Mediados de julio. Vítor Constancio, exvicepresidente del Banco Central Europeo (BCE), lanza una reflexión en Twitter. “Es el momento de despojarse de algunos mitos creados por Milton Friedman, como el que dice que la inflación es siempre un fenómeno monetario”. Finales de agosto. Larry Summers, economista y exsecretario del Tesoro de EEUU, también aprovecha Twitter para lanzar otra reflexión. “La alta inflación y los altos tipos de interés de los años 70 generaron una revolución en el pensamiento, la política y las instituciones macroeconómicas. La baja inflación y el estancamiento de la última década han sido más largos y más serios y merecen por lo menos una respuesta similar”.
Un canal: Twitter. Dos protagonistas: Constancio y Summers. Y dos reflexiones que aluden a la misma época, los años 70, y apuntan hacia el mismo desafío, que en realidad es doble. Primero, porque requiere superar las ideas económicas surgidas de aquellos años, marcados por furiosos episodios inflacionistas, con subidas de los precios de doble dígito, que entronizaron los postulados monetaristas de la Escuela de Chicago, con el economista estadounidense Milton Friedman como principal estandarte, y finiquitaron el reinado que durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial tuvo la doctrina del economista británico John Maynard Keynes. Y segundo, porque exige buscar un nuevo paradigma, un nuevo ‘manual’, que permita encarar los problemas que plantea el siglo XXI, cada vez más distintos de los parámetros de los años 70, que acogieron la última gran lucha y el último gran vuelco en el mundo de las ideas económicas.
De aquellos años, la inflación, su control, quedó como la gran brújula de la economía, el timón que había que manejar para que el barco mantuviera un rumbo correcto. Y sus vigías, los bancos centrales, pasaron a cobrar un protagonismo creciente, reforzado en los años 80 y 90 por una independencia que les blindaba de las manos de los políticos y sus tentaciones electorales. Los banqueros centrales, los señores del dinero, como guardianes de la estabilidad.
La inflación, por tanto, principio y final. “La inflación de la década de los años 70 había creado una escuela de pensamiento económico centrada en combatir la inflación”, expone Ángel Ubide, director de estudios económicos en el grupo de renta fija global del hedge fund Citadel, en su libro ‘La paradoja del riesgo’. Y añade: “En sus modelos, la única preocupación de los bancos centrales era reducir la inflación y para toda una generación de economistas, su única experiencia profesional había sido reducir la inflación”.
REVISITANDO A BAGEHOT
Pero ya no. Porque la coincidencia de las reflexiones de Constancio y Summers no es casual. Ni mucho menos. El debate se lleva planteando desde hace tiempo. La crisis financiera, con sus ‘cisnes negros’, con su gravedad, volteó la complacencia previa, ese mundo en el que, sí, se sufrían sobresaltos periódicos, sobre todo en los mercados financieros, pero sin que desembocaran en crisis serias. Se gestó así la sensación de que ese tipo de crisis pertenecía a otro tiempo, que precisamente el aprendizaje de experiencias pasadas y el perfeccionamiento del conocimiento económico las habían desterrado. El mundo ya estaba equipado contra ellas. Los rasguños que el pinchazo de la burbuja tecnológica provocó en la economía, con breves recesiones en el peor de los casos, asentó esas interpretaciones. El armazón económico y teórico surgido de los años 70 funcionaba. La ‘Gran Moderación’, como fue bautizado el periodo de menor volatilidad en los ciclos económicos entre los años 80 y 2007, lo atestiguaba.
"La actual amenaza de la recesión exige algo más. La cuestión es qué más, y es ahí donde el debate de las ideas refulge"
Hasta que estalló la crisis. Y castigó esa soberbia. El mundo sí podía sufrir, y vaya que sí sufrió. Expió sus pecados con la peor recesión en décadas. En EEUU se prolongó durante 18 meses, el ciclo contractivo más largo desde la Gran Depresión. Tocaba revisar los planteamientos, los mismos fundamentos del sistema, porque, a diferencia de lo establecido, no estaba lo suficientemente equipado.
