Silicon Valley ha sido, durante décadas, símbolo de la era digital, del progreso tecnológico y de la vanguardia de la técnica que marcaría el siglo XXI. Sin embargo, cada vez más voces dan por amortizada esta región californiana, en un paso acelerado por la pandemia, la dispersión del talento por el trabajo remoto y los altos precios de la vivienda en la zona circundante a San Francisco.
¿Es posible hablar del fin de Silicon Valley? Sería una osadía y, además, es algo lejos de la realidad palpable en estos momentos: la mayoría de las grandes firmas tecnológicas siguen manteniendo sus cuarteles generales en el valle más famoso de la Tierra. Pero sí que se perciben tiempos de cambio, vientos que soplan hacia Texas, Austin, Seattle e incluso algunos polos aventajados de Europa.
En cualquier caso, los movimientos sísmicos que provocan las revoluciones tecnológicas suelen traer consigo desplazamientos de los centros de interés. Así ha sucedido a lo largo de la historia y lo que está por constatar es si la actual revolución de la inteligencia artificial -y la futura de la computación cuántica- puede provocar un nuevo cambio en las tornas que nos ocupan.
Permítanme un viaje al pasado para arrojar luz sobre este asunto. Entre 1880 y 1940, Estados Unidos fue protagonista del salto industrial (con permiso de sus 'hermanos' británicos). Un cambio de paradigma que supuso el paso de una economía eminentemente agrícola a otra basada en las grandes fábricas. Desde 1880 hasta antes de la II Guerra Mundial, el empleo agrícola cayó del 47% en 1880 al 15% del total de la población activa de EE. UU..
En ese mismo período, los grandes centros de interés pasaron de las antiguas colonias del sur, ingentes productores de bienes agrícolas, a grandes ciudades como Chicago o Nueva York. Y, según refleja una reciente investigación de Fabian Eckert, John Juneau y Michael Peters, también a las urbes regionales dentro de cada condado rural.
La causa de este último fenómeno fue el nacimiento de "ciudades fábrica", a escala regional, que incluso llegaban a alcanzar cuotas industriales mayores a las de Chicago o Nueva York, los grandes emblemas tradicionalmente instalados en el imaginario colectivo al hablar de esas épocas.
Y aunque estos mismos expertos reconocen que el paso a la era de los servicios favoreció más a las grandes ciudades establecidas (creando, dicho sea de paso, una enorme desigualdad espacial), cabe preguntarse si podría recrearse el fenómeno anterior en este nuevo salto tecnológico. En otras palabras, si la actual revolución en que estamos inmersos podría desembocar en la configuración de nuevas capitales de la innovación y, especialmente, en una multitud de pequeños polos con gran poder que complementen a las grandes urbes.
De producirse, España tendría una oportunidad extraordinaria para brillar. No en vano, somos el único gran país europeo con más de un gran 'hub' tecnológico (Madrid, Barcelona, Málaga, Bilbao, Valencia...) y, además, tenemos un largo trecho andado en esto de la descentralización. Una ocasión única, posibilitada gracias a la innovación, para revitalizar la 'España Vaciada' y resolver muchas de las problemáticas sociales y económicas que la concentración de población y recursos ha traído consigo en las últimas décadas.