A finales de 2015, el expresidente del Boca Juniors y exalcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, ponía fin a 12 años de kirchnerismo y se convertía en el primer gobernante conservador de la Argentina democrática moderna. Macri prometió desterrar la corrupción que salpicó a Cristina Kirchner; asegurar la continuidad de la protección social y los niveles de consumo; y desterrar el personalismo en favor de un “trabajo en equipo” profesional.
La inclusión de ex CEOs en su primer gabinete expresaba ese proyecto frente al “populismo”. El país debía ser predecible para el mundo y explotar su potencial productivo sin las ataduras del Estado. Satisfechas esas condiciones, sólo restaba esperar pronto una “lluvia de dólares”.
Hoy, después de un año, una de las pocas promesas que cumplió Macri -transparentar las estadísticas oficiales- es la misma que deja al desnudo el incumplimiento de casi todas las demás: la economía sigue en recesión (-2,5%), el empleo sigue castigado (8,5% de tasa de paro), el consumo es el más bajo en una década (-5,9) y la pobreza alcanza a un tercio de los argentinos.
Año sin lluvias
No sólo el peronismo por ahora dividido (entre kirchneristas, justicialistas y disidentes que reúnen la mayoría parlamentaria), sino los propios aliados radicales de Macri y los líderes de opinión que lo apoyaron desde la prensa le han hecho saber este último fin de semana: no hay más margen para el error.
En un febrero políticamente fatal, el Gobierno anunció un periódico aumento semestral de pensiones que les recortaba aparatosamente 5 euros a millones de ancianos. Luego permitió que el ministro de Comunicaciones acordara una millonaria compensación del Estado… ¡a una empresa de la familia de Macri!, por la fracasada privatización del Correo en los 90. El Presidente tuvo que dar la cara ante la opinión pública por los “errores” de su “equipo de trabajo”.
Los propios aliados radicales de Macri y los líderes de opinión que lo apoyaron desde la prensa le han hecho saber este último fin de semana: no hay más margen para el error
La marcada pérdida de confianza en una política nueva, limpia y eficiente que comenzó a verse en las encuestas a principios de 2017, año electoral, se combinó además con una catarata de decepciones en lo económico.
Una economía de ganadores y perdedores
Para Macri, lo peor del ajuste parecía haber pasado muy pronto, tras el rápido arreglo del litigio con los fondos buitre que sacó al país del default; la liberación del absurdo cepo cambiario (mecanismo de control de la venta de divisas); una devaluación previsible; y un histórico blanqueo de capitales por unos 100 mil millones de euros.
Sin embargo, la reactivación económica y la lluvia de inversiones anunciadas nunca llegaron. Hoy, el nuevo orden favorece al agro concentrado, a los bancos y las empresas de servicios públicos. En la calle, cada vez más frío.
Como contrapartida, han perdido la industria (-4,9%), la construcción (-13,1%) y, sobre todo, el consumo (-5,9%). La decisión política de Macri de convalidar aumentos salariales al ritmo de la inflación y mantener la gran red de subsidios monetarios a familias empobrecidas apenas atenuó el impacto.
En Argentina, la pobreza llegó al 32,2% y la indigencia, al 6,5%, pero, a su vez, la presión impositiva alcanza el 34%
El 2016 terminó con una segunda caída anual consecutiva del PIB, con una inflación anual de casi el 40% (bajó a 1,3 mensual en diciembre), disparada por una devaluación del peso de un 65%, que recortó el salario real un 7% y redujo el consumo al nivel más bajo de la última década. La pobreza llegó al 32,2% y la indigencia, al 6,5%. A su vez, la presión impositiva alcanza el 34% y el Estado absorbe todavía casi 18% del empleo (unos cuatro millones).
