“Es el momento de despojarse de algunos mitos creados por Milton Friedman, como el que dice que la inflación es siempre un fenómeno monetario”, reclamó en julio el exvicepresidente del Banco Central Europeo (BCE), Vítor Constancio. “La alta inflación y los altos tipos de interés de los años 70 generaron una revolución en el pensamiento, la política y las instituciones macroeconómicas. La baja inflación y el estancamiento de la última década han sido más largos y más serios y merecen por lo menos una respuesta similar”, exigió poco más de un mes después Larry Summers, economista y exsecretario del Tesoro de EEUU. La secuencia continuó en septiembre en forma de libro, uno que cuenta con más de 1.000 páginas, que se titula 'Capital e ideología', que lleva la firma del economista francés Thomas Piketty y que viene cargado de nuevas recetas económicas para el desafiante siglo XXI.
Son solo tres de los muchos síntomas agolpados en los últimos meses que delatan hasta qué punto el mundo está desbordado de preguntas y hambriento de respuestas. Hasta qué punto el planeta, en concreto el planeta económico, está necesitado de un manual de uso para el siglo XXI. Y ahora llega otro de esos síntomas. Bueno, más que síntoma, toda una evidencia. Y más que llegar, explota.
Lo que está admitiendo la entidad ya capitaneada por Christine Lagarde es que con su vieja brújula, la diseñada con el lanzamiento del BCE en 1998 y retocada luego en 2003, ya no le alcanza para manejarse en este siglo XXI
Este jueves, el Banco Central Europeo (BCE) ha dado marchamo oficial al inicio de los trabajos para llevar a cabo la revisión de su estrategia. Si todo va como pretende, estas labores estarán terminadas para finales de 2020. Por ahora, lo que ha hecho es difundir un comunicado con el calendario y las ambiciones perseguidas con esta puesta a punto. Y justo ahí, en lo que dice en ese comunicado, su decisión se suma a esos llamamientos de Constancio o Summers; a esa búsqueda de respuestas como las que proponen Piketty y otros. Porque el BCE no es el primer banco central importante que está revisando sus procedimientos. La Reserva Federal (Fed) estadounidense también está en ello. Viene trabajando en su estrategia desde 2018 y está previsto que anuncie sus conclusiones en la primera mitad de 2020.
Pero el BCE está yendo un paso -o muchos- más allá. Ímplicitamente, lo que está admitiendo con muchos más detalles, con mucha más claridad, la entidad ya capitaneada por Christine Lagarde es que con su vieja brújula, la diseñada con el lanzamiento del BCE en 1998 y retocada luego en 2003, ya no le alcanza para manejarse en este siglo XXI de revolución tecnológica, longevidad y envejecimiento de la población y crisis climática. Necesita una brújula nueva. Y no una cualquiera, sino una que sí, que le ayude a abrirse paso por los retos actuales, pero que, sobre todo, le permita salir del laberinto en el que el BCE, como otros bancos centrales, se adentraron en los años de lucha contra la crisis y del que ahora pretenden salir en algún momento. Cuando sea que llegue ese momento.
INFLACIÓN... ¿PERO QUÉ INFLACIÓN?
"Hacer frente a bajos niveles de inflación es distinto al reto histórico de hacer frente a niveles de inflación elevados", reconoce el BCE en su comunicado, en una clara referencia a la herencia de los años 70, la referida por Summers, y la necesidad de superarla. Y prosigue: "La amenaza para la sostenibilidad del medio ambiente, la rápida digitalización, la globalización y la evolución de las estructuras financieras han transformado también el entorno en el que opera la política monetaria, incluida la dinámica de la inflación".
Del mismo modo que el predecesor de Lagarde, Mario Draghi, se las 'apañó' en julio de 2012 para defender que las elevadas primas de riesgo de los países periféricos entraban dentro de su jurisdicción porque complicaban el funcionamiento del canal monetario, ahora el BCE, bajo mandato ya de la francesa, pretende ampliar los muros de la misión del BCE, la sacrosanta búsqueda de la estabilidad de los precios, para dar cabida a nuevas tendencias, como la tecnología, la sostenibilidad o el envejecimiento de la población, cuyo impacto en la inflación resulta incuestionable.
