La economía española creció un 3,2% en el último año, el mayor ritmo de crecimiento desde el estallido de la crisis. ¿Todo bien? Ni por asomo. Los factores coyunturales que permitieron este ritmo son sólo eso, pero todavía quedan por resolver los graves defectos estructurales que lastran al país y que provocan el drama del paro.
Rafael Doménech (@rdomenechv para quienes todavía no le seguís en Twitter) ha estudiado en profundidad la economía española y todos sus defectos estructurales. Nos recibe en la nueva sede del BBVA en Madrid, donde es el economista jefe de Economías Desarrolladas, para dialogar sobre las recetas que necesita España. Las expone con paciencia, gráficos y un puñado de argumentos que desmontan muchos tópicos que se repiten a diario. ¿Acaso nunca han oído que el Banco Central Europeo (BCE) tiene que resolver los problemas de crecimiento de la eurozona?
Cuando hablamos de la recuperación que tanto necesita España, mucha gente mira hacia el Banco Central Europeo (BCE). La entidad acaba de aprobar otro paquete de estímulos monetarios y ya puede hacer poco más. ¿Le quedan herramientas de política monetaria efectivas?
Cuando hablamos de efectividad tenemos que hablar de efectividad para qué. Si es para llevar las expectativas de inflación cerca de su objetivo del 2%, estas políticas son efectivas. Pero si por efectividad entendemos resolver otros problemas económicos de los países europeos, no, pero porque no podemos pedirle al BCE que los resuelva. Hay que tener muy claro para qué sirve la política monetaria: resuelve unos problemas, pero no todos.
No podemos pedirle al BCE que haga con sus políticas monetarias lo que es el trabajo de los gobiernos nacionales
Los problemas estructurales, que son los más graves que afectan ahora a los países europeos y que tienen que ver con el desempleo estructural, la consolidación y sostenibilidad de las cuentas públicas y el crecimiento potencial, para eso no sirven. Las políticas del BCE crean oportunidades para que los gobiernos puedan luego aplicar las políticas adecuadas que son las que requieren sus economías para resolver los problemas estructurales. No podemos pedirle al BCE que haga con sus políticas monetarias lo que es el trabajo de los gobiernos nacionales.
El propio Draghi en todas las ruedas de prensa dice que se necesita una política fiscal que acompañe a la monetaria y pide que, los países que tienen espacio fiscal, tengan una política expansiva.
El BCE pide que sus políticas monetarias se vean acompañadas también por la política fiscal, allá donde hay espacio, pero también insiste mucho en sus ruedas de prensa en el tema de las reformas estructurales. Los problemas estructurales de los países no se van a resolver con las políticas coyunturales del BCE, con sus políticas de estímulo de la demanda. El caso concreto de las políticas fiscales es un problema que tiene difícil solución: porque los países que tienen margen para llevar a cabo esas políticas expansivas, no hay una demanda social para llevarlas a cabo. El caso más claro es Alemania, tiene margen pero su sociedad no es lo que demanda y también hay que respetar las decisiones democráticas.
Por el contrario, allí donde sí hay más apoyo para llevar a cabo estas políticas, no hay margen. Tenemos esta división, a modo muy simple, aquellos que tienen margen pero no quieren y aquellos que quieren pero no tienen margen, porque están al límite. España estaría en este segundo grupo.
Muchos países nos hemos quedado sin margen fiscal porque ya lo utilizamos en los primeros años de la crisis
El propio vicepresidente del BCE, Vítor Constancio, hacía unos días unas declaraciones en las que reconocía el problema de estas dos Europas. Pero quiero insistir en que estas políticas fiscales tendrían efectos coyunturales y transitorios y en muchos países ya nos hemos quedado sin ese margen porque ya lo hemos utilizado en el pasado, en los primeros años de la crisis. Esas políticas lo único que hacen es comprar tiempo y traer crecimiento del futuro al presente: lo que crezcamos ahora de más, es crecimiento de menos que tendremos en el futuro.
¿Ahora estamos creciendo menos por la política fiscal expansiva de los últimos años del Gobierno de Zapatero?
En parte se debe a eso.
¿Fue un error?
