El sueño de una noche de verano: Gestionar (eficazmente) 140.000 millones de euros
Este verano ha sido especialmente movido en cuanto a noticias relacionadas con las políticas públicas de innovación en España, que van a afectar a las empresas y profesionales que trabajamos en innovación.
A principio de julio, se anunció el plan de choque de ciencia e innovación que presentó el ministro Pedro Duque, que pretende movilizar entre el año 2020-2021, 1.100 millones de euros, donde son 400 para este año 2020, ya ha habido algunas convocatorias que se han lanzado. El plan se enfoca en tres ejes, empezando por el sanitario.
La segunda noticia ha sido el desarrollo de la Estrategia Española de Economía Circular. Como la mayoría de estos documentos, está a un nivel demasiado abstracto, aunque dejan define una línea hacia donde quiere ir el Gobierno. Marca una serie de metas al año 2030, centradas en reducción de uso materias primas, eficiencia en la utilización de los recursos con prioridades a sectores muy claros, como la construcción, el textil o el agroalimentario.
La tercera historia ha sido el flamante plan Agenda Digital 2025, que pretende movilizar 70.000 millones de euros del dinero que nos va a dar Europa a partir del fondo de reconstrucción. Aunque no llega a ser tan carta a los reyes magos como la estrategia de economía circular, sí que define claramente diez objetivos cuantificables. Estos objetivos se pueden agrupar en 3 grande bloques: infraestructuras (objetivo 1 y 2), capacidad (objetivos 3 y 4) y aplicación (objetivos 5 a 10).
La cuarta noticia viene de Europa. El tradicional fondo de I+D europeo, lo que va a ser conocido como el Horizonte Europa, sea reducido en aproximadamente un 35%. Personalmente creo que era necesario rediseñarlo pero, un 35% es un rebaja quizás demasiado importante, que puede condicionar nuestro futuro. Lo que parece claro , es que el diseño del programa va a seguir la estrategia propuesta por Mariana Mazzucato de enfocar los proyectos a cinco grandes misiones.
Parece que va a existir dinero y que las prioridades, en línea con Europa, también: digital y verde.
Pero el diablo está en los detalles. Jack Welch, el mejor CEO del siglo XX, hablaba de que el éxito está en un 20% en la estrategia pero un 80% de la ejecución. Y ahí es donde llegan los problemas. En aterrizar al mundo real.
Un primer problema de estos planes, es que no está claro quién lo va a ejecutar. En España existen diversidad de agentes públicos que pueden llegar a competir entre sí por los fondos e incluso, como se ha visto en infinidad de ocasiones, e incluso, solapar entre ellos. Tampoco ayuda que las competencias de innovación estén repartidas entre cuatro ministerios (Ciencia, Economía y Transformación Digital, Industria y Universidades.
Un segundo problema, conocido en el ecosistema innovador, es la falta de ejecución de los presupuestos públicos de innovación. El informe anual de la Fundación COTEC confirma que en los últimos años la ejecución de la partida de I+D de los Presupuestos Generales del Estado está estancada en un vergonzoso 30%.
A este dato, se suma la publicación hace unos días de los datos de la Comisión Europea sobre la ejecución de los fondos europeos por países. España apenas gasta el 34% de los fondos asignados, llegando al absurdo de que nuestro país pasa a ser un contribuidor neto para Europa, en lugar de receptor, que es lo que nos correspondería por renta per cápita.
No se trata de algo puntual, sino estructural. Pero no aprendemos. A día de hoy, cada ministerio, cada región ya se está moviendo para conseguir su parte del botín y gestionarlo según su antojo.
Causas existen muchas: excesiva burocracia, falta de fondos para la cofinanciación. Pero ¿alguien se ha preguntado si el problema es que los programas, los proyectos no resuelven un problema de los usuarios (empresas o ciudadanos)?. Al igual que en una empresa, si un servicio o programa público no resuelve un dolor de los destinatarios, no funcionará porque nadie lo utilizará.
Por eso, necesitamos cambiar, radicalmente, la forma en la que se diseñan estos proyectos. Aterrizar los grandes planes a la microeconomía, con un enfoque de diseño.
Propuestas para aprovechar los fondos europeos
La propuesta que lanzo desde aquí va orientada a innovar en el “cómo”, como una forma de eliminar. El reto no es pequeño: ¿cómo se pueden diseñar programas públicos o de colaboración público privada, que realmente tengan impacto en la sociedad y consigan participantes? Mirando a otros países más avanzados surgen dos herramientas metodológicas que nos permitirían experimentar nuevas formas de hacer las cosas, y conseguir mayor impacto.
La primera es el pensamiento de diseño o Design Thinking. Especialmente en los países nórdicos y Reino Unido es una metodología que se aplica desde hace años a la hora de definir programas, servicios o políticas públicas. Incluso la Comisión Europea tiene un blog dedicado a los “policy labs”, donde se materializan.
La clave del pensamiento de diseño está en poner al usuario (ciudadano, empresa) en el centro y diseñar programas y servicios para resolver problemas puntuales. Es necesario romper la dinámica de construir desde el despacho, sin conocer realmente a las necesidades de las empresas de la trinchera, sin intermediarios patronales.
Integrar diferentes áreas de una Administración Pública, desde un gran ministerio a un pequeño ayuntamiento. Cocrear con los ciudadanos para crear prototipos rápidos. No grandes planes, sino pilotos de programas o servicios a testar en el mundo real. El diseño se puede hacer en cuestión de días. Y si funcionan, se escalan y se repiten.
La segunda herramienta es la inteligencia colectiva, que sigue la línea de la anterior. Fomentar la agrupación de grupos heterogéneos de diferentes agentes para construir juntos. Desde técnicos públicos a usuarios potenciales o colaboradores. Mi colega Amalio Rey expuso este verano en un curso del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP) algunas ideas.
Como en la obra de Shakespeare, puede que estemos viviendo el sueño de una noche de verano. Esperemos que las hadas no lo conviertan en pesadilla.
Ángel Alba, CEO de Innolandia