Lisboa

Hubo un tiempo en el que Caixa Geral de Depósitos (CGD) era la joya de la corona de los bancos lusos. Fundada en 1876, la entidad pública es la corporación bancaria más grande del país y un elemento fundamental de la economía portuguesa. Durante la última década del siglo pasado CGD decidió apostar por un futuro cada vez más internacional, expandiendo su presencia a 23 países, adquiriendo entidades en las antiguas colonias lusas en África, comprando bancos en España, incluso abriendo filiales en Timor Oriental y Macau.



Durante su época de mayor esplendor, a principios de este siglo, CGD llegó a generar auténticas fortunas en beneficios –2.590 millones entre 2005 y 2008–. Incluso consiguió convertirse en una fuente de financiación para sucesivos Gobiernos de Portugal gracias a los jugosos dividendos que pasaban a las arcas del Estado. Entre 2000 y 2008, CGD entregó 2,646 mil millones de euros a las cuentas públicas del país, dividendos que representaron un 1,7% del PIB nacional y pasaron directamente a corregir el déficit público.



Hoy, sin embargo, las fortunas del banco son otras. Desde 2011, CGD sólo genera pérdidas: ya van por los 2.183 millones de euros –con 74 millones de euros en pérdidas registrados sólo en el primer trimestre de este año–. De ser una fuente de ingresos para el Estado, el banco ha pasado a ser un enorme peso sobre el Gobierno luso, que se ha visto obligado a recapitalizar la entidad con 5.160 millones de euros para hacer frente a la elevada morosidad de sus créditos.



La inyección de capital es enorme, una suma que daría para comprar a dos otros bancos portugueses en situación complicadas: el Banco Portugués de Inversiones –sobre el cual CaixaBank lanzó una opa la semana pasada– está valorado en los 1,092 mil millones, mientras que el Millenium BCP –el mayor banco privado del país, actualmente negociando la posible venta del 30% de sus acciones al Fosun chino– tiene un valor de 1,580 mil millones de euros. Sin embargo, esta recapitalización fue la condición puesta por António Domingues, el nuevo presidente de la entidad, para asumir el cargo.



Domingues, que hasta este verano fue vicepresidente del BCP, ha sido el elegido por el Gobierno del socialista António Costa para sanear las cuentas del banco y asegurar su sobrevivencia. Su elección cuenta con el visto bueno de Mario Draghi, y su fracaso o éxito en el cargo irremediablemente reflejará de una manera u otra tanto sobre el Gobierno Portugués como el Banco Central Europeo.



Tensa comparecencia en el Parlamento



A instancias de la comisión parlamentaria creada para analizar la restructuración de CGD, Domingues compareció en una reunión especial de la misma en la Asamblea de la República la tarde del martes. Respondiendo a los diputados que preguntaron sobre el porqué del hundimiento del banco –que actualmente tiene 29% de los depósitos y 22% de los créditos de Portugal–, Domingues explicó que la caída dramática en los beneficios reflejaba la crisis económica global: al estar tan ligado al Estado luso, era inevitable que CGD sufriera a la par.



"Un banco más pequeño tendría mayor capacidad para defenderse de los cambios económicos a nivel nacional", afirmó el nuevo presidente del banco, que simultáneamente defendió que, comparado con otros bancos lusos de similares dimensiones, CGD había logrado evitar llevar a cabo tantos despidos o recortar tanto la financiación.



A lo largo de la comparecencia Domingues se escudó en el hecho de que lleva poco tiempo al mando de la entidad y la propia misión de la comisión –que tiene limitada su ámbito de investigación a la restructuración del banco, y no necesariamente los factores que llevaron a su declive– para evitar en temas espinosos. Varios diputados se quejaron de los retrasos en el encargo de una auditoría independiente para estudiar la gestión del banco desde el año 2000, acción que el Consejo de Ministros prometió que se llevaría a cabo. Domingues, sin embargo, afirmó que semejante acción no se le había encargado, y que por el momento su objetivo era atender las necesidades actuales del banco.



“Desconoco la racionalidad de mis antecesores, respondo sólo por las exigencias que tengo ante mí”, insistió Domingues. El polémico aumento en la remuneración que recibirá la nueva administración del banco también fue tema de debate: al asumir el cargo, Domingues decidió acabar con la aplicación del estatuto de gestor público a los administradores del banco. Este estatuto, en pie desde la intervención de la Troika en Portugal, limitaba la remuneración del consejo de CGD para que estuviera por debajo de la habitual dentro del sector.



Domingues defendió que los nuevos administradores del banco recibiesen cantidades similares a los de la competencia, asegurando que era necesario para tener un equipo con experiencia. Ante las quejas de un diputado que señaló que varios componentes del nuevo equipo habían sido obligados a acudir a cursos de formación adicionales del BCE, el nuevo presidente de la entidad zanjó el tema bromeando que “la formación adicional siempre es algo positivo”.



De la riqueza a la ruina

¿Cómo se llegó a la situación límite de CGD? Como muchos otros bancos, con el estallido de la crisis Caixa Geral se vio afectada por la morosidad generada por la burbuja inmobiliaria. Sin embargo, sus mayores pérdidas se produjeron en el contexto de las operaciones internacionales que habían definido la estrategia del banco durante los años 90. Uno de los mayores dolores de cabeza de la entidad era su filial en España, Banco Caixa Geral, que llegó a registrar 112,5 millones en pérdidas en 2013, año en el que Caixa Geral hubiese registrado un saldo positivo si no hubiese sido por la lastra que suponían sus operaciones al otro lado de la frontera. Aunque el banco ahora considera que los problemas con su filial española están resueltos, lo cierto es que, al anunciar cambios en la dirección de CGD en junio, el ministro de Finanzas luso indicó que la retirada del mercado español era previsible.



Las irregularidades y operaciones sin aparente sentido llevadas a cabo desde la dirección del banco también tuvieron su papel en su descalabro. La entidad perdió millones de euros en inversiones en otros bancos portugueses –entre ellos, Millenium BCP–, y en maniobras difícilmente justificables a nivel ético, miembros de su consejo de dirección de CGD pasaron a ocupar cargos precisamente dentro de los consejos de los bancos privados en los que la entidad pública había invertido sus fondos.

A la vez, tuvieron lugar interacciones entre el banco y el Estado que siguen sin explicación aparente. Durante el mismo periodo de tiempo en el que Caixa Geral generó beneficios multimillonarios y aquellos dividendos que pasaron a las arcas estatales, el banco recibió repetidas inyecciones de capital pública, las cuales llegaron a sumar al menos 4.100 millones de euros.

La entrada y salida de dinero se produjo a lo largo de 15 años y durante los mandatos de Ejecutivos tanto del Partido Socialista como del Partido Social Demócrata, y la estrategia nunca fue cuestionada: los dividendos de CGD contaban para la corrección del déficit, pero el Estado no incluía las cantidades que inyectaba en la entidad en su valorización del déficit público hasta 2012, después de que el banco hubiese dejado de generar beneficios. Este año las autoridades europeas serán quienes deciden si la actual inyección figura en el déficit público de Portugal.



La que fue la joya de la corona bancaria de Portugal es ahora objeto de análisis de las autoridades europeas que, junto al Gobierno Costa, han decidido confiar la recuperación del banco a Domingues. Queda por ver si el nuevo presidente logrará devolver el brillo a la entidad, o si esta pasará a formar parte del cada vez más numeroso número de bancos portugueses en la ruina.

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