Es muy difícil ser categórico en esto. Lo que sí está claro es que llevamos a cabo unas políticas expansivas que compraron tiempo pero no resolvieron los problemas estructurales de la economía. Lo máximo que podemos es especular es qué políticas expansivas hubiesen sido más apropiadas que aquellas y, sobre todo, qué políticas estructurales se podrían haber hecho en aquel momento y no se hicieron.
Lo que está claro, y es lo que dice el BCE, que las políticas monetarias expansivas son más efectivas si se acompañan con políticas de oferta, con reformas estructurales, que son las que realmente solucionan los problemas de forma permanente.
Pero no se hicieron y los problemas siguen ahí.
En el de la economía española, el problema fundamental es una tasa de desempleo estructural muy elevada y un diferencial de productividad con respecto a otras economías avanzadas que también es crónico. Es un error pensar que eso lo vayan a resolver las políticas fiscales expansivas. Tenemos la tentación de pensar que el problema del paro se va a resolver con más gasto público y es al contrario. Lo que tenemos que pensar es que un mayor margen de las políticas fiscales, ya sea por el lado del gasto o de los impuestos, sólo se va a conseguir de manera permanente si resolvemos los problemas estructurales.
No es que la causa de la reducción del paro vaya a ser el mayor gasto público, sino que va a ser la creación de empleo y el crecimiento potencial lo que nos va a dar margen para aumentar el gasto
Hay que cambiar el orden: no es que la causa de la reducción del desempleo vaya a ser el mayor gasto público, sino que va a ser la creación de empleo y el mayor crecimiento potencial lo que nos va a dar margen para hacer políticas expansivas del gasto. No sería la causa, sino la consecuencia de esas reformas estructurales.
Doy un ejemplo de un documento de trabajo que hemos sacado en BBVA Research: si España fuese capaz de reducir permanentemente su tasa de desempleo estructural de 12 puntos hasta acercarla a los niveles que vemos en los países más avanzados, nos permitiría disponer de 9 puntos adicionales de PIB de forma permanente para políticas fiscales, ya sean de gasto o de impuestos. Yo creo que esa es la forma de pensar. Lo contrario: aplicar políticas expansivas, sólo permitiría reducir de forma transitoria el desempleo. Es lo que vimos al inicio de la crisis: evitamos que de forma muy transitoria la tasa de desempleo aumentara más, pero a cambio de esto, hipotecamos parte de nuestro futuro y luego tuvimos que llevar a cabo una gran política de ajuste fiscal porque llegamos a tener un déficit del 11% del PIB.
La herencia recibida de la que tanto ha hablado Rajoy.
Lo que hay que tener en cuenta es que en esos años del inicio de la crisis, por cada tres euros de ingresos públicos, llegamos a gastar cuatro. En los últimos años hemos reducido el déficit a la mitad, pero seguimos teniendo déficit y, por tanto, seguimos llevando a cabo una política fiscal expansiva, no se nos debe olvidar esto.
Sí, se ha producido un ajuste fiscal muy intenso, pero que ha llevado el gasto per cápita real a los niveles que había antes de la crisis económica
Cuando hablamos del ajuste fiscal que ha ocurrido en España tenemos que verlo con una perspectiva del medio plazo. Sí, se ha producido un ajuste fiscal que ha sido muy intenso, pero que ha llevado el gasto per cápita real a los niveles que había antes de la crisis económica, en el año 2007. Y que ha habido algunas partidas que son muy importantes, como es el gasto en Sanidad o Educación, en los que ha habido un ajuste importante, pero que a finales de 2014 era superior al que había a finales de 2007. Lo que ha habido es una reversión del fuerte crecimiento del gasto público que se produjo en los primeros años de la crisis, que básicamente tuvo un carácter temporal que no se podía sostener porque sólo lo podíamos financiar mediante déficit, esto es, con préstamos de los mercados, y eso se tenía que corregir.
Al mismo tiempo, hay que recordar que esto ocurre en un país que ha llegado a destruir el 18% del empleo y en el que se ha producido una caída de la renta per cápita. Por eso tenemos que dar mucha importancia al hecho de que los datos de gasto público de 2014 y de 2015 en partidas públicas tan importantes como Sanidad o Educación, o incluso más en el caso de las Pensiones, estén por encima de los niveles que tenían antes del inicio de la crisis. Eso significa que hemos sabido preservar lo más sustancial.
