En un mundo lleno de incertidumbres, la capacidad de anticiparse a los cambios y de adaptarse a ellos se ha convertido en un imprescindible. Ese sexto sentido que nos hace intuir la ola que vendrá frente a la que pierde fuerza y pronto será espuma entre la arena.

Esa destreza, que se entrena sin duda y se prepara, resulta absolutamente clave en el liderazgo actual, y me atrevo a decir que explica cómo toda una generación de profesionales ha transitado desde modelos anteriores, radicalmente distintos, hasta el modelo que hoy orienta la gestión de equipos. Y, desde luego, es la habilidad que va a permitirnos superar con éxito los riesgos e incertidumbres del futuro más inmediato.

Hace sólo dos décadas, que no son nada, quienes comenzábamos la carrera profesional pugnábamos por demostrar nuestra valía a base de horarios sin límite, correspondiendo a un modelo organizativo que, por encima de todo, exigía echar horas. Jóvenes, aún sin demasiadas obligaciones familiares, y sobradamente preparados, confiábamos en nuestras propias fuerzas.

Nuestros jefes no consideraban rentable que recibiéramos una formación en vez de trabajar. La cualificación plasmada en un currículum era el pasaporte que nos había llevado hasta aquel trabajo y la disponibilidad iba a ser el salvoconducto que nos garantizaría la promoción.   

Al conformar equipos, buscábamos perfiles semejantes: yo mismo llegué a tener un equipo en que todos éramos menores de 30, jurídicos y habíamos estudiado en la misma universidad. Pura diversidad.

El ordenador era aquella herramienta que nos facilitaba la redacción y el envío de informes, al tiempo que el ancla que nos fijaba a la mesa del despacho. La salud equivalía a un reconocimiento anual y rutinario de los niveles de colesterol.

Una revolución tecnológica -y varias crisis económicas, sanitarias y geopolíticas después-, el modelo ha cambiado por completo, y nuestra generación ha sabido evolucionarlo para adaptarlo al nuevo entorno.

El líder de hoy sabe que tiene que atraer talentos que compartan su visión y mantenerlos unidos en torno a un propósito común. Les pedirá su esfuerzo, compromiso y creatividad, al tiempo que les ofrecerá autonomía, oportunidades de desarrollo profesional, bienestar, quizá opciones de teletrabajo… y un amplio margen para su vida personal y su familia, que es el gran pilar de la estabilidad emocional del empleado.

El líder buscará el equilibrio de edades, perfiles, mentalidades y acentos, porque sabe que eso enriquece y potencia la fuerza del equipo. Está abierto al horizonte de oportunidades que le ofrece la inteligencia artificial y, como nadie puede conocer todo lo que está por llegar de la mano de esta, busca en su equipo la curiosidad y la apertura para poder aprenderlo cada día. La capacidad de aprender es ahora el pasaporte que los trae aquí.

Dice el gran José Aguilar que "la humanidad y las organizaciones no progresan al ritmo de nuestro ingenio, sino de nuestra capacidad para adaptarnos al cambio", y quizá esa sea la clave del éxito profesional –o de la supervivencia-: nuestra capacidad de adaptación y nuestra intuición para liderar el cambio.

Un cambio profundo, no impostado. No sólo hemos aligerado el nudo de la corbata o sustituido la cartera de piel por la mochila. Sinceramente pienso que hemos crecido como profesionales, nos hemos adaptado al hábitat volátil y, como en un relato darwiniano, hemos hecho evolucionar con nuestra adaptación a nuestros equipos y organizaciones para darles una ventaja competitiva, el premio que la naturaleza reserva a las especies que se adaptan.

Y, sin embargo, hay una base que se mantiene, un poso genuinamente personal que nos identifica y hace ser inalterablemente los mismos aunque sucesivamente diferentes. Hablo de la vocación de servicio que nos llena, de nuestro liderazgo humanista y del cultivo de las virtudes y valores profesionales que nos enseñaron… todo eso, afortunadamente, sigue intacto.

Como intacta sigue la ilusión de seguir dedicando nuestra carrera a lo que nos apasiona, gestionar equipos, innovar, servir a la sociedad… La ilusión de seguir anticipándonos al alba de mañana y el instinto de adivinar si la brisa fría soplará de poniente o de levante. Y de seguir inspirando equipos de personas inquietas que aprendan a intuirlo, a promover el cambio y a adaptarse. El pasaporte que siempre funciona.

*** Antonio Sánchez Díaz es director general de Planificación de Recursos Humanos y Madrid Talento en el Ayuntamiento de Madrid y miembro de la Junta directiva y comunidad de experiencia del asociado AEDRH.