Este mes de noviembre que llega a su fin ha sido tumultuoso y ávido en noticias álgidas que han ido aconteciendo como si se tratara de una reacción en cadena: Trump ganó las elecciones americanas; el presidente electo anunció que Elon Musk va a dirigir una super agencia de eficiencia gubernamental; el bitcoin alcanzó sus máximos históricos y se acerca ya a los 100.000 dólares; y los progresistas hundidos y desalentados están huyendo de la red social X, antes llamada twitter, para refugiarse en la Arcadia feliz del otro pajarito.
Sólo falta que los tambores de la cada vez menos hipotética tercera guerra mundial sigan tocando la marcha hacia el desastre global. Como verán, tenemos entretenimiento para dar y tomar.
Cada uno de estos acontecimientos daría para hacer una columna completa, y prometo que lo haré en cuanto pueda, pero hoy me interesa ver hasta qué punto existe un hilo conductor en todos estos hechos. Absortos en nuestros pequeños dramas y problemas cotidianos (cómo pagar el alquiler, cómo hacer para que me suban el sueldo, cómo mejorar el rendimiento escolar de nuestros hijos o cómo cuidar de nuestros padres mayores), nos vemos envueltos en una serie de polémicas vinculadas a los espacios tecnológicos que conforman una realidad inventada y a la que dedicamos cada vez más, energía y capacidades.
De hecho algunos dedican más esfuerzo a convencernos en la red social X de que se van a Bluesky que a sus tareas domésticas y profesionales propiamente dichas. Luego decimos que no la productividad no levanta el vuelo.
En realidad todo tiene que ver con un juego de narrativas y espejos en el que estamos inmersos y del que literalmente no podemos escapar, salvo que decidamos desconectarnos de internet para irnos a un lugar de la España vaciada, sin cobertura, y donde poder hacer una cura de este ruido digital que no cesa.
Sepultados en toneladas diarias de datos, imágenes, videos y audios —información que en la mayor parte de los casos no sólo no construye conocimiento, sino que destroza el ya existente— que nuestros dispositivos escupen a borbotones cada minuto, creemos estar participando en un cierto debate público, en un Ágora, sin darnos cuenta que siempre son otros los que deciden de qué hablar y cómo hablar, y nosotros los que aceptamos con cierto gusto ese yugo de servidumbre.
Todos creemos tener nuestra razón y nuestros argumentos, pero sabemos desde hace mucho que las personas, como seres irracionales que somos, nos dejamos llevar por lo que dice el rebaño o el grupo al que pertenecemos. Sí, usted que está leyendo esto también es presa de ello aunque se crea libre de este mal bíblico. Y el problema es que ahora la verdad revelada de cada grupo la decide el algoritmo, y su capacidad exponencial para fabricar las verdades y mentiras por las que tanto porfiamos es de tal dimensión que deja a los grandes demagogos de la historia a la altura del betún.
Nunca antes ha tenido la humanidad tan poderosas herramientas para hacer creer a la gente lo que unos cuantos quieren, y al mismo tiempo convencer a esas gentes de que son ellas mismas las que están formándose opinión de manera libre.
Hace escasos días asistí a la presentación en Madrid del libro Inteligencia Artificial y Campañas Electorales Algorítmicas, escrito por un buen amigo, Rafa Rubio, y dos colegas de profesión (Frederico Franco y Vitor de Andrade). Su lectura, aún siendo una obra académica, divulgativa, llena de referencias bibliográficas y absolutamente neutral desde el punto de vista ideológico, es, por decirlo suavemente, muy preocupante.
Embarcadas todas la sociedades en campañas electorales permanentes (lo de las campañas de dos semanas, como es el caso de España, hace tiempo que es historia), la nueva tecnopolítica tiene un arma de destrucción masiva de las democracias tal y como las conocemos: se trata de la inteligencia artificial. Esto lo digo yo, no los autores. Pero esta es la sensación que me ha dejado la lectura de su excelso manual.
Es verdad que en otras épocas y en función de la tecnología punta del momento (la prensa, la radio, la TV, el primigenio internet 2.0) las campañas electorales han visto nacer (¿o sería mejor decir que han sido las madres creadoras?) a los grandes fenómenos de la desinformación y la propaganda agresiva.