Las urgencias, eso sí, opacaron la lucha de las ideas. Había que actuar, y pronto, para evitar otra Gran Depresión. Ya habría tiempo más adelante para reflexionar. Y las miradas retrocedieron más allá de los años 70.
Estudioso precisamente de la Gran Depresión, el entonces presidente de la Reserva Federal (Fed) estadounidense, Ben Bernanke, que ocupó el cargo entre 2006 y 2014, entendió que el banco central de EEUU debía reaccionar pronto y suministrar abundante liquidez para que la maquinaria económica y financiera no se detuviera por completo. En sus discursos de aquellos años, referencias constantes a Walter Bagehot, periodista y economista británico del siglo XIX que escribió ‘Lombard Street’, adoptado por los banqueros centrales como manual de referencia para luchar contra los pánicos bancarios. “Para evitar los pánicos bancarios, los bancos centrales deberían prestar dinero pronto y de forma abundante, a firmas solventes, contra buen colateral y a un tipo de interés alto”, dejó escrito Bagehot.
En especial, los banqueros centrales se quedaron con la primera parte de esa recomendación, la de prestar pronto y mucho para reforzar la liquidez del sistema. Y en la medida en que sus estímulos, los más convencionales –bajadas de los tipos- y los menos convencionales –las billonarias compras de activos en el mercado-, contribuyeron a aliviar la situación, la excitación del debate académico pareció remitir.
TMM, PATRÓN ORO… Y LA RECESIÓN AL ACECHO
Pero nunca se apagó. Aunque, por puro pragmatismo, el mundo se agarró a lo que tenía a mano –Bagehot, aunque se fuera más o menos fiel a sus postulados, y otros-, de fondo la búsqueda de nuevas referencias, la revisión de las ideas, persistía. De ese caldo de cultivo brotaron obras como ‘¿Por qué fracasan los países?’, de los economistas Daron Acemoglu y James Robinson, o ‘El capital en el siglo XXI’, del economista francés Thomas Pikkety, cuyo éxito reveló que el debate, aunque larvado, estaba vivo y que el mundo buscaba respuestas -¿por qué había ocurrido una crisis así y de dónde había salido?- y nuevas referencias -¿cómo evitarlas en el futuro?-.
También emergieron alternativas a ese mundo previo a la crisis, a ese sistema financiero que, desde la detonación de Bretton Woods en 1971 y la imposición de los tipos de cambio libres y la hegemonía del dinero fiduciario, se prestaba a intervenciones o manipulaciones por parte de los gobiernos y los bancos centrales. Por eso no resulta casual que en medio del tumulto y la desorientación posteriores a la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008 sugiera algo llamado ‘bitcóin’, una nueva forma de dinero electrónico basado en una tecnología llamada blockchain y concebida para funcionar de manera descentralizada para que ningún banco central o ente similar pudiera controlarlo o manejarlo.
"La lucha está planteada. Ahí surgen los partidarios de la Teoría Monetaria Moderna. Y quienes reclaman la vuelta al patrón oro. Y todas las variantes del Keynesianismo, Monetarismo, Economía Clásica o Neoclásica, Liberalismo y Comunismo. Todos piden paso en un debate que no se da todos los días y cuyo resultado será clave"
Los síntomas, las raíces de ese debate, de la búsqueda de un nuevo paradigma, estaban por tanto ahí. Pero está siendo ahora cuando todo está aflorando de verdad, ya sin miramientos ni vaguedades. Cuando dos personalidades dentro del mundo económico, monetario y financiero como Vítor Constancio y Larry Summers se pronuncian de ese modo no es de manera gratuita y sin más. Y exponen sus reflexiones ahora porque el mundo afronta una encrucijada ante la que ese armazón surgido de los años 70, ya desgastado por la crisis, tampoco parece suficiente. La actual amenaza de la recesión exige algo más. La cuestión es qué más, y es ahí donde el debate de las ideas refulge.
