Recuerdo un libro que tuvo mucho éxito a finales de los años 90. Su título no dejaba indiferente a nadie, incluso en una época en la que apenas existía internet y no estábamos todavía sometidos a la dictadura del clickbait. Se titulaba: ¿Quién se ha llevado mi queso? Su fama le antecedía: todo el que quería saber cómo funcionaba esta cosa complicada a la que llamamos vida, lo tenía que leer.
En el fondo, lo que podía leerse en sus páginas ya lo sabías de antemano, pero resultaba muy chic decir que lo habías leído y citar sus frases y aforismos pretenciosos en cualquier reunión de trabajo, personal o familiar. Aún no lo sabíamos, pero el monstruo de la autoayuda y la filosofía low cost estaba ya sembrando sus semillas entre nosotros.
El pasado martes 26 de septiembre fui invitado a moderar la mesa de debate “La contribución de los OTTs a la financiación de las infraestructuras de Telecomunicación europeas", de las Jornadas del Foro de Gobernanza de Internet (IGF), y la verdad he de decir que me acordé todo el rato del libro antes citado.
De hecho, estuve a punto de recomendarlo en alguna ocasión, pero como estaba moderando el debate no intervine para dar mi opinión. El asunto es que me quedé con las ganas de decir unas cuantas cosas. Al comienzo, hice un breve resumen sobre la misma mesa redonda que se había celebrado un año antes para señalar las distintas posiciones de partida tanto de los operadores de red como de las grandes plataformas de contenido. A saber:
Que hay un reconocimiento generalizado en cuanto a que existe un problema para mantener en el tiempo las inversiones en las infraestructuras de red a futuro, y, además, dichas necesidades no van a dejar de crecer con el paso del tiempo.
Que las operadoras de red consideran que el fuerte incremento de inversión pasado, presente y futuro, está directamente correlacionado con el gran aumento de tráfico debido principalmente a la propia actividad de las plataformas; que existe un mercado de doble cara y fallos de mercado, y, por tanto, debe haber una contribución justa por parte de las plataformas para llevar a cabo esas inversiones; y, finalmente, que debería arbitrarse por parte de la Comisión Europea y los países miembros un mecanismo reglamentado para que dicha contribución se produzca efectivamente.
Por su parte, las plataformas plantean que, siendo conscientes de la situación, hay que elevar el punto de vista y observar el conjunto del modelo de internet, pues esgrimen que hay una cierta relación de interdependencia entre los distintos actores, que los alimenta y nutre a la vez; que ellas también llevan a cabo inversiones en infraestructuras de red, muchas veces de la mano de los propios operadores (cables submarinos, data centers, etc.) y en la propia tecnología para que consuma menos tráfico; por todo ello, no están de acuerdo, con fijar dicha contribución y alertan, además, sobre posibles efectos negativos en términos de neutralidad en la red.
El debate transcurrió sin sorpresas ni novedades, más o menos repitiendo los mismos argumentos que se dieron en la edición del año pasado, de tal forma que en el fondo todo el mundo se mostraba expectante ante las conclusiones de la Consulta Pública que la Comisión Europea puso en marcha a principios de año para recabar información de todos los sectores, la cual finalizó el pasado mes de mayo y que, según las últimas informaciones, se van a hacer públicas en próximas fechas.
Debo expresar que este debate debería llamarse de otra forma, no estoy seguro si telcotax como se definía hace unos meses, o el ahora denominado fairshare, constituyen expresiones que reflejan adecuadamente a la realidad de lo que se pretende analizar. Y por eso me acordé tanto del mítico libro del queso, un manual de enseñanza (sic) ante el cambio continuo en el que están instaladas nuestras vidas.
En mi opinión, esto no va tanto sobre el reparto justo de gastos e inversiones en la infraestructura del sector, sino que es un debate sobre el reparto de los beneficios extraordinarios que produce el conjunto del ecosistema al que llamamos internet. Si lo llamásemos así, la cosa estaría más clara.
Para aclarar mis propias ideas al respecto, he escrito una especie de crónica alternativa de lo que escuchamos allí, y esta vez sí, intento pronunciarme sin tanto eufemismo acerca de algunas ideas que pudimos escuchar el pasado martes 26.
- Esto no es un fallo de mercado. Por favor, que dejen de utilizar las operadoras esta expresión no sea que algún teórico de la microeconomía se acabe levantando de la tumba. Un fallo de mercado acontece cuando un determinado mercado no asigna los recursos de manera eficiente, es decir, por alguna razón, no se alcanza el máximo bienestar social y el Estado debe intervenir para garantizar que tal cosa ocurra. A menos que alguien ponga encima en la mesa esos cálculos del bienestar social en su conjunto, hablar de fallo de mercado no es apropiado.
