Recreación de un periódico en papel.

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Descartes

No sabemos (casi) nada sobre desinformación online

16 junio, 2024 01:43

No sabemos casi nada sobre la desinformación online. Sacar conclusiones precipitadas, extrapolar experimentos y estudios de forma no justificada y usar la investigación científica de forma sensacionalista o con fines partidistas son algunos de los pecados por los que es necesario entonar el 'mea culpa'.

Este mes se han publicado varios artículos científicos sobre desinformación en la red que se han sacado de contexto y que reflejan muy bien este problema. Uno de ellos, publicado en Science, viene a decir que los titulares engañosos sobre COVID-19 en medios de comunicación causaron más daño en Facebook que las noticias falsas. Paradójicamente, esto se tradujo en titulares falaces en muchos de esos medios, que extrapolaron el estudio a cualquier temática, plataforma y espacio-tiempo.

"Es un estudio sobre noticias de COVID-19 realizado después de la pandemia, en el que no aplican las mismas condiciones de incertidumbre. Se tiende a sacar conclusiones precipitadas de un solo trabajo muy difícil de reproducir, y que replica la experiencia general de una persona con la información de forma separada del contexto de su experiencia vivida y diaria", señala Alicia Wanless, directora de la ‘Alianza para contrarrestar las operaciones de influencia’ de Carnegie Endowment for International Peace.

Por otra parte, si bien lo que dice el estudio "suena como algo posible", hay varios problemas: "No puedes aislar una única causa de por qué las personas forman sus creencias y descartar todas las demás causas potenciales", comenta Wanless, con quien pude conversar en su reciente visita a España, en el marco de una reunión organizada por el IE Center for the Governance of Change.

Otro de los artículos científicos sobre desinformación se publicó hace dos semanas en Nature, firmado -entre otros- por uno de los autores del artículo de Science, Duncan J. Watts.

El estudio sostiene que los intelectuales y periodistas exageran sobre los efectos de la exposición a contenido falso online. También dice que en realidad no nos exponemos tanto como pensamos a contenido falso e incendiario.

"Puede ser así, pero ¿es posible ser tan concluyente sabiendo lo poco que sabemos sobre la información que consumen las personas?", apunta Wanless. Es más, si esa conclusión se basa en encuestas, presenta un problema adicional: la cantidad de usuarios que se exponen a contenido extremo o incierto sin darse cuenta de que lo es, y sin saber distinguir un medio legítimo de uno falso.

Evidencias contrarias

El estudio de Nature también sostiene que las afirmaciones que a menudo se hacen sobre desinformación son "inconsistentes con gran parte de la evidencia empírica actual". Pero, ¿a qué evidencia se refieren?

Una de las encuestas que realiza semanalmente Ofcom, el regulador de las telecomunicaciones en Reino Unido, encontró que la mitad de los adultos de Reino Unido se había expuesto a información falsa o engañosa (en relación con la COVID-19) la semana anterior al sondeo. Casi el 43% de quienes compartieron noticias también admitieron haber compartido noticias falsas. Y en su informe anual de 2022, Ofcom constató que más de un 40% de los usuarios de redes sociales dijeron haber visto noticias falsas a lo largo del año.

En esta línea, NewsGuard, una organización que rastrea la desinformación, alertaba recientemente de un hito en la difusión de desinformación, en relación con la guerra entre Israel y Hamas. Han documentado 111 falsedades difundidas por 331 sitios web, a través de plataformas de redes sociales y en resultados de búsqueda.

NewsGuard también reveló ya hace un año el crecimiento de webs de noticias con contenido enteramente generado por inteligencia artificial, algunas de las cuales producen de forma sistematizada información engañosa o falsa.

Por otra parte, el Índice 2023 de Reporteros Sin Fronteras reveló que en 118 países (dos tercios de los 180 países evaluados), la mayoría de los encuestados informaron que los actores políticos en sus países estaban frecuente o sistemáticamente involucrados en campañas masivas de desinformación o propaganda. En el proyecto Forbidden Stories, RSF y la Freedom Voices Network han reportado cómo la industria de la desinformación difunde contenidos manipuladores a gran escala.