Hay algunos partidos que proponen ir a negociar a Bruselas más tiempo para corregir el déficit. Sin embargo, teniendo en cuenta esta lectura, tal vez no sea apropiado demorar más el ajuste fiscal.
Yo creo que el ritmo de ajuste del déficit ha sido razonable y el adecuado: lo suficientemente lento como para no perjudicar en exceso el crecimiento económico y el empleo y a su vez, suficientemente rápido como para resultar creíble. Más allá de que negociemos más tiempo o menos, este proceso tiene que continuar. En 2015 hemos tenido una desviación importante que, dado el ritmo de crecimiento de la economía, se podría haber evitado.
Ese compromiso con la estabilidad financiera se puede conseguir de dos maneras: una comporta más sacrificios en el terreno fiscal y otra, que es la que proponemos, conlleva esfuerzos en términos de reformas estructurales, pero que es la que nos parece más inteligente, en especial en el mercado de trabajo. Esas reformas nos permitirán crecer más y ese mayor crecimiento, nos permitirá ensanchar la recaudación de nuestras bases fiscales, recaudar más y reducir el déficit de forma estructural e incluso llegar a tener superávit estructural con esos nueve puntos de PIB permanentes.
¿Qué reformas estructurales son esas que tenemos que poner en marcha?
Hay muchas reformas expuestas en un libro que publicamos a finales del año pasado (En busca de la prosperidad, Deusto); en una entrevista es muy difícil resumirlas todas, porque es una batería muy amplia. Muchas van dirigidas al mercado de trabajo, otras en los mercados de bienes y servicios, en la regulación que afecta al mercado de trabajo y también a las empresas: todo lo que tiene que ver con su internacionalización y la eliminación de las barreras al crecimiento. Otras van encaminadas a la eficiencia del gasto público y de la estructura fiscal de las administraciones públicas y también con todo lo que tenga que ver con la calidad institucional y la Educación. Al final toda esta batería termina afectando al desempleo.
Para replicar la situación del mercado laboral en España, muchas veces recurro a este gráfico:
Si nosotros cogemos a la economía española, desde cualquiera de sus dimensiones, vemos que el capital humano, el nivel de formación de la población, la calidad institucional, el Estado de derecho, la eficiencia de las administraciones públicas, el sistema judicial, la productividad de las empresas, su internacionalización..., España está sistemáticamente entre el 15-20% de mejores países en el mundo. La pregunta que debemos hacernos es: ¿Por qué si estamos entre esos países, somos una anomalía internacional en términos de desempleo? Si entendemos por qué ocurre esto, podremos dar con las políticas acertadas.
¿Cómo se explica la posición de España en ese gráfico?
Lo que explica esta anomalía es que la economía española ha acabado generando una serie de barreras; un listón con el que funcionan las empresas y el mercado de trabajo que es excesivamente alto, que está desajustado con la capacidad productiva real. De este modo, nos encontramos que países con una capacidad productiva menor tienen un desempleo menor, porque el listón está más bajo. Y países que tienen una capacidad productiva mayor (a la derecha del gráfico) y que también tienen un listón que es objetivamente más bajo. Nosotros nos hemos puesto un listón tan alto que sólo las empresas más productivas y los trabajadores más cualificados terminan generando empleos que son productivos y no precarios. El resto de la economía está desempleada o con contratos temporales, o en la economía sumergida. Tenemos algo más de la mitad de la economía que no puede superar ese listón y que tiene que pasar por debajo.
Nos hemos puesto un listón tan alto que sólo las empresas más productivas y los trabajadores más cualificados terminan generando empleos que son productivos y no precarios
Si entendemos bien ese problema sólo podemos bajar el listón al nivel de otros países. Así conseguiremos tener lo que hay en otros países: tasas de desempleo del 5% y tasas de temporalidad en el entorno del 10%, por lo que el 85% de la población estará por encima del listón, con contratos indefinidos y mayores salarios.
¿Para conseguirlo es necesario bajar los impuestos?
