Con la marcha de César Alierta de la jefatura de Telefónica comienza a cerrarse una época de la vida política y económica de España, la que marcó la parte final del reinado de Juan Carlos I y que se ha caracterizado por una enorme preponderancia de las grandes empresas en la vida institucional. La Telefónica de Alierta ha sido el buque insignia de esta etapa. Ha sido el sempiterno mecenas de iniciativas a las que no llegaban otros -incluidas las cajas de ahorros-, ha recibido en su seno más políticos y figuras ligadas al poder de lo que quizás fuera aconsejable y ha ejercido un influjo notable en las instituciones, no sólo españolas, sino también europeas e iberoamericanas.
La caricatura del "capitalismo de amiguetes' se queda corta para describir el asunto. Un ex alto cargo socialista lo ilustraba en privado hace bien poco de la siguiente manera: “¡La gran reforma pendiente en España es sacar al Ibex de las instituciones!” La historia cuenta que fue la Telefónica de Alierta la que costeó el informe de una consultora que convenció al PP de crear la Comisión Nacional de Mercados y Competencia (CNMC), que fusionó a los viejos organismos reguladores, aunque después resultara que es precisamente esa institución la que le causa ahora más dolores de cabeza.
En julio de 2014, The Wall Street Journal daba fe del “inusual grado de presión política” que Telefónica ejercía en Bruselas para que la UE aprobara la compra de la alemana E-Plus. Y en el invierno de 2015, el PP se alineó sin disimulo con Telefónica promoviendo en el Senado una proposición no de ley que recogía exactamente los deseos de la compañía en relación con la nueva regulación de la fibra óptica. Rajoy ordenó rectificar a su partido cuando los hechos trascendieron.
El poder de las empresas
Quizás las imágenes que mejor recogen la consagración del poder institucional del Ibex fueron las que el ex presidente Zapatero brindó al posar junto al Consejo Empresarial para la Competitividad (CEC), un órgano creado por Alierta y el fallecido Emilio Botín a instancias de Isidro Fainé, presidente de Caixabank. En una de esas ocasiones, un político que después llegaría a ministro con Rajoy comentó al ver a la ministra Elena Salgado rodeada de bien pagados gestores: “¡Los españoles no tienen idea de lo que nos ha costado cada foto del Ibex con Zapatero!”
La enorme influencia de estas empresas sobre la vida nacional se debe en gran parte a las decisiones de José María Aznar y Rodrigo Rato a finales del siglo XX. Empeñados en instalar a España en un círculo virtuoso que nos integrara en el euro, privatizaron las grandes firmas estatales que habían engordado durante años en los sectores regulados (comunicaciones, energía, banca). Pero estas privatizaciones no fueron acompañadas de la introducción de una mayor competencia, así que se consolidó un modelo oligopolístico que, a grandes rasgos, perdura hasta hoy.
Y Aznar y Rato, además, impusieron a directivos de su confianza al frente de las firmas privatizadas. Fue el caso de Juan Villalonga en Telefónica, de Francisco González en Argentaria o de Alfonso Cortina en Repsol. En ese reparto, a César Alierta le tocó Tabacalera, de la que se hizo cargo en junio de 1996, con la misión de transformar el estanco de tabaco en una gran multinacional.
El recorrido de Alierta
Alierta (Zaragoza, 1945) tenía muy buenos contactos con el PP. Su padre había sido alcalde de Zaragoza en la década de 1960. Su hermano Mariano, había sido miembro de UCD y senador del PP. Además formaba parte de una generación privilegiada, que creía en la meritocracia: la de los españoles que llegaron a la universidad en torno al año 1968 y donde los más espabilados se las arreglaron para seguir estudiando en el extranjero. Alierta se licenció en Derecho en Zaragoza en 1967 y tres años después hizo un máster en Administración de Empresas en la Columbia Business School de Nueva York.
En 1970 se incorporó al Banco Urquijo -considerado entonces como una de las entidades más innovadoras de España- como analista financiero y el mundo de la gestión de patrimonios, de la bolsa y de los mercados de capitales lo cautivó. En esos años, su fe en el mérito personal, sin trampa ni cartón, era genuina.
Muchos ejecutivos españoles recuerdan que fue Alierta, entonces responsable de mercado de capitales del Urquijo, quien les animó a formarse en el extranjero y les enseñó conceptos de renta variable. “Fue de los primeros evangelizadores bursátiles de la España democrática. Hasta entonces, la bolsa era muy rudimentaria. Él fue de los primeros que hablaba de ella profesionalmente”, cuenta uno de ellos.