Porque los bancos centrales parecen extasiados tras bajar los tipos de interés hasta el 0%, e incluso por debajo, y bombear billones y billones de dólares en la última década. ¿Tiene sentido y, sobre todo, será efectivo bajar todavía más los tipos de interés, cuando ya hay en el mundo deuda por valor de 17 billones de dólares con intereses negativos y se desconoce el impacto que los tipos negativos pueden tener en las decisiones y las expectativas de los agentes económicos y en la asignación de activos, e inyectar más dinero en el sistema?
Ahora bien, si no son ellos, si no se puede contar con los bancos centrales, o al menos ya no tanto, ¿qué queda? La política fiscal, se dice. ¿Pero cómo? ¿Y cuánto? ¿Y de qué tipo? ¿Y con qué margen en mundo que carga con más deuda que nunca, gran parte de ella de los Estados, con países en los que equivale o supera el 100% de su Producto Interior Bruto (PIB), entre ellos EEUU y España?
Justo ahí aparecen los partidarios de la Teoría Monetaria Moderna, matizando que eso no es problema, que los Estados soberanos pueden emitir moneda ilimitadamente para afrontar sus compromisos financieros e ir modulando el consumo y la inflación con los impuestos. Reclamando, en definitiva, que su momento por fin ha llegado. Y también surgen los defensores de la vuelta del patrón oro, determinados a reinstaurar la disciplina que imponía el respaldo del metal precioso y a acabar con los 'juegos' de los bancos centrales. Y todas las variantes de Keynesianismo, Monetarismo, Escuela Clásica o Neoclásica, Liberalismo y Comunismo que están en liza. Todos ellos piden paso, protagonismo, para gobernar el siglo XXI con sus postulados.
"Se están planteando preguntas sobre supuestos que alguna vez se mantuvieron ampliamente, incluido cuánto deben preocuparse los bancos centrales por la inflación y si los déficits gubernamentales son importantes"
"Dados los bajos tipos de hoy, los bancos centrales y los responsables políticos de todo el mundo están buscando nuevas herramientas que puedan usar durante la próxima recesión económica", confirma Stefan Hofrichter, economista global de Allianz Global Investors. "Sin embargo, no solo no hay consenso sobre qué opciones serán efectivas, sino que se están planteando preguntas sobre supuestos que alguna vez se mantuvieron ampliamente, incluido cuánto deben preocuparse los bancos centrales por la inflación y si los déficits gubernamentales son importantes. En total, el escenario está listo para un debate robusto sobre qué medidas de política monetaria, fiscal y estructural funcionarán o no", reconoce igualmente.
El mundo, por tanto, está asistiendo ya a este debate. Es más, es que el mundo lo reclama. Y posiblemente lo necesita. Porque, como decía también Constancio en Twitter a mediados de julio, el mundo y el comportamiento de la inflación de ahora tienen poco que ver con el de los 70. La globalización, la revolución tecnológica, el envejecimiento de la población en los países desarrollados, la creciente sensibilidad medioambiental y la concienciación social por la sostenibilidad del planeta, el mayor protagonismo de los mercados bursátiles y de divisas y del conjunto del sistema financiero en la economía exigen nuevas respuestas. Un nuevo paradigma. Un manual, en resumen, a la medida de este desafiante siglo XXI.
No es poco lo que está en juego. A estas alturas, tras el desgaste y el malestar de la crisis y a causa de las tensiones políticas y sociales actuales, la pelea no se antoja pequeña. No se trata de una riña, de una pataleta académica, sino de una auténtica batalla de ideas como la que solo acontece de cuando en cuando, de generación en generación. Como la que ocurrió en los años 70. Entonces fue posible hallar una alternativa. Ahora, como pide Summers, el mundo no merece menos.