No hay una única receta, hay que llevar a cabo una serie de medidas, evaluarlas, corregirlas e incluso rediseñarlas. No hay que engañar a la sociedad, no vamos a bajar la tasa de desempleo de la noche a la mañana con reformas estructurales. Pero como decía antes, las políticas de demanda, de gasto expansivo, no van a solucionar el problema estructural.
Una de las cuestiones que genera más debate es el salario mínimo y el coste del despido. ¿Cómo afectaría esto al listón del mercado laboral? ¿Se podría crear empleo si se bajaran?
Hay que acabar, poco a poco, con algunos prejuicios y algunas ideas preconcebidas que son erróneas. Un ejemplo es esta idea de que si subimos los salarios esto va a crear más empleo. El salario está bien que suba, pero no como causa del crecimiento, sino como consecuencia del crecimiento y de la productividad.
Lo que necesitamos es flexibilidad salarial. Lo que tenemos que entender es que el salario mínimo atiende a otro tipo de razones sociales o de valores que son ajenos a la eficiencia con la que tiene que funcionar el mercado de trabajo. Por tanto, si una sociedad decide democráticamente que no quiere que nadie reciba un salario inferior a un determinado nivel, lo que tiene es que estar dispuesta a compensar a los trabajadores que, por la razón que sea (experiencia, cualificación, etc.) su productividad no va a alcanzar ese salario mínimo. Lo que no le puede pedir la sociedad a las empresas, sobre todo a esas que son menos productivas, que contraten a trabajadores pagándoles un salario que está por encima de su productividad, porque no los van a contratar.
Nos podríamos encontrar con la paradoja de que un salario mínimo mal diseñado termine perjudicando a los segmentos más desfavorecidos del mercado de trabajo
Hay muchas formas de diseñarlo que son más adecuadas que la del salario mínimo, como por ejemplo mínimos vitales, o complementos salariales públicos. Esto es más adecuado, porque si imponemos una regulación que artificialmente sube ese listón que está desajustado con la productividad de muchas empresas y muchos trabajadores de la economía, aquellos que no sean capaces de superarlo, estarán condenados a una situación de precariedad, de desempleo o de informalidad. Nos podríamos encontrar con la paradoja de que un salario mínimo mal diseñado termine perjudicando más a aquellos segmentos más desfavorecidos del mercado de trabajo y que más necesitan que les protejamos, pero que les protejamos con unas políticas bien diseñadas.
Si fuera tan bueno ese salario mínimo, ¿por qué no lo llevamos a los 2.000 o los 3.000 euros? Es una pregunta retórica, porque ya sabemos la respuesta, a medida que lo vayamos elevando, vamos a ir subiendo ese listón y vamos a ir dejando cada vez más gente, la más desfavorecida, fuera del mercado laboral.
Entonces, ¿lo que hay que hacer es bajar salario mínimo?
No, la solución no tiene por qué ser esa. Si hemos llegado a la conclusión de que el salario mínimo tiene que ser el actual (655 euros) o incluso tiene que algo más, de 700 euros, tenemos que pensar en cómo llegamos a ese salario mediante los complementos salariales adecuados que tenemos que pagar entre toda la sociedad. Porque si le pedimos a una empresa poco productiva que se haga cargo de ese salario mínimo contratando a un trabajador poco cualificado, no lo va a hacer.
¿Sería mejor retirar el salario mínimo para las empresas y poner una renta pública garantizada?
No necesariamente, porque, por esa misma regla de tres, podemos pensar que determinados tipos de trabajos o de niveles salariales que, aunque estuviésemos dispuestos a pagar la diferencia con dinero público, no es bueno que se creen. Pero es que llegados a esa situación, podemos hacer antes muchas cosas en el mercado laboral para mejorar los salarios. Una de ellas es mejorar la productividad.
Pensamos que el salario mínimo es el que va a marcar las condiciones salariales de la gente, y no. Lo que termina siendo el principal determinante de las condiciones laborales es la productividad. Por eso, todo lo que podamos hacer por mejorar la productividad de esos puestos de trabajo, se va a reflejar en mejoras salariales.