- Se dijo también que las externalidades positivas son capturadas por los grandes plataformas. Volvemos al punto anterior. Miren que es difícil encontrar casos de externalidades positivas en los mercados (no ocurre lo mismo con las negativas que, por desgracia, abundan). Una externalidad positiva ocurre cuando tu vecino planta árboles, tú eres un tercero que ni paga ni interviene en la acción, y acaban dando sombra en tu jardín. Me temo que no es el caso por mucho que se retuerza el argumento. La demanda de más capacidad en las redes y la de contenidos están tan relacionadas que son casi simbióticas. No se puede saber si fue antes el huevo o la gallina.
- También se dijo que las plataformas tienen más poder de negociación que los operadores. Hombre, dicho así, no estoy muy seguro de esa afirmación. Casi todas las grandes operadoras de red fueron antes empresas públicas, algunas incluso tienen todavía parcialmente al Estado con acciones de oro. Y las grandes plataformas son empresas norteamericanas (volveremos sobre esto), y no se llevan precisamente bien con las autoridades europeas. Digamos que el partido como mucho anda igualado en esta materia.
- En mi opinión esto es un problema de cómo se reparte el excedente del productor (el bienestar empresarial, si es que se puede hablar así), pero cuando pregunté como moderador qué pasaba con el excedente del consumidor (el bienestar de los ciudadanos), nadie fue muy claro en la contestación, pero todos asumían más o menos veladamente que sería la ciudadanía quien, de una u otra forma, pagaría el pato ante cualquier decisión que acabe tomando la Comisión Europea al respecto. O sea, un poco lo de siempre, una pelea entre gigantes empresariales acabará de una u otra forma en un incremento de precios para el consumidor o en una bajada en la calidad de los servicios, o ambas cosas a la vez.
- Smart regulation. Por parte de las plataformas se expresó que hay un problema de hiperregulación. Creo que no es esa la palabra adecuada, porque las plataformas quieren minimizar toda regulación para maximizar sus beneficios, sino que sería más adecuado decir que no tenemos una regulación de calidad. En este debate estaban sentadas las compañías que probablemente más dinero dedican a influencia política tanto en Europa como en los distintos países en los que operan. O sea, que si hay hiperregulación es en parte porque así se provoca.
- Neutralidad en la red. A ver, puede que desde un punto de vista estrictamente técnico siga existiendo tal cosa (ningún operador ni usuario tiene ventajas o condiciones especiales en el uso de la red), pero convengamos que la neutralidad en la red es un concepto idílico que quizá existió al principio de la era de internet, durante su nacimiento, pero que una vez alcanzado el momento en el que las redes y los contenidos están en manos de un puñado de compañías globales, esa neutralidad ya no es tal cosa
- Geoestrategia. ¿Estarían las compañías operadoras de red europeas exigiendo ese Fairshare si los grandes plataformas fueran europeas? Creo recordar que alguien entre el público lo insinuó, y es que cuando decimos que hemos entrado en una nueva regulatoria donde los principios rectores tienen que más que ver con el poder blando o duro de países y regiones, y no tanto con los argumentos técnicos o de mercado, no es una mera frase artificiosa. Por cierto, resulta enternecedor que, según me enteré allí, el gobierno americano haya intervenido en la consulta pública de este año preocupado por la neutralidad en la red en la vieja Europa, cuando allí se suprimió tal cosa. Cosas veredes, querido Sancho.
- También eché de menos ciertas cosas. Cuando se plantea este asunto —el de la sostenibilidad de las inversiones en infraestructuras—, como un problema que muestra la debilidad de Europa para poder competir globalmente, ¿no será porque se están considerando (sin querer) el conjunto de las redes como un bien público global para todos los europeos? Porque eso es lo que parece. Si las redes son bienes privados, el Estado (en este caso, los Estados) no deben intervenir salvo que, efectivamente, ocurra un fallo de mercado. Yo ni digo nada, pero también podrían ser públicos: dígase entonces con claridad.
- Los Reinos también caen. Tengo la sensación de que el sector de las telecomunicaciones no acepta un hecho que forma parte de la historia económica: unos sectores sustituyen a otros, los dejan obsoletos, y algunos incluso con el paso del tiempo, desaparecen. Si tanto dinero ganan las plataformas de contenidos y tienen tanta rentabilidad comparativamente hablando ¿por qué los operadores no se convierten también en plataformas de contenido? De esa forma incrementarían los ingresos y los beneficios, y por tanto tendrían un futuro más halagüeño. Como decía Heráclito, el cambio no es una característica de la vida (ni de los negocios), sino que es la vida misma.
- Europa lo tiene mal. Esto nadie lo dijo allí, pero lo digo yo. Quiere ser innovadora, pero no quiere liberar la energía innovadora y proteger a parte de su industria. Quiere neutralidad en la red, pero también quiere que la competencia sea perfecta. Quiere un marco de protección de derechos digitales, pero al mismo tiempo quiere liderar la digitalización y los desarrollos tecnológicos. Todo no se puede, señoras y señores. Me temo que el modelo regulatorio europeo de la tecnología está condenando al continente. Para muestra un botón: llevamos 4 años desarrollando un reglamento de IA al que todavía le quedan muchos meses, si no años, para ver la luz, y ya va a nacer obsoleto frente a la realidad que pretende regular.