En 1892, los hijos de Francisca Rojas fueron encontrados muertos. Inicialmente, la investigación policial apuntaba al vecino, pero dio un giro inesperado cuando el oficial de policía, Juan Vucetich, intervino.
Vucetich, quien ideó el primer sistema viable de identificación de huellas dactilares, pudo identificar las huellas dactilares de la madre en los cuerpos de sus hijos. Finalmente, Francisca, confesó el asesinato, convirtiéndose en la primera persona condenada mediante huellas dactilares forenses.
Si bien las formas de identificación humana a través de rasgos corporales se remontan a más de 4.000 años, los datos biométricos han potenciado estas capacidades de identificación humana. La toma de huellas dactilares con tinta ha sido reemplazada por huellas dactilares digitales, reconocimiento facial, de iris, de venas y de voz.
En 2017, Apple lanzó el primer móvil con Face ID y, desde entonces, los datos biométricos se han convertido en una parte normal de la vida cotidiana de millones de personas.
Aunque Apple no fue pionera en el uso de esta tecnología, Face ID marcó un punto de inflexión significativo, y los sistemas de reconocimiento facial son ahora la experiencia de usuario preferida y más segura para la mayoría. Ciertamente, el cuerpo humano ha superado a las contraseñas.
El potencial de los datos biométricos es enorme, y se estima que el mercado de soluciones de identidad digital se expanda a una tasa anual del 16,24% para 2028, generando 70,82 miles de millones de dólares.
Finlandia ya está realizando pruebas de un pasaporte electrónico que recopila datos biométricos, y la Unión Europea pretende que el 80% de sus ciudadanos lo utilicen para 2030. A principios de este año, la aerolínea Vueling lanzó facturaciones biométricas, accesibles con un selfie tomado desde un smartphone.
Pero debemos recordar que la inteligencia artificial, que puede desarrollar algoritmos que identifican a las personas de una manera que el ojo humano no puede, es la tecnología que sustenta estos avances.
La inteligencia artificial es capaz de proporcionar una identidad digital verificada, que ofrece mucha mayor seguridad a la economía digital, mejora la experiencia del usuario (desde acceder a la banca online hasta pasar un control de fronteras), previene el fraude y, en el futuro, permitirá un ecosistema de soluciones de identidad descentralizadas interoperables.
Las agendas gubernamentales, los titulares de los periódicos y las líneas de tiempo de las redes sociales han estado dominadas por advertencias sobre los riesgos de la inteligencia artificial; esos mismos riesgos potenciales se aplican aquí. Hay que tener en cuenta dos consideraciones críticas:
Primero, los sesgos. En algunos casos de reconocimiento facial, la identificación de personas pertenecientes a minorías étnicas ha fallado debido a la falta de muestras.
Segundo, la privacidad. La seguridad no es motivo suficiente para que los estados interfieran en la vida de las personas, y debemos tener reglas muy claras sobre cuándo se pueden o no usar los datos biométricos. Un buen ejemplo es la reciente ley europea de inteligencia artificial, que permite la identificación biométrica en espacios públicos sólo mediante previa autorización judicial.
Como ocurre en todas las áreas donde interviene la inteligencia artificial, la solución es adoptar un enfoque centrado en el ser humano para desarrollar, implementar y controlar los datos biométricos como una solución de identidad digital. Tenemos que anteponer el uso responsable y seguro de los datos biométricos por encima de la conveniencia.
Es correcto ser escéptico acerca de cualquier nueva tecnología que recopile nuestros datos personales, pero frente a las crecientes amenazas de ciberseguridad, debemos ir más allá de los métodos tradicionales de verificación de identidad. Donde las huellas dactilares y las firmas digitales solían ser el estándar, ahora es el momento de los datos biométricos.
***Sebastián Arriada es CIO de Globant.