Raúl Marín.

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Opinión Humanizando la tecnología

Brecha digital, la nueva desigualdad invisible

Raúl Marín
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La brecha digital sigue siendo una de las grandes injusticias del siglo XXI. Aunque gobiernos y empresas tecnológicas aseguran que se están haciendo esfuerzos para resolverla, las medidas actuales parecen ser más cosméticas que estructurales. Mientras el foco sigue en llevar internet a las zonas rurales y mejorar la infraestructura, el verdadero problema radica en la falta de competencias digitales, formación tecnológica y el diseño excluyente de muchas herramientas.

Es cierto que las dificultades económicas siguen siendo una barrera significativa. Comprar un dispositivo adecuado y costear una conexión de calidad es inalcanzable para muchos. Pero, incluso para aquellos que tienen acceso a la tecnología, la falta de habilidades digitales y formación para utilizar estas herramientas es igualmente devastadora. No basta con poner un móvil o un ordenador en las manos de alguien si no tiene los conocimientos necesarios para utilizarlo de manera productiva.

Aquí entra en juego un aspecto crítico: la formación tecnológica. Más allá de proporcionar acceso a dispositivos, es fundamental equipar a las personas con las competencias necesarias para participar activamente en la sociedad digital. Sin este componente, cualquier esfuerzo será insuficiente. La formación digital debe ser una prioridad, tanto en escuelas como en programas dirigidos a adultos y personas mayores, para asegurar que todos puedan aprovechar los beneficios de la tecnología.

Un ejemplo claro de las consecuencias de no abordar la brecha digital de forma adecuada es la polémica que surgió en España en 2022 con la campaña de Carlos San Juan, el jubilado que, con su iniciativa "Soy mayor, no idiota", puso de manifiesto cómo la digitalización bancaria estaba dejando atrás a miles de personas mayores. San Juan denunció que el cierre de sucursales físicas y la dependencia creciente de la banca digital excluía a aquellos que no estaban familiarizados con la tecnología, generando un auténtico "jaque" a la accesibilidad de un servicio esencial. Este episodio expuso la falta de empatía y previsión de un sistema que digitaliza servicios sin considerar las capacidades tecnológicas de una parte importante de la sociedad.

Iniciativas como Maximiliana, una solución móvil diseñada específicamente para personas mayores, ofrecen un pequeño respiro. Con su interfaz simplificada y la posibilidad de que familiares gestionen el dispositivo de manera remota, es un avance en la dirección correcta. Sin embargo, ¿es esta la verdadera solución? ¿O simplemente estamos creando productos que no integran realmente a estas personas en la era digital? Es preocupante que, para algunos sectores de la población, la inclusión tecnológica se limite a versiones simplificadas de las herramientas más comunes, sin un esfuerzo real para empoderar a las personas mediante la educación digital.

Por otro lado, las iniciativas de conectividad, como el plan España Digital 2025, prometen llevar internet de alta velocidad a zonas rurales. Sin embargo, estas promesas se quedan cortas si no se abordan otros aspectos de la exclusión. Incluso con acceso a internet, muchos no podrán beneficiarse si no se les brindan las herramientas educativas y tecnológicas necesarias para navegar con confianza este entorno. Aquí es donde el diseño UX/UI juega un papel crucial. Las plataformas tecnológicas deben ser accesibles para todos, y no solo para aquellos que ya son expertos en el uso de la tecnología.

En el campo del diseño, seguimos fallando al no poner a las personas en el centro. Como señala Mike Monteiro en su libro Ruined by Design, "lo que diseñamos puede cambiar el mundo, y si no lo hacemos de forma responsable, también puede arruinarlo".

Los productos digitales, aunque avanzados, están pensados para quienes ya tienen conocimientos tecnológicos. Aquellos que carecen de estas habilidades, como personas mayores o colectivos vulnerables, quedan relegados. No basta con hacer la tecnología "más fácil"; debemos rediseñar el ecosistema para que realmente sea accesible y educar a las personas para que puedan utilizarla con confianza. El diseño irresponsable solo amplía las brechas sociales y genera nuevas formas de exclusión.

La pregunta que debemos hacernos es: ¿estamos reduciendo la brecha digital o, por el contrario, creando nuevas barreras? Las soluciones actuales, por buenas que parezcan, no logran abordar las raíces del problema. Sin un esfuerzo claro en la formación tecnológica y la creación de productos diseñados con verdadera inclusividad, la brecha seguirá ensanchándose. La tecnología no debería ser un privilegio para unos pocos, sino una herramienta para todos. Sin un cambio de paradigma, corremos el riesgo de perpetuar la exclusión digital, disfrazada de soluciones a medias.

La tecnología no es un lujo, es una necesidad básica en el mundo actual. Seguir hablando de la brecha digital sin actuar de manera contundente es condenar a millones a la irrelevancia. Si no tomamos medidas radicales ahora, estaremos sentenciando a toda una generación a quedar atrapada en un mundo donde las oportunidades, los servicios y hasta los derechos fundamentales son inaccesibles para aquellos que no pueden o no saben cómo navegar el entorno digital. ¿Queremos realmente vivir en una sociedad donde la tecnología sea el nuevo muro invisible de la desigualdad?

*** Raúl Marín es Head Teacher, y director del Bootcamp en Diseño UX/UI en IMMUNE Technology Institute.

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