Solo tres años atrás, los artículos de prensa cantaban alabanzas a Pemex, la petrolera estatal mexicana. A su modelo, a su enorme contribución al PIB y a los ingresos públicos, siendo la cabeza del podio anual de empresas elaborado por la revista económica mexicana Expansión durante más de tres décadas. Ahora, cuando este mes se presentó su Plan de Negocios 2016-2021, se señaló su baja producción, sus pérdidas de 40.000 millones de dólares en 2015, los repetidos recortes de plantilla y de presupuesto, la deuda financiera que ya roza los 100.000 millones de dólares... Pemex, la antigua joya de la corona, ha perdido gran parte de su brillo. El motor de la economía mexicana ha 'gripado'.
“El nuevo plan de negocios es un gran viraje en la estrategia que ha seguido hasta ahora la empresa, debido a que, aunque el mercado internacional ha incrementado un poco los precios, no parece que se vayan a alcanzar en el corto plazo niveles que ofrezcan una rentabilidad”, explica Fabio Barbosa, economista del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México y especialista en el sector, “siendo este plan un esfuerzo desesperado que realizan para detener la drástica caída de la extracción petrolera”.
Este plan de negocios, resumiendo, busca reducir la deuda y salir de las pérdidas, dándole prioridad a la inversión privada, con el esquema llamado farm out, una asociación estratégica entre una empresa que posee los derechos de explotación y producción con otra a quien prestan algunos de los susodichos. Augura lograr la estabilidad financiera en 2020. Pocos días antes, el secretario de Energía, Pedro Joaquín Coldwell, había preparado el terreno explicando en rueda de prensa que los ingresos de Pemex habían caído un 75%.
El 13% de los ingresos públicos
Para Víctor Rodríguez, antiguo asesor del Senado en Asuntos Energéticos, con este plan el Gobierno mexicano pretende usar a Pemex para seguir endeudándose. “Están emprendiendo acciones para que Pemex tenga cuentas más estables y han dejado de lado toda la parte productiva, que recaería en el sector privado”. Siendo Pemex un 13% de los ingresos públicos -una contribución que puede parecer importante, pero es la más baja de la serie histórica y alejada del 40% que era en 2012-, si la empresa es estable, es más probable que las agencias de calificación mejoren la nota crediticia del país. “Así podrían colocar deuda a tasas de interés más bajo”, comenta, “el Gobierno trata a Pemex como una variable financiera”.
En 2006, cuando Pemex suponía, según el Instituto Nacional de Estadística, el 8,3% del PIB mexicano, la extracción estaba en más de 3,2 millones de barriles diarios, vendiéndose la Mezcla Mexicana de Exportación a 60 dólares. En 2014, su contribución ya había bajado al 5,8% y los barriles superaban a duras penas los 2,3 millones, pero, por lo menos, el precio estaba alto, ronzando los 100 dólares el barril. Justo en ese momento, se estaban promulgando las leyes secundarias derivadas de la reforma energética impulsada por un flamante Peña Nieto.
Adiós al monopolio
Esta busca crear una industria privada de la energía y el petroleo, siendo una de las más afectadas es Pemex, que ha ido perdiendo todas sus exclusivas. El mercado se ha abierto por primera vez a la inversión extranjera, en marzo de 2016 se acabó su monopolio de la importación de gasolina y el próximo enero pierde el de la venta de gasolina. Estas prerrogativas las mantenía desde su fundación en 1938, cuando el presidente Lázaro Cárdenas decretó la expropiación de la industria petrolera.
“Esta reforma energética fue un intento de revertir la declinación que hace más de una década esta viviendo el segmento de extracción y producción de Pemex y buscaba detonar el potencial petrolero de México”, analiza Barbosa, “fue una paradoja que cuando se estaban lanzando las primeras licitaciones, comenzó la caída que llevó los precios por debajo de los 20 dólares”.