La Argentina de Macri recuperó un ajustado superávit externo (pese a la recesión de su gran socio, Brasil). Un espectacular blanqueo de casi 100 mil millones de dólares le dio además al Fisco otros U$S 6.500 millones frescos para congelar el déficit fiscal (-4,2%) y compensar el alivio impositivo concedido a las exportaciones del agro, un sector que fue beneficiado además por la devaluación y por el aumento del precio de la soja a casi U$S 400/tonelada.
Pero el Estado arrastra un histórico déficit de cuentas externas (en 2016 se fugaron U$S 10.000 millones). Por si fuera poco, una de las pocas ventajas que conllevaba el aislamiento kirchnerista, el bajo endeudamiento público (ya que nadie prestaba), se trocó por emisiones de deuda que la elevaron al 55,5% del PIB (dato de septiembre de 2016).
El gobierno tuvo que dar marcha atrás con los aumentos en las tarifas de servicios públicos y aceptar su aplazamiento
Como el dólar vale casi lo mismo que hace un año -el peso se revalúa como el resto de las divisas de la región- las exportaciones han vuelto a complicarse por el alto “costo argentino”. Las importaciones se acentúan, cierran muchas pymes y miles de argentinos corren a pasar sus vacaciones a Brasil, Chile o Estados Unidos (este año gastaron fuera U$S 15 mil millones).
Los aumentos en las tarifas de servicios públicos (gas, electricidad y agua) pretendieron recuperar el fuerte atraso que todos les reconocían, pero el gobierno lo hizo tan abruptamente que tuvo que dar otra marcha atrás para permitir su pago en cuotas y asumiendo un alto costo político.
'Animal spirits'
Macri quedó preso de su promesa de gestionar un cambio “gradual”, frente a las presiones por aplicar un shock que redujera el déficit fiscal (4,5% en 2016 ), achicara el peso del Estado, flexibilizara el empleo para ganar competitividad sacando máximo provecho del modelo agroexportador.
Hoy, incluso un economista tan liberal como Carlos Rodríguez (CEMA) se declara escéptico: “Veníamos con un nivel de actividad en baja, pero nada dramático”. Con anuncios de aumentos de tarifas de 500% se impuso la recesión, dijo a Clarín. “Los animal spirits hacen que la gente no consuma y no vienen los inversores porque hay elecciones. No hubo lluvia de dólares, y no va a pasar”.
El “gobierno de los CEOs” inicia el 2017 con las manos vacías de buenas noticias para un electorado que le confió el poder por un margen de sólo 2% en 2015. En las legislativas de octubre el Presidente debería reforzar su frágil coalición parlamentaria (92 de 257 diputados y 15 de 72 senadores).
Aunque les tendió una alfombra roja, ni los inversores se animan todavía a entrar a esta 'nueva Argentina' de Macri
El Macri que llega a España luce políticamente debilitado como para mantener sus ambiciosos planes de reforma. En adelante, se arriesga a bloqueos importantes, incluso definitivos. El poderoso sindicalismo de raíz peronista ya anunció movilizaciones de protesta. La oposición difícilmente le volverá a conceder quórum para iniciativas de reforma y ajuste. El interés de España y del resto del mundo, que tanto ponderó, son sus últimas cartas.
Porque el problema de Macri, más que sus adversarios, son sus propios aliados. Aunque les tendió una alfombra roja, ni los inversores se animan todavía a entrar a esta “nueva Argentina”. A este ritmo, a fin de año el país apenas recuperará el nivel de actividad económica que dejó Cristina. Y no hay economista que vea ventajas en la amenaza proteccionista que asoma detrás de la Administración Trump, salvo reemplazar algún mercado en la región.
Macri podrá argumentar que la “pesada herencia” kirchnerista le consumió más tiempo de lo pensado. Pero en octubre próximo los argentinos votarán con el bolsillo y ni una eventual detención de Cristina Kirchner por corrupción salvará ese malhumor social. De profesión ingeniero, el presidente sabe qué ocurre cuando un desfiladero se estrecha demasiado.
*** Eduardo de Miguel es periodista y escritor argentino.