La próxima cita del Banco Central Europeo (BCE) con los mercados cuenta con un convidado inesperado: los fondos Next Generation. Después de meses de insistencia por parte de la institución en la “urgencia” de activar de una vez este mecanismo de reconstrucción, su puesta en marcha complica una reunión en la que no se esperaba más que insistencia en los mensajes del pasado marzo.
A escasas horas de que la presidenta del BCE, Christine Lagarde, tenga que explicar en Fráncfort qué herramientas seguirá usando la entidad y en qué medida ha llegado lo que tantas veces había exigido. Un reto añadido a la difícil tarea de transmitir adecuadamente que el banco central estará ahí para alimentar la economía de la Eurozona sin provocar sobrecalentamientos.
Y es que desde la ciudad fronteriza de Estrasburgo, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, anunciaba este martes que los primeros planes nacionales de recuperación empezarán a aprobarse ya la próxima semana. La maquinaria de los estímulos fiscales empezaría, al fin, a funcionar en una Europa que hasta el momento había cargado todo su peso en el balance de la institución monetaria.
Evitar otro 2011
Hay quienes dicen que, con frecuencia, los deseos más profundos se cumplen en momentos inoportunos. Eso es lo que parece haberle pasado al BCE, aunque los analistas coinciden en que seguirá contando con argumentos más que suficientes para mantenerse en sus tesis de hace tres meses. Incluso sin alterarlas en una coma.
Si bien reconocen que, una vez se ponga en marcha la compleja maquinaria burocrática de Bruselas, el tablero de juego empezará a cambiar, todavía podría quedar mucho margen para eso. El economista jefe de Oddo BHF, Bruno Cavalier, señala que “es impensable que el BCE cometa un error similar esta vez” a lo ocurrido en 2011, cuando a las órdenes de Jean-Claude Trichet y por anticiparse al repunte de la inflación terminó provocando la crisis de deuda soberana.
Eso sí, el economista de la firma de inversión franco-alemana se muestra convencido de que aquellos miembros del consejo de gobierno del BCE que “son naturalmente hostiles a las medidas cuantitativas” encontrarán en las previsiones de “recuperación acelerada” de cara a este verano un argumento para ir sembrando el terreno para “descontinuar o frenar el uso del Programa de Compras de Emergencia Pandémica (PEPP, por sus siglas en inglés).
A pesar de estas novedades, Stéphane Deo, director de estrategia de mercados de Ostrum AM, considera que “una reducción de la QE daría lugar a una reacción importante del mercado”. En otras palabras, considera que “es demasiado pronto para asumir ese riesgo” cuando, además, los números de empleo e inflación a esta orilla del Atlántico son mucho más frágiles todavía que en EEUU.
Defensa sin cifras
Con estas mismas premisas, Gilles Möec, economista jefe de AXA IM, considera que Lagarde tratará de dar cuerda a la máquina del tiempo en la que ha convertido su arsenal mediante un discurso en el que “se abstendrá de cualquier cambio retórico significativo, a la espera de ver cómo se perfila la reapertura de la economía europea”.
Con la advertencia de que, a semejanza de lo que viene ocurriendo con la Reserva Federal de EEUU (Fed), “los inversores se fijarán incluso en los cambios de redacción más sutiles” de la nota redactada por el BCE, considera que la mejor baza de la institución será insistir en su defensa de unas condiciones de financiación favorables, retrasar cualquier decisión concreta y que “la cantidad exacta solo se conozca a posteriori”, como ha hecho en este último trimestre.
En este complicado equilibrio del lenguaje en el que Lagarde ya va tomando maestría, las nuevas previsiones macroeconómicas de la institución serán claves. En este sentido, Konstantin Veit, gestor de Pimco, señala que “el BCE está sentado entre las dos sillas, la de las cantidades y la de los precios”.
Así, dado que la inflación europea se debe “casi exclusivamente a los efectos de base de los precios de la energía, el experto de la mayor gestora mundial de renta fija aventura que el banco central seguirá recurriendo a su “falta de claridad sobre la función de reacción”. Es decir, que evitará pronunciarse en cuanto qué rendimientos le parecen deseables para las emisiones de deuda o qué cantidad debería emplearse mensualmente en la compra de bonos.
El camino de la Fed
Desde la otra orilla del Atlántico, con la hoja de ruta marcada por la Fed bien estudiada, los gestores de BlackRock se muestran convencidos de que “el BCE mantendrá su actual ritmo de compras de activos incluso en un contexto en el que la reactivación de la economía está ganando fuelle”. Algo que para Ulrike Kastens, economista para Europa de DWS no está reñido con el hecho de que “el debate sobre el alcance del apoyo monetario necesario se intensifique a medida que se siga avanzando en la superación de la pandemia”.
Con la vista puesta en otros tres meses, la cita de septiembre es la que se perfila como posible puerta a la introducción seria del debate sobre el tapering. Para entonces se habrá visto si la recuperación del verano es consistente o un espejismo como la de hace un año y, sobre todo, la maquinaria de los fondos Next Generation podría haber empezado a funcionar.
En cualquier caso, la presión para un cambio de guion comienza a aparecer con más fuerza. Aunque, como aventura Germán García Mellado, gestor de renta fija de A&G Banca Privada, probablemente el BCE no reconozca nada en esta línea hasta que sea capaz de definir “otras medidas que ayudarían a mitigar el impacto alcista en los rendimientos” de las emisiones de deuda cuando el PEPP comience a apagarse junto con la crisis sanitaria.