Esta debacle llevó a la nueva administración de la empresa a suspender todas las actividades que no pudieran ser sostenibles con un precio tan bajo. Barbosa califica la reforma de arriesgada, de apuesta que no tuvo en cuenta los posibles escenarios internacionales que apuntaban a una caída de los precios, y señala que ha sido un fracaso que no ha contribuido con un solo barril ni un solo metro cúbico de gas más. Fue entonces cuando E. N. (pide que no se diga su nombre), dejó de trabajar en Pemex.
“Entré en el año 2007, gracias a que mi madre me pudo registrar como hijo y yo ganar los derechos como trabajador sindicalizado”, cuenta este joven, cuyo abuelo fue el primero en la familia en trabajar para la empresa, “empecé como obrero general y fui desarrollando diversos trabajos de reparación y terminación en perforación terrestre”. Pero, en 2015, Pemex adelgazó su plantilla de 150.000 trabajadores en 11.000 efectivos. Y él fue uno de ellos, ya que su sección del sindicato decidió prescindir de él.
Cuando se le pregunta cuáles son, en su opinión, los problemas que vio durante sus ocho años en la empresa, cita “la baja capacitación que se da a los trabajadores, herramientas viejas o deterioradas que sin embargo hay que usar sin seguir las reglas de seguridad y unos sindicatos que maneja a diestra y siniestra el dinero”. También apunta a que, según le contaba su abuelo, ahora la empresa es mucho más segura, ya que antes “antes no había normas ni lemas de seguridad y todo se hacía sin cuidado”.
Control del Gobierno
Desde el punto de vista económico, Rodríguez apunta a la falta de autonomía de Pemex como uno de sus mayores fallas. Manejada desde el Gobierno, por las secretarias de Hacienda y Energía, decidiendo ellos la linea estratégica, principalmente basándose en una política cortoplazista que buscaba ingresos fiscales. Con unos altos impuestos, lo que queda es con lo que Pemex debe operar, explicando algunos de los problemas que señalaba el antiguo trabajador.
En este contexto, México se ha convertido el 2015, por primera vez desde que se comenzaron a registrar estos datos en 1978, en importador neto de petrolíferos de EE UU. La tecnología del shale oil ha impulsado la producción de petroleo y derivados en ese país al máximo de tres décadas, uno de los factores principales en la caída de los precios. México también ha puesto de su parte, con una producción actualmente por debajo de los dos millones de barriles y deteniendo la construcción de una mega refinería en el Estado de Hidalgo, sin poner sobre la mesa un plan alternativo. Y la situación, con el flamante Trump en la Casa Blanca, no parece que vaya a cambiar.
“Durante la campaña, mientas Clinton apoyaba acentuar la regulación e inclinarse por las energías alternativas y verdes, Trump siempre ha propuesto aligerar las regulaciones e incluso ha llamado a los temas ambientales 'una tontería'”, arguye Barbosa, “por lo que es lógico que se apoye el impulso, manteniendo el papel predominante de EE UU de proveedor de derivados a América Latina”.
“Las ventas de crudo no alcanzan a compensar las importaciones de gasolinas ni de gas, ya que la caída fuerte es en el precio del primero mientras en los segundos no ha sido tanto”, explica Rodríguez. “ahora somos deficitarios y encima, como aquí pagan en pesos e importamos en dólares, con la devaluación tenemos un problema y se estima que el déficit irá a mayor”. Si la moneda mexicana llevaba un mal año, desde la victoria de Trump no ha parado de depreciarse frente al dólar. Un círculo vicioso.
A lo largo de este año, se estima Pemex ha prescindido de 10.000 trabajadores y ha registrado unas pérdidas de 13.000 millones de dólares en los primeros nueve meses de 2016, un 25% menos que las del mismo periodo de 2015. Para 2017, se espera un recorte de otros 9.000 cargos bajos y medios, pero también un superávit primario. E.N., el antiguo obrero, sigue teniendo amigos dentro. “Ellos continúan trabajando allá, pero saben perfectamente que vendrá el recorte de personal, temen que saldrá su nombre en una lista y se acabe su mina de oro”, y se lamenta, “tiene que ser feo vivir sabiendo que te van a correr...”.