En 1985 creó su sociedad de bolsa Beta Capital. En aquellos años hizo mucho dinero y adquirió cada vez más protagonismo público. El Grupo Torras, controlado por la Kuwait Investment Office (KIO) que manejaba Javier de la Rosa en España, llegó a controlar la mitad de Beta Capital, aunque en 1991 le devolvió el control a los fundadores. Casi al mismo tiempo, Alierta fue designado presidente de la Asociación Española del Mercado de Valores (AEMV) cargo que dejó en 1996, tras vender su participación en Beta Capital justo cuando se produjo el cambio político y el PP sustituyó al PSOE en el gobierno.
Los desafíos al llegar a Telefónica
El 10 de junio de 1996, Alierta fue designado presidente de Tabacalera por las nuevas autoridades y en 1997 fue nombrado consejero de Telefónica. En Tabacalera fue el mentor de un joven abogado del Estado al que acogió como discípulo: Pablo Isla, quien le sucedió al frente de la compañía de tabacos y hoy preside Inditex.
Alierta fue designado presidente de Telefónica el 26 de julio de 2000. Sustituyó a Juan Villalonga, compañero de colegio de Aznar, cuya escandalosa gestión de las opciones sobre acciones, coronó una polémica gestión. Villalonga y su equipo estaban más preocupados de la evolución de la cotización (de la que dependía su peculio) y de mantener contento al poder político, que de crear valor para el accionista de la compañía.
La nueva etapa no fue fácil. La crisis puntocom y el pinchazo de la cotización de Terra fueron su primer desafío. Este consistió en desinflar la burbuja en la que Villalonga había mantenido la compañía. En ese camino, Alierta transformó a Telefónica en una de las empresas más endeudadas del mundo, en parte incentivado por la ventajas fiscales que España ofrecía para que sus multinacionales se expandieran.
Su momento de máxima gloria fue la compra de la operadora británica O2, en enero de 2006. La crisis de 2008 sorprendió a la compañía muy apalancada y las agencias de la calificación la penalizaron. Obsesionado con mantener el dividendo, Alierta tuvo que dar su brazo a torcer en 2012 y suspenderlo por primera vez en la historia de la compañía. En su momento fue un hito ominoso sobre todo para alguien que provenía del mundo de la gestión de valores.
Y se destapó el escándalo
Pero fue el ‘caso Alierta’ o también conocido como ‘caso Tabacalera’, revelado por el diario El Mundo en noviembre de 2002, el momento más crítico del empresario. Los hechos se remontaban a 1997, cuando ganó 1,86 millones de euros con acciones de Tabacalera que adquirió justo antes de que comprara la norteamericana Havatampa y experimentara una fuerte revalorización bursátil. Creaciones Baluarte, la sociedad de inversiones de Alierta y su esposa Ana Cristina Placer (fallecida en 2015), que traspasaron a su sobrino Luis Javier Placer apenas un mes después de la operación, quedó situada en el centro de las investigaciones.
Alierta negó las acusaciones, pero en 2007 el Supremo anuló la decisión de la Audiencia Provincial de archivar el caso. Fue juzgado nuevamente en abril de 2009. Finalmente se consideró probado el delito de uso de información privilegiada contra Alierta y su sobrino, pero no fueron condenados porque el delito había prescrito. El juicio oral, celebrado en la Sección Séptima de la Audiencia Provincial de Madrid, fue presidido por la magistrada Manuela Carmena.
Alierta empleó todos los recursos a su alcance para intentar mitigar el daño reputacional del escándalo. No dudó, por ejemplo, en emplear los poderosos recursos de Telefónica para defenderse. Así, retiró la publicidad institucional del diario El Mundo, que desveló el escándalo, pese a que las denuncias periodísticas sobre su conducta ni siquiera mencionaba a la operadora ya que los hechos concernían a su etapa en Tabacalera.
En Telefónica, Alierta se dio cuenta de que al situarse al frente de una de las mayores empresas españolas había pasado a jugar en la primera división mundial. Su capacidad de interlocución con el poder se volvió crucial. El presidente brasileño Lula da Silva, lo convirtió en su asesor personal. Pronto, Alierta se vio cruzando el globo en el avión de Telefónica para responder a una invitación de Bill Gates o de un presidente de gobierno. La conquista de las instituciones, en España y en el mundo, se transformó en una de sus prioridades.
La única ocasión en que a Alierta le pudo caber la duda de que el gran juego del mundo podía no ser así fue durante su primera visita oficial como presidente de Telefónica. Entonces viajó a Chile y fue directo a saludar al presidente Eduardo Frei. Le dijo que quería explicarle los planes de la compañía en Chile. “Eso debe explicárselo a sus accionistas. No a mi”, le dijo Frei, según testigos presenciales. Ni en el propio Chile le volvió a suceder algo parecido.