Los ejemplos anteriores no confirman los hallazgos del estudio publicado recientemente en Nature. Entonces, cuando sus autores aseguran que las afirmaciones que a menudo se hacen sobre desinformación son "inconsistentes con gran parte de la evidencia empírica actual", ¿están queriendo decir que su trabajo recoge de forma incontestable toda esa evidencia, y que cualquier otra aportación es errónea?

Retos para la comprensión de la desinformación

Curiosamente, otro de los autores del artículo de Nature, Brendan Nyhan, se hizo famoso por una teoría cuestionada, sobre un supuesto 'efecto contraproducente' de la información correctiva de la desinformación, que podría reforzar aún más la percepción errónea anterior. Años después, donde dijo "digo", dijo "Diego".

El caso de Nyhan muestra lo difícil que es hacer afirmaciones taxativas en el ámbito de la desinformación online, como subraya Wanless. La experta apunta también a otro problema. En este caso, con el artículo de Science: si ha sido extrapolado indebidamente, es en parte debido a cómo la propia revista ha publicitado los hallazgos. "Parecen ser ajenos al hecho de que todos somos parte del entorno de información y que todos le damos forma y somos moldeados por él", añade.

Wanless destaca cuatro grandes obstáculos a la hora de acercarse a la realidad de la desinformación online. El primero es la falta de mediciones históricas y análisis del ecosistema de la información. "Es ahora cuando se está tratando de identificar factores que podrían medirse durante décadas, geografías y culturas para lograr tener un conocimiento base sobre el estado de los ecosistemas de información en un momento dado", apunta la experta.

El segundo inconveniente es que no existe una forma establecida de "entrevistar" a este ecosistema y es difícil encontrar mediciones confiables sobre los patrones en torno al consumo de información.

Otro problema es que "los estudios basados en encuestas a usuarios son problemáticos, porque a la gente le es difícil recordar cosas como dónde encontró cierta información".

Otros estudios "están muy limitados a espacios y tiempos con casuísticas no extrapolables, ya sea por el contexto o por el tamaño o las características de su población". El quinto y último reto es que es muy difícil medir la confianza, la polarización o la manipulación. "¿Dónde está la línea, y en qué medida esa manipulación afecta la toma de decisiones libre e informada?", plantea Wanless.

Lo que sí sabemos

Todo esto muestra la importancia de valorar en su justa medida los estudios y conclusiones en este campo. Sin hacerlos de más ni de menos. No obstante, aunque sabemos poco sobre el fenómeno de la desinformación en la red, sí tenemos algunas certezas o pistas.

La más obvia de ellas es que la desinformación existe y que su digitalización ha multiplicado su prevalencia. Pero su mera presencia no es suficiente, lo que importa es su impacto, y para reforzarlo se usan estrategias de posicionamiento ficticio o a través de líderes de opinión y canales y medios influyentes.

También sabemos que en el diseño de las grandes plataformas online existe un 'sesgo de popularidad': son sistemas optimizados para la viralidad. Este sesgo es una de las características de los llamados 'algoritmos tóxicos' que propulsan estas plataformas.

Estos algoritmos presentan otros problemas: son sistemas de recomendación basados en el perfilado de usuarios a partir de sus datos personales (preferencias sexuales, ideas políticas, religión, etnia, salud, edad, género…) que muestran a los usuarios contenido basado en su propio perfilado, lo que genera un círculo vicioso.

Esto ha conllevado una perversión de las herramientas de producción de conocimiento y de acceso a la información; de la explotación de la algoritmia para lograr ese posicionamiento ficticio de perfiles y tendencias con el objetivo de aumentar el alcance y el impacto potencial de la desinformación.

Sabemos también que las campañas de manipulación informatizada en redes sociales son, en líneas generales, una parte más de cualquier campaña de comunicación política y de relaciones públicas, y que estos son principales productores de información errónea online a escala industrial.

Sabemos otras cosas, y conforme sigamos investigando y estudiando los ecosistemas de información, sabremos más. Por eso, hay que reivindicar que se invierta más y mejor en estudiarlos, y que el conocimiento generado se acompañe de medidas para atajar el conundrum de la desinformación.

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