Las cuentas que no le salen al agricultor: no cubre costes mientras los súper venden un 250% más caro los alimentos
Los costes se han disparado un 40% en dos años. El alimento que menos se encarece desde su origen hasta los lineales es el aceite de oliva.
9 febrero, 2024 02:47A comienzos de este año, un agricultor recibía en promedio 0,32 céntimos por cada kilo de patatas que producía. Al llegar al supermercado, ese mismo kilo costaba 1,83 euros; es decir, un 472% más. En ese mismo trayecto, los tomates se disparan un 292%; los limones, un 880%; los plátanos un 733% y la carne de cerdo, un 289%.
Son solo algunos ejemplos de lo que pasa con la producción agro, de la que cada vez es más difícil vivir, gritan estos días los productores en la calle. Nada escapa al fenómeno: de media los productos llegan a los lineales con un incremento del 250%.
Afirman los agricultores que la cantidad que les pagan las cadenas de suministro en muchos casos es tan baja que ni siquiera cubren los costes, que por otra parte se han incrementado un 40% en los últimos dos años, señala COAG.
Los datos que lleva esta organización agraria, que junto a Asaja y UPA ha arrancado su calendario de movilizaciones este jueves, reflejan la tormenta perfecta que ha desembocado en unas movilizaciones que están subiendo de intensidad en nuestro país. Las cuentas ya no salen al campo.
Agricultores y ganaderos ven lejos, lejísimos, ese encarecimiento del 7,3% en la cesta de la compra que refleja el INE. Porque de acuerdo con el Índice de Precios en Origen y Destino de los alimentos (IPOD) de COAG, hortalizas y frutas multiplican tres, cuatro y hasta cinco veces su precio desde que ellos los venden hasta que llega a las manos del consumidor.
Desfase de precios
También pasa con las carnes. Un kilo de ternera se paga en origen a 5,45 euros; en destino sube a 21,03 euros. Es un 286% más; en el caso del cordero, el kilo se dispara un 310%; en el pollo, un 176%. Más modesta es la subida de huevos y leche: un 47% y un 77%, respectivamente.
Que haya diferencia entre origen y destino se explica por los costes de los demás eslabones de la cadena alimentaria: transformación, envasado, transporte... Que la diferencia haya alcanzado esta dimensión, con porcentajes de tres dígitos, es algo que ya no entienden los agricultores.
La pronunciada escalada se da en casi todos los productos. Solo uno escapa: el aceite de oliva. Es lo que menos se dispara desde que se paga en origen hasta que llega a los estantes de los supermercados: apenas un 17%.
Lo que reciben
La explicación para la singularidad del aceite es la sequía. El año pasado se produjo menos de la mitad y para este la previsión es que sea aún un 34% inferior a la media. Teniendo en cuenta que España es el principal productor de aceite de oliva del mundo, que no cosechemos tanto implica, sí o sí, que haya menos aceite en el mercado.
Por eso los productores no ven un desfase de precios entre el origen y el destino; se compra todo lo que hay. Pero no sucede lo mismo con productos en los que la competencia es mucho mayor, como tomates u otras hortalizas, que pueden llegar de otros países de la UE o de terceros, como Marruecos, que tienen un coste mucho menor.
"Cuando hay condiciones climatológicas que generan más producción los precios se hunden, y cuando entran productos de fuera ocurre igual", explica a EL ESPAÑOL-Invertia Andrés Góngora, responsables de hortalizas y verduras de COAG.
El mercado actúa y los precios que se les pagan caen. El problema agregado es que "no se hunden proporcionalmente": no porque haya un aumento de la oferta del 10% implica que los precios bajen ese 10%. El hundimiento es superior y no remontan.
Esa volatilidad en los precios de origen es lo que "angustia" al sector, apunta. La Ley de la Cadena, cuya última reforma entró en vigor a finales de 2021, busca que no se pague al agricultor y ganadero por debajo de sus costes de producción, pero las organizaciones agrarias señalan que la norma no es efectiva.
Los costes: SMI y materias primas
"La ley viene a decir que tenemos que tener contratos que cubran los costes, pero nadie me describe esos costes. Puede haber contratos semanales, o para cosechas de larga duración como el tomate. También hay contratos de campaña, como sucede con la sandía", apunta Góngora.
Si en el tiempo que dura el contrato los costes de producción suben, es algo que asume el agricultor. Con el estallido de la guerra en Ucrania, combustibles y materias primas como piensos o semillas se han encarecido; en los primeros compases del conflicto, la escalada fue muy rápida y pronunciada.
Todo ello ha ido minando la rentabilidad. Se suma también la competencia de países terceros que producen a menor coste. "Ahí está el fallo de la Ley de la Cadena: mientras no controlen las importaciones de terceros es imposible que funcione. Si me cuesta 0,80 céntimos producir tomates y de Marruecos entran a 0,50 céntimos, ¿quién me va a pagar 0,80 céntimos?", se pregunta.
El otro gran coste que señalan es el laboral. ¿Cuánto pesa el coste laboral y el coste de insumos en una explotación? Depende. En cultivos como el cereal los costes laborales pueden suponer apenas un 10%, siendo el restaste insumos como fertilizantes. En el caso de cultivos como fresa o brócoli, esos porcentajes se invierten.
En este contexto, la subida del SMI, que les ha pillado por sorpresa, ha sido otro golpe. "Si me anuncian que en seis meses va a salir el salario mínimo pues yo, que sé que para entonces estaré en plena campaña, hago unas cuentas diferentes con previsión. Pero ahora, que estoy ya recogiendo tomates, los números que hice se me descuadran", avisa Góngora.