Los bancos centrales llevan tiempo reclamando que nadie se confunda, que no son todopoderosos. Y 2019 lo ha confirmado. Sus representantes más renombrados, la Reserva Federal (Fed) estadounidense y el Banco Central Europeo (BCE), enfilan la recta final de un ejercicio, con las reuniones que celebrarán en la segunda semana de diciembre, que hace un año planteaban de un modo y que luego no han tenido otro remedio que afrontar de otro muy distinto.
Básicamente, tanto la Fed como el BCE encaraban 2019 con la intención de normalizar las condiciones monetarias de sus respectivas áreas de influencia. O lo que es lo mismo, contemplaban subir los tipos de interés y reducir sus balances. Pero no ha podido ser. Es más, lo que ha ocurrido es justo lo contrario, porque han reducido los tipos y están volviendo a ampliar sus balances. ¿El motivo? Con los matices propios de cada caso, la ralentización del crecimiento y la creciente incertidumbre derivada, principalmente, de la guerra comercial entre EEUU y China.
TRES RECORTES TRAS CUATRO SUBIDAS
En el caso de la entidad presidida por Jerome Powell, venía de subir los tipos en cuatro ocasiones en 2018 y aspiraba a elevarlos en dos ocasiones más en 2019. Así fue hasta marzo, porque ya entonces la Fed empezó a cambiar el paso. Comunicó que aparcaba los aumentos de los tipos. Tres meses después, en junio, fue más allá, y abrió la puerta a rebajar los intereses. Así acabó ocurriendo a finales de julio, cuando ejecutó el primer recorte de los tipos desde 2008.
Los dos bancos centrales aspiraban a subir los tipos y adelgazar su balance en 2019. El año, sin embargo, acaba con intereses más bajos y balances que vuelven a engordar
No ha sido el único. A ese movimiento le siguieron dos descensos más, en septiembre y octubre, para completar tres tijeretazos que dejan el precio del dinero en el 1,50-1,75% en la primera economía del mundo. Salvo sorpresa, acabarán ahí el año, puesto que el mercado no espera que Powell lleve a cabo una cuarta rebaja en la reunión de los días 10 y 11 de diciembre.
Esta palanca, la de bajar los tipos, tampoco ha sido la única a la que ha recurrido la Fed. Otra prueba de hasta qué punto el año se le ha dado la vuelta se refleja en su balance. La entidad inició 2019 reduciéndolo, tal como venía haciendo desde el último trimestre de 2017. Y su intención era seguir por ese camino. Hasta que, de nuevo, los acontecimientos le hicieron cambiar de opinión.
Primero anunció que dejaría de reducirlo en septiembre; luego adelantó esta fecha a agosto; y por último, en octubre, anunció que volvía a ampliarlo mediante la compra de letras del Tesoro por valor de 60.000 millones de dólares mensuales y otras operaciones de financiación a corto plazo con la intención de calmar las tensiones surgidas en el mercado monetario estadounidense.
Como resultado, el balance de la Fed, que inició el año en los 4,06 billones de dólares, adelgazó hasta los 3,75 billones en agosto y finalizará 2019 de nuevo por encima de los 4 billones. Antes del estallido de la crisis no llegaba al billón de dólares y durante la crisis, a rebufo de los distintos programas de expansión cuantitativa (QE1, QE2 y QE3), llegó a engordar hasta los 4,5 billones.
Para añadir más ‘picante’ a un ejercicio resuelto de manera bien diferente a la prevista, la Fed ha contado en su viraje estratégico con la constante y furiosa presión del presidente de EEUU, Donald Trump, que no ha dudado en ir incrementando sus críticas sobre Powell para que la institución redujera los tipos con más intensidad y más celeridad. La última demostración se ha producido este mismo diciembre. Ante esas expectativas que contemplan que la Fed no reducirá este mes los tipos, Trump ha vuelto a reclamar al banco central que sí lo haga. Como trasfondo de sus presiones, su intención de contar con un dólar más débil para reforzar su cruzada comercial y, sobre todo, su interés de presentarse a las presidenciales de 2020 con el crecimiento económico como su principal carta de presentación para lograr la reelección.
RETOMANDO EL QE
En el caso del BCE, el considerable frenazo de la economía europea ha obligado a la entidad a modificar sus intenciones de manera brusca. Terminó 2018 poniendo fin a las compras netas de activos en el mercado y confirmando su voluntad de elevar los tipos en septiembre u octubre de 2019. Pero al final ha tenido que recuperar las primeras y bajar más los segundos.
Este cambio de orientación ha sido el último servicio de Mario Draghi al frente de la institución. Tras preparar el terreno en los meses previos, en septiembre redujo los tipos de interés de la facilidad de depósito del -0,40% al -0,50% y anunció que el BCE volvería a comprar activos de forma neta en el mercado por valor de 20.000 millones de euros mensuales a partir de noviembre. Es decir, tipos más bajos aún -y durante más tiempo- y un balance aún mayor que también crecerá por la nueva ronda de financiación bancaria a largo plazo (TLTRO III) que el BCE también ha puesto en marcha este año.
En apenas 24 horas, entre el 11 y el 12 de diciembre, la Fed y el BCE pondrán el colofón a un año de lo más enrevesado. Un año repleto de confusiones, con crecientes dudas a su alrededor; un año que ambas acaban en el diván
Las medidas de septiembre supusieron un cambio tan drástico con respecto a lo esperado que incluso desataron las críticas en el propio seno del BCE. Varios de los integrantes del Consejo de Gobierno de la entidad no dudaron en criticarlas en público, porque entendían que no había motivos para ir tan lejos, en particular con la reactivación de las compras de activos. Draghi, sin embargo, se empeñó en sacarlas adelante, causando una fractura que ahora tratará de reducir la nueva presidenta de la institución Christine Lagarde, que el próximo jueves comandará su primera reunión de política monetaria tras acceder al cargo en noviembre.
No esperan nuevas medidas en su estreno, pero la cita será sumamente relevante porque, con toda seguridad, definirá el marco en el que el BCE se moverá bajo su batuta. A priori, se prevé que Lagarde sea continuista en lo monetario, sobre todo tras la batería de medidas expansivas de septiembre, y más activista en lo fiscal, donde se espera que la francesa muestre su experiencia institucional para reclamar medidas de estímulo fiscal a los ‘europaíses’ con margen para aplicarlas, como Alemania u Holanda.
Así, en apenas 24 horas, entre el 11 y el 12 de diciembre, la Fed y el BCE pondrán el colofón a un año de lo más enrevesado. Un año repleto de confusiones, en el que las dudas en torno a sus decisiones e influencia se han agigantado; un año que las dos instituciones acaban en el diván, de todas las vueltas que les están dando a sus políticas y sus estrategias. Las dos tendrán ganas de que acabe. Aunque nada hace presagiar que 2020 vaya a ser más sencillo.