El salario mínimo está bien donde está. Podemos plantearnos qué hacemos con la gente con menos cualificación y con menos experiencia, cómo complementamos salarialmente hasta que se alcance ese salario mínimo y luego centrarnos en las medidas del mercado laboral que necesitamos. El problema de la temporalidad acaba afectando tanto a la productividad como al salario. ¿Por qué? Porque cuando corregimos por sector, empresa, nivel de cualificación del trabajador y por todo y simplemente comparamos el trabajo indefinido y uno temporal, hay una diferencia de productividad y, por tanto, de salario, del 15%.
Es razonable, porque en cualquier puesto de trabajo, una persona con lo que conocemos como aprendizaje en el puesto de trabajo va mejorando su productividad y su valor añadido para la empresa y esto es lo que le permite tener un salario un 15% superior. Es más lo que podemos ganar por la vía de la temporalidad de lo que podemos tratar de resolver con aumentos del salario mínimo y que además podría tener consecuencias indeseables si no lo diseñamos bien.
Puede ocurrir entonces que las personas menos productivas sigan en una situación precaria y las más productivas eleven su renta de modo aumente la brecha de la desigualdad.
Esto no tiene que ser así, es una de las ventajas que tiene la economía española. Estamos tan lejos de esa frontera en términos de renta per cápita y de equidad, que para nosotros no es cierto que tengamos que elegir entre crecer más o ser más equitativos. Las mismas políticas que van a corregir nuestras ineficiencias en el mercado de trabajo y que nos van a permitir crecer más, son al mismo tiempo las que nos van a permitir reducir la desigualdad.
Aquí en la base del gráfico hay una media de desigualdad, medida como coeficiente de Gini y en la izquierda, la renta per cápita. La línea de puntos superior marca la frontera, donde parece que sí que hay que elegir entre más renta per cápita y más desigualdad o un poquito menos de renta per cápita y menos desigualdad. Hay que elegir entre EEUU o Dinamarca. Nosotros estamos muy lejos de esa frontera. Podemos aumentar al mismo tiempo nuestra renta per cápita y también nuestros salarios, simultáneamente que resolvemos la desigualdad.
Son las mismas políticas, la educación, las políticas activas del mercado de trabajo, las de lucha contra la precariedad y la temporalidad, las que nos permitirán reducir el desempleo y, al mismo tiempo, elevar la renta per cápita y los salarios para reducir la desigualdad.
España además tiene ahora el problema añadido de la parálisis política. ¿Hasta qué punto empieza a pesar ya en la actividad económica?
Sí, afecta claramente. El problema es que no lo podemos ver de una forma directa, porque esto tiene que ver con cuánto podría estar creciendo la economía española en ausencia de esas incertidumbres. Podemos tratar de medirlo. Lo que hemos estimado recientemente es un índice de incertidumbre política/económica en el que hemos visto varias cosas.
Lo que ya hemos visto de incertidumbre política supone entre dos y tres décimas menos de crecimiento
La primera es que ese índice alcanzó en enero y en febrero, aunque hubo una corrección, unos de los niveles más altos que hemos visto en los últimos 15 años. Lo segundo que hemos visto es que históricamente, cuando ese índice de incertidumbre política/económica aumentaba, terminaba teniendo unos efectos negativos sobre la actividad económica. Por lo tanto, de esa regularidad empírica, podemos estimar el efecto de lo que ya ha ocurrido en enero y febrero sobre la economía española. Lo que ya hemos visto supone entre dos y tres décimas menos de crecimiento.
¿El efecto marginal es creciente en el tiempo?
No, una vez que la incertidumbre desaparece, ese efecto desaparece y no es creciente en el tiempo. Lo que no hemos visto nunca es una situación en la que la incertidumbre alcanza un nivel y se mantiene elevado en el tiempo. Como no lo hemos visto nunca, no sabemos qué pasaría en esa situación.
Es posible que España vaya hacia unas nuevas elecciones y esto mantendría al país sin gobierno unos meses más.
Sí, pero es importante distinguir tener o no tener gobierno y lo que es la incertidumbre política-económica. Podemos imaginarnos muchas situaciones de países en los que no hay gobierno y aun así no hay una situación de incertidumbre política-económica. O a la inversa: que hay un gobierno estable y una incertidumbre elevada. Por lo tanto, todas las combinaciones son técnicamente posibles. Veremos a ver lo que ocurre, nosotros seguiremos monitorizando ese indicador y eso nos permitirá cuantificar los efectos sobre la actividad económica.