En eso, el ser humano, pese a creernos más civilizados en estos tiempos, no ha cambiado apenas. Seguimos estando dispuestos a barrer a los contrarios en esas batallas competitivas del relato, pero ahora disponemos de un conjunto de herramientas que para los Goebbels de la vida, que por cierto son muchos más de los que pensamos, suponen la oportunidad que siempre estuvieron esperando. Y esto ahora está al alcance literalmente de cualquier ciudadano.
El libro Inteligencia Artificial y campañas electorales algorítmicas: disfunciones informativas y amenazas aborda el creciente papel de la Inteligencia Artificial en las campañas electorales modernas. Los autores argumentan que la IA se está convirtiendo en una herramienta esencial para las campañas políticas, haciendo que aquellas que no la utilicen sean menos efectivas y competitiva.
La obra explora cómo la generalización de la IA en las campañas está transformando el comportamiento electoral, la esfera pública y las condiciones competitivas en la arena política. Esto plantea nuevos desafíos para las instituciones electorales y la sociedad en general, requiriendo una revisión de los acuerdos existentes para proteger la libertad, igualdad, integridad, transparencia y justicia en los procesos electorales.
Los autores enfatizan la importancia de comprender y desmitificar las amenazas asociadas con el uso de la IA en campañas, así como identificar y abordar las vulnerabilidades para mantener la autonomía de la voluntad y la integridad del proceso electoral frente a nuevas formas de fraude, violencia y manipulación.
Dicen los autores: "La IA plantea retos técnicos y sociales que, a su vez, exigen la adopción de precauciones y actitudes específicas por parte de las autoridades legislativas, administrativas y jurisdiccionales, que participan la organización de elecciones (en sentido amplio). El papel decisivo de los algoritmos opacos y sesgados de los sistemas de recomendación que alimentan burbujas identitarias y favorecen la creación y difusión de campañas negativas, discurso de odio, mecanismos de falacia y prácticas para alterar la voluntad popular son factores que lo confirman".
El libro alerta en todo momento de lo que los autores denominan "un nuevo conjunto de riesgos sistémicos", tales como la postverdad, la desinformación, la polarización, operaciones de influencia extranjera, el negacionismo electoral y otro conjunto de fenómenos que, literalmente, a un defensor de la democracia liberal le deberá poner los pelos como escarpias. Se lo digo en palabras más concretas: Lo de Cambridge Analytica fue un juego de niños frente a lo que se viene.
El libro, a pesar de presentar todos la problemática de manera cruda, deja entrever que las instituciones públicas concertadas y responsables de garantizar elecciones y procesos electorales democráticos pueden tomar medidas para evitar la pérdida de control que se atisba en el horizonte.
Pero yo no soy tan optimista. Preferiría estar equivocado pero es poco plausible que las democracias liberales, tal y como las conocemos, puedan sobrevivir a este cóctel explosivo que conformar la desinformación masiva, la personalización de las campañas negativas de todo tipo y el uso perverso de herramientas de IA que pueden crear no ya narrativas diferentes, sino directamente una nueva realidad paralela para que podamos autojustificarnos en nuestras decisiones, opiniones y votos.
Aunque el libro aboga porque las leyes y las autoridades electorales pueden y deben hacer un trabajo para minimizar riesgos y evitar los usos ilícitos, no creo que vayamos a poder afrontar semejante pelea con este monstruo de infinitas cabezas. Las virtudes de la democracia liberal son ante esta amenaza una debilidad para afrontar esta pelea que no va a entender de reglas y principios.
El viejo gen humano que hace del hombre un lobo para el hombre, hará el resto. He participado en procesos electorales y dirigido campañas electorales, y he visto cómo se pueden llegar a comportar los que porfían por ganar a los adversarios. En realidad, siendo justos, habría que decir que el problema es el llamado Factor X, el ser humano, y su infinita sed de poder sobre sus semejantes, y no tanto el hacha o el cuchillo que empuñen.
Renunciar a lo que puede hacer la IA en una campaña sería para los aprendices de Goebbels que antes citaba y para tanto spin doctor del mal que pulula por ahí, como renunciar a un arma mágica y a un comodín inagotable, en un videojuego con el que siempre y en toda circunstancia puedes derribar y acabar con tus contrincantes. Y siempre irán por delante de cualquier plan institucional para frenarlos.