radioastronomía más grande del mundo (FAST). Es decir, las sanciones estadounidenses han fortalecido la determinación de China de desarrollar su propia tecnología y las cifras están a su favor. También su larga historia de unidad y propósito nacional y cultural, una sólida ética de trabajo, numerosos graduados en STEM (ciencia, tecnología, ingeniería, matemáticas) y un plan de investigación floreciente.
Al margen de esta batalla, lo cierto es que los problemas más apremiantes del mundo son globales, no nacionales. Requieren competencia, pero también cooperación. Dos de los más obvios son el COVID-19 y el cambio climático. Ninguno de los problemas respeta las fronteras nacionales y ambos exigen el ingenio humano.
En el caso de la pandemia, científicos de todo el mundo cooperaron compartiendo información vital, desde la primera secuenciación genética del virus SARS-Cov-2 en China. Hasta datos sobre cómo el COVID-19 afecta a los humanos y responde a los tratamientos. La carrera por la vacuna no debe verse como una competencia nacional por la supremacía, sino como una búsqueda de conocimientos y soluciones. Lo mismo ocurre con el cambio climático, un problema que no puede ser abordado por ningún país o bloque.
El mundo entero debe cooperar, pero también habrá una competencia beneficiosa para desarrollar y ampliar las tecnologías verdes del futuro. En el caso de la relación chino-estadounidense, el desafío es que ambas partes eviten politizar el tema o vincular la cooperación a la disposición de otras disputas. Y cualquier cooperación de este tipo debería ser incondicional, algo que, con el sonido de las bombas de fondo, se antoja imposible. Mientras, cargamos la mochila e iniciamos el desierto de la nueva crisis.