Descubrir el 'ADN innovador' ha sido un propósito largamente buscado por gobiernos, empresas y sociedades enteras. Saber si las mentes más innovadoras nacen o se hacen, cuáles son los factores que influyen sobre su capacidad de emprender aventuras que rompan con los moldes establecidos, descubrir los secretos que permitieran potencialmente replicarlos en más y más personas... 

Desgraciadamente, esta aventura es un imposible en sí mismo. La naturaleza humana es compleja, desentrañar los elementos que han influido en cada caso particular puede ser una odisea y realizar comparaciones y obtener conclusiones válidas y universales suena a desatino.

Sin embargo, hay algunos asuntos que están fuera de toda duda y que todos aceptamos como indispensables para que el 'ADN innovador' pueda manifestarse en su plenitud. Un innovador rodeado de un ambiente que favorezca su desarrollo siempre es positivo. Un innovador con acceso a buena formación tiene muchas armas para imponerse en el mercado. Un innovador que tenga facilidad para captar fondos que financien sus aparentes locuras tiene mucho adelantado.

Pero hay más. Incluso cuando el contexto que rodea a un innovador nato es negativo, contraproducente por definición, puede llegar a destacar e imponer su ley a escala global. Hay algo más, por tanto, que influye en cómo una persona decide emprender, decide lanzarse al vacío mientras sus coetáneos optan por vías más seguras y condenadas al ostracismo.

Una vez más, os pido acompañarme en un viaje a lo largo de la historia. Estamos en la Rusia imperial, en concreto en el año 1894. Ese año, en este país que veinte años más tarde sufriría una de las revoluciones más importantes de la historia de la Humanidad, se contaban nada menos que 14.000 compañías industriales.

Más allá de si son pocas o muchas, lo curioso es quién dominaba esas compañías, innovadoras como pocas en aquella época. Los investigadores Tamar Matiashvili (Stanford) y Timur Natkhov (Higher School of Economics) han aplicado un algoritmo de machine learning a los datos del censo de ese curso y lo que encontraron es que los empresarios con vínculos culturales con Europa (alemanes, judíos, polacos) eran más productivos, utilizaban maquinaria moderna y adoptaban mejores prácticas de gestión que sus homólogos sin esas conexiones. Además, los “empresarios conectados” también actuaban como modelos a seguir, provocando efectos de difusión de conocimientos a nivel local, beneficiando a empresas sin dichas conexiones culturales.

He aquí los datos: los empresarios con una mentalidad más vinculada a Occidente representaban el 65% de todas las firmas en el censo industrial del Imperio Ruso, generaban un 8% más de ingresos por trabajador y tenían una productividad total un 6% superior respecto al resto.

Alguien podría optar por la lectura simplista y errónea de que estos beneficios se producían simplemente por tener acceso más fácil a estas tecnologías procedentes de Europa, más avanzada en su proceso de industrialización. Empero, si analizamos la tendencia más en profundidad, vemos que hay un componente cultural, de mentalidad más proclive a aceptar la innovación, que es el verdadero catalizador de todo este proceso. Europa era un ambiente más distendido en ese sentido que la Rusia imperial y -causalmente- los rusos más cercanos a estos círculos se contagiaban de su atmósfera.

Aquí encontramos, finalmente, el sustento básico y último del 'ADN innovador': tener una mentalidad que busque el cambio, que quiera transformar el statu quo, que busque la disrupción como constante ante la incertidumbre. Algo tan sencillo de decir, como complicado de promover y replicar a escala.