El nombre de Juan Antonio Sagardoy (Pitillas, Navarra, 1935) ha estado ligado al desarrollo de la legislación laboral española desde la Transición. Catedrático de Derecho del Trabajo, es académico de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y de la Academia Iberoamericana de Derecho del Trabajo y Seguridad Social. También recibió la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo y conoce bien el mundo de la empresa, puesto que, entre otros, fue consejero de Telefónica.
¿Cuál es su diagnóstico de la situación en la que nos encontramos?
Podríamos decir que ante esta gran plaga debemos tener presente dos planos distintos. Hay un plano colectivo y el Gobierno tiene la labor de gobernar y ofrecer soluciones o, más que soluciones milagrosas, caminos para ayudar a las personas a superar esta situación adversa.
Luego hay otro plano individual muy importante. Nos encontramos todos confinados en casa y cambia de manera total la distribución y uso del tiempo, lo que tiene muchas connotaciones. Por primera vez, no podemos salir, pasamos un día tras otro sin muchas cosas que hacer. No olvidemos que España es un pueblo de pocas aficiones. Somos un pueblo de estar fuera, con los amigos, pero no de tener aficiones que nos llenen el tiempo. Eso, en estas circunstancias, se nota de forma notable. Ese vacío produce desasosiego. A eso se añaden las condiciones de las casas porque aunque hay de todo, hay muchas más casas con poco espacio vital para pasar estos días, lo que produce una situación anímica mala.
En este plano individual uno debe hacerse su plan de acción para no tener el día en blanco. Y si las medidas para el plano colectivo son desacertadas, lo individual tiene menos eficacia. El Gobierno está sorprendido por esta situación y quizás no tiene un programa firme y claro que ofrecer a los ciudadanos para que la sobrepasen. Es necesario que los poderes públicos tengan una guía. Eso es gobernar en una situación insólita como la que vivimos.
¿Cuál sería su receta para los gobernantes?
Para poder resolver cualquier problema, lo primero es conocer sus entornos, sus dimensiones y sus causas, es decir, conocer el problema. Después hay que tener decisión para atacarlo y optimismo. No hay que acercarse a él con el ánimo bajo y pensando que no podemos superarlo.
El optimismo hay que tenerlo. Hay que recordar esa frase tan española "no hay mal que 100 años dure". Esto lo pasaremos. Hay que tener fe en que será así, pero un optimismo sensato, poniendo los medios. Y ahí el Gobierno tiene bastante que decir. Yo no soy quién para dar fórmulas, pero lo que doy son actitudes. Hay que tener decisión, conocimiento de la situación y optimismo. Después, veremos cómo se concreta. Hay que ir variando el plan según las circunstancias. Pero sería bueno saber a qué atenernos, tener la confianza en que lo que se diga desde el gobierno sea una solución.
Antes del Covid-19, estaba sobre la mesa derogar la reforma laboral. Con la pandemia, se cerró un acuerdo histórico entre patronal y sindicatos para flexibilizar los ERTE. ¿Es esta crisis una oportunidad para dejar atrás las viejas diferencias?
Sería una catástrofe que empresarios y trabajadores no aparcaran sus puntos de vista concretos y se cerraran ahora en posiciones que impidieran el acuerdo con la otra parte. Son momentos excepcionales en la historia de los países.
Sería nefasto que no se pudiera llegar a soluciones razonables en lo laboral. Hay que superar esto con sentido nacional. Confío en la sensatez de las partes sociales para que se lleguen a acuerdos sin un ganador. Acuerdos que sean objetivamente positivos para el trabajador y el empresario. La historia ha demostrado que eso que puede parecer antagónico es compatible. Un ejemplo son los ERTE, una medida paliativa del despido buena para ambos.
Hay que superar esto con sentido nacional. Confío en la sensatez de las partes sociales para que se lleguen a acuerdos sin un ganador
¿Qué papel deben jugar los empresarios en este momento?
Es una ocasión de oro para que empresarios y trabajadores vean más allá de la crisis inmediata y piensen en cómo lograr una legislación laboral acordada para que haya trabajo, que haya buen trabajo y que se blinde su pérdida lo más posible dentro de la racionalidad de las medidas. Porque a veces se adoptan medidas que parecen positivas para el trabajador y al final son negativas porque el empresario no las puede soportar. No hay peor protección para el trabajador que el exceso de protección.
Hay que buscar un equilibrio para que esto funcione y ahí el gobierno tiene el papel insustituible de la dirección de orquesta. Si no hay un director de orquesta, el concierto suena muy desafinado. El Gobierno nos debe decir qué es lo que quiere hacer, lo que cree que hay que hacer y debe animar a hacerlo en un sentido positivo. No hay que ser cicateros. Si la medida es buena, hay que aplicarla con un sentido nacional, no partidista. Ese es el reto de empresarios y trabajadores, pero siempre animados por el poder público.
El Gobierno debe decir qué es lo que quiere hacer, lo que cree que hay que hacer y animar a hacerlo en un sentido positivo
¿Sería bueno recuperar el espíritu de los Pactos de la Moncloa?
Los Pactos de la Moncloa tienen un poder mágico que hay que tener en cuenta cuando se habla de ellos. ¿Qué son? Un ejemplo de cómo agentes con intereses distintos pueden alcanzar acuerdos sin ganadores ni perdedores. Ese fue el mayor significado de aquellos Pactos.
Ahora que hemos madurado es una ocasión buena para pactar sin que se satisfagan los intereses individuales. Se podría superar esa vieja dicotomía entre legislación protectora o legislación ultraliberal. Hay que ir hacia una legislación que cuide los intereses de los trabajadores pero que a su vez cuide los intereses del empresario en el marco del interés de la nación. Ese es el arte.
Estamos viendo que los trabajadores temporales vuelven a ser los más vulnerables. ¿Se debe hacer frente a la temporalidad en este momento?
Sí. Lo temporal siempre ha sido un hándicap grande debido al coste del despido que hacía que muchas veces los empresarios prefiriesen pagar una indemnización alta antes que tener a unos trabajadores que no eran rentables. Siempre me ha llamado la atención la alta temporalidad que hay en España y no hay que ser un genio para dar una explicación de cajón: si los contratos son necesarios, ¿porqué se rompen? Hay que lograr que la fijeza no se interprete en España como una carga, sino como un beneficio para ambos. Eso requiere que cuando las circunstancias económicas, sociales u organizativas impidan una razonable evolución de la empresa, la legislación no sirva solo para poner trabas.
Hay que lograr que la fijeza no se interprete en España como una carga, sino un beneficio para empresarios y trabajadores
¿Es la oportunidad para un acuerdo por la Educación y la Formación Profesional [FP]?
Eso siempre, desde luego. Es fundamental. Hay estudios que demuestran cómo las personas formadas se despiden menos, cómo la formación repercute de manera positiva en la duración del empleo. Las escuelas de FP que tuvieron la desgracia de tener un marchamo del franquismo que hacía que hablar de ellas sonara a franquista. Sin embargo, lo esencial de la FP, que es la formación de los trabajadores, es una asignatura donde se puede ahondar mucho.
¿Es también una oportunidad para recuperar la confianza en las instituciones?
Lo que está pasando ahora en España puede ser un momento histórico si se aprovecha bien para dar un vuelco muy positivo a nuestras estructuras y normas de funcionamiento, sobre todo en el plano sociolaboral.