El BCE preservará su ADN, la estabilidad de los precios, pero no esconde que está abierto a modificar tanto su objetivo actual de inflación como el propio modo de calcularla
De ahí que, en su comunicado, la entidad incluya un concepto que se antoja clave en todo este proceso: "Apertura de miras". En diciembre, en su puesta de largo oficial como presidenta del BCE, Lagarde pidió que nadie la viera como un 'halcón', el sobrenombre que se da a los banqueros centrales más inclinados a subir los tipos de interés, ni como una 'paloma', la etiqueta que reciben los banqueros centrales más partidarios de bajar los intereses. Ella se presentó como una 'lechuza', símbolo de la sabiduría. Tal vez lo que quería decir es que iba a introducir un pensamiento distinto en el BCE. Eso que suele identificarse como 'pensar fuera de la caja', de manera distinta a lo habitual. Y justo eso es lo que reclama ahora el BCE. "Apertura de miras".
Una apertura que no se olvida de su ADN, la estabilidad de los precios, pero que no esconde que el BCE está abierto a modificar tanto su objetivo actual de inflación, consistente en situarla por debajo, pero cerca, del 2%, como el propio cálculo de la inflación. "La formulación cuantitativa de estabilidad de precios del BCE, junto con los enfoques e instrumentos para lograrla, serán elementos destacados de este ejercicio", reconoce la entidad. Y luego, de forma trascendental, añade: "Examinará la forma en que debería actualizarse el análisis económico y monetario mediante el que el BCE evalúa los riesgos para la estabilidad de precios, teniendo también en cuenta las tendencias nuevas y actuales".
Se trata de meter todo en la 'thermomix' y obtener un nuevo objetivo de inflación creíble, riguroso y moderno que dé lugar a una estrategia adecuada para lograrlo. Casi nada.
Ahí, todos juntos, Constancio, Summers, Piketty y tantos otros, en una sola afirmación: "La forma en que debería actualizarse el análisis económico y monetario". Un nuevo manual. Es lo que el mundo está pidiendo. Es lo que el BCE está pidiendo, porque aunque el objetivo sea el mismo, la estabilidad de precios, no es lo mismo lograrlo ahora, con todos los desafíos desatados en la última década, que en 1998 o 2003. Porque sí, es la inflación, pero mucho más, como la tecnología, las dinámicas de consumo derivadas de las nuevas pirámides de población y la mayor concienciación social sobre la sostenibilidad del planeta. Se trata de meter todo en la 'thermomix' y obtener un nuevo objetivo de inflación creíble, riguroso y moderno que dé lugar a una estrategia adecuada para lograrlo. Casi nada.
LUZ PARA SALIR DEL TÚNEL
Con un aliciente adicional: el andamiaje monetario levantado por el BCE en los años de Draghi para plantar cara a la crisis y su alargada, en el tiempo y en su alcance, herencia. Hoy, más de 12 años después del estallido de la crisis, los tipos de interés importantes ahora en la Eurozona, los de la facilidad de depósito, están en negativo, en el -0,50%. Hoy, el BCE sigue dedicando 20.000 millones de euros al mes a la compra de activos netos en el mercado para meter más dinero en el sistema y tratar de generar incentivos para reactivar el crédito, la inversión, el consumo y el empleo. Hoy, la institución continúa llevando a cabo operaciones especiales de financiación bancaria para evitar tensiones de liquidez. Como consecuencia, el balance del BCE alcanza os 4,66 billones de euros, más del doble que antes de la crisis.
Ante la relevancia y la envergadura de muchas de estas medidas, Lagarde quiere pisar un terreno más firme antes de saber si debe insistir en estas palancas o en otras, si resulta preciso, o si debe ir retirando todo este 'ponche'. Hasta ahora, Lagarde ha ido tirando del argumentario de Draghi, pero cuestiones como la vigencia de los tipos negativos, que tantos riesgos o efectos secundarios llevan aparejados, requiere mucha más justificación, porque de lo contrario amenaza con deteriorar la credibilidad del BCE y la confianza en la institución. Y para ello quiere estar segura de que el BCE tiene bien fijado el objetivo de precios que persigue, de que la inflación que 'le' presentan es real y está bien medida y de que el punto de mira del BCE no se está dejando fuera nada importante en la formación de los precios a estas alturas del siglo XXI.
Parapetado precisamente en la batería de medidas con la que Draghi prestó su último servicio en septiembre, que le otorga una amplia cobertura y sobre todo le concede tiempo, el BCE se ha metido de lleno en el 'taller'. Aspira a salir más preparado para el siglo XXI. Con un "análisis exhaustivo", dice. Y con "apertura de miras", por supuesto.