Para los defraudadores todo son problemas. Lo primero es burlar el control de Hacienda para llevar su dinero hasta un paraíso fiscal para no tener que pagar impuestos. Pero las dificultades no se terminan ahí, después hay que buscar estratagemas para poder usar ese dinero en el día a día. La vida así es complicada, pero ahora, con las tarjetas anónimas, todo se ha vuelto mucho más sencillo.
Una tarjeta anónima es como una tarjeta de débito normal y corriente, con la única diferencia de que no tiene ningún nombre asociado. En el hueco donde aparece, en las tarjetas de débito normales, el nombre del propietario escrito en relieve, aquí hay un número. Tampoco hay ninguna identificación personal en la banda magnética ni en la cuenta bancaria asociada a esa tarjeta. Es, sencillamente, 100% anónima. La cuenta bancaria que soporta a esa tarjeta es una subcuenta que está a nombre de la entidad financiera o del procesador de pagos, por lo que no hay rastro del verdadero titular del dinero.
Las tarjetas anónimas son perfectamente legales, por lo que el defraudador no tiene que utilizarla a escondidas. De hecho, no nacieron con este objetivo de utilizar dinero negro, pero rápidamente la industria financiera empezó a utilizarlas con este fin, aprovechando la enorme privacidad que tienen. Con estas tarjetas se pueden realizar compras en tiendas o sacar dinero de cajeros, exactamente igual que con el resto de tarjetas. Otra opción son las tarjetas prepagadas anónimas, que no tienen asociada una cuenta, sino que el dinero está depositado directamente en la banda magnética y se usa hasta que se acaba el dinero.
Ahora mismo es uno de los grandes atractivos que tienen los paraísos fiscales
Las tarjetas anónimas se han popularizado en los últimos años y hoy son el producto estrella de los paraísos fiscales. Una simple búsqueda por Google permite encontrar un buen puñado de empresas financieras que ofrecen estos servicios. Sin firmas, sin trámites complicados, sin nombre en la tarjeta ofrece una de las empresas. “Ahora mismo es uno de los grandes atractivos que tienen los paraísos fiscales”, explica José Luis Groba, presidente de la Organización Profesional de Inspectores de Hacienda del Estado (IHE). “Ahora mismo es muy fácil gastarse el dinero de un territorio offshore’, ni siquiera hay que llevar el maletín con el dinero en efectivo”, remarca Groba, “a Luis Bárcenas (extesorero del PP) le pillaron con una tarjeta anónima”. Como ya se ha apuntado, las tarjetas anónimas no están prohibidas, por lo que no vulneran la ley, la infracción es tener dinero negro sin declarar y tributar por él.
¿Cómo funcionan?
Un defraudador que tenga ya su dinero en un paraíso fiscal, lo que hace es que contrata estos servicios y realiza una transferencia a la cuenta madre abierta en el procesador de pagos, donde se acumulan todas las transferencias de los clientes. De esta cuenta madre cuelgan las subcuentas, una por cada tarjeta, a la que se asocia un número, que habitualmente es el mismo que tendrá después la tarjeta. Con este paso intermedio de la cuenta madre se pierde el rastro de la persona que está detrás de la tarjeta, por lo que rastrearlo resulta imposible. “Hay sistemas más complejos, que envían el dinero a cuatro o cinco paraísos fiscales, por lo que es casi imposible seguir su pista”, explica Groba. En otros casos, existen varias subcuentas, vinculadas unas a otras y todas anónimas, antes de llegar a la subcuenta definitiva que es desde donde se emite la tarjeta, todo con el objetivo de ocultar al máximo la identidad del defraudador.
Los defraudadores se benefician de la legislación existente
De este modo, desde que el usuario realiza una transferencia de dinero hasta que lo tiene disponible en la tarjeta anónima pasan sólo unos segundos. Y ya tiene todo listo para ir al cajero o de compras con total tranquilidad. Las operaciones quedan registradas al nombre del procesador de pagos, que es una empresa offshore, por lo que es imposible comprobar quién es la persona que está detrás de ese dinero.
De hecho, si la policía encuentra a una persona que porte una tarjeta anónima y que esté emitida desde un paraíso fiscal, no tiene nada fácil demostrar que efectivamente es suya. “Si no están registradas a su nombre, si no hay una titularidad real o si no se puede acreditar, habrá un problema para demostrar su autoría”, indica Óscar Redondo, socio de Cremades & Calvo-Sotelo y juez en excedencia. Las entidades suelen cobrar una comisión alta por este servicio, mucho más que una tarjeta de débito al uso, pero los defraudadores lo compensan sobradamente con no pagar a Hacienda.
Todo legal
Con las tarjetas anónimas, la vida es mucho más fácil para los defraudadores. Es una forma para tener dinero negro siempre encima y siempre preparado para ser usado sin riesgo, o con un riesgo muy bajo. El presidente de los Inspectores de Hacienda reclama que se prohíba esta operativa. “No debería haber ninguna cuenta que funcione con subcuentas y tarjetas anónimas”, denuncia Groba. Teniendo en cuenta que son un instrumento que facilita el fraude, no tiene mucho sentido que todavía se permita su uso. “Las tarjetas anónimas deberían estar prohibidas”, sentencia.
En un tono similar se pronuncia Redondo: “Los defraudadores se benefician de la legislación existente”. La solución debería pasar por “una armonización internacional en esta materia para controlar su uso”, de modo que esta práctica fuese ilegal en el mayor número de países posible.