Cuando encuentras a alguien apuntando con una pistola a tu esposa dentro de tu casa y sientes miedo por su vida y por la tuya, no te importa recorrer medio mundo en busca de la seguridad. Es lo que le ocurrió a Asdrúbal Salazar, impulsor de la ‘tavernetta’ Limone, que abrió en octubre de 2016 en el barrio de Salamanca de Madrid.
Asdrúbal es uno de los muchos venezolanos que han llegado a España en los últimos años. Según el último informe del Observatorio de Inmigración de la Comunidad de Madrid, 16.438 venezolanos vivían en la región en enero de 2016, una cifra que ha aumentado hasta la fecha. La mayor parte de ellos son jóvenes que, cansados de la amenaza diaria atracos y secuestros exprés, sin medicamentos en el 95% de los hospitales y con una inflación del 150%, han decidido 'exiliarse' de su país.
Dueños de los restaurantes de moda de Madrid
Entre todos esos jóvenes llegados a Madrid también están los miembros de la clase media-alta venezolana que han creado una comunidad influyente y reconocida, la de los dueños de los restaurantes de moda de la capital. Cada día cientos de personas hacen fotos a sus platos para compartirlas en las redes sociales.
Algunos eran publicistas en Caracas, otros cocineros, estudiantes de medicina o directivos en empresas internacionales. La situación política y económica de su país les llevó a renunciar a su futuro soñado y ponerse tras la barra de una panadería o un bar. Y la jugada, casi sin esperarlo, les ha salido muy bien.
El retorno de sus inversiones ha sido muy rápido y han repetido la fórmula por segunda, tercera y hasta decimotercera vez. En la mayoría de los casos han contado con la financiación de sus familiares, que han preferido invertir sus ahorros en un mercado seguro como el español antes que mantenerlos en Venezuela, donde el régimen chavista controla las operaciones de cambio de moneda, importaciones y exportaciones, exigiendo ‘cupos’ a los empresarios que además temen por la expropiación de sus inmuebles.
“Solo los empresarios cercanos al Chavismo están libres de las vacunas -la parte de la mercancía que el régimen confisca como multa a quienes traen productos de otros países- en las aduanas”, cuenta un empresario venezolano que no ha querido desvelar su identidad. Explica que la corrupción en la Guardia Nacional, que acepta sobornos a cambio de hacer la vista gorda, es un secreto a voces en el país. Por estos motivos, Venezuela se ha convertido en un infierno para la clase media-alta que tiene ahorros, propiedades, y no está amparada por Chávez.
Nietos de españoles y europeos
Los nietos de quienes llegaron a Venezuela huyendo de la represión franquista o de la II Guerra Mundial, emigran ahora a España. Andoni Goicoechea (29 años) es nieto de bilbaínos que se marcharon a Venezuela durante la Guerra Civil española. El dueño de Goiko Grill montó su primer local en la calle María de Molina de Madrid con algunos ahorros de su padre.
El joven vino a Madrid en 2013 a estudiar el MIR (Médico Interno Residente), pero cambió su rumbo cuando detectó que había un interés no cubierto por las hamburguesas de autor. Su hermana, Daniela, pronto se unió al proyecto familiar encargándose de la promoción del local en las redes sociales. Fue todo un éxito y pronto replicaron el formato en localizaciones singulares de Madrid (calle Princesa, glorieta de Bilbao…) hasta llegar a los 13 establecimientos, uno de ellos en la calle Martínez Cubells de Valencia y el resto en la Comunidad de Madrid. El último lo abrieron el pasado domingo en Las Tablas. Casi 200 personas, entre ellas un 75% venezolanos de entre 18 y 30 años, trabajan en el grupo. Probaron el modelo de franquicia en dos de los establecimientos, pero prefieren mantenerse como una empresa familiar.
José Antonio del Pozo (La Casa Tomada) es nieto de una pacense y un canario. Nació en la ciudad venezolana de San Felipe, capital del estado de Yaracuy. Allí, en 2011, montó su primer restaurante en el salón de la casa de su madre. La Casa Tomada de San Felipe fue todo un éxito, pero pronto tuvo problemas de abastecimiento. Algunos días no recibía harina para fabricar el pan de sus bocadillos, otros días faltaban los tomates…hasta que la situación se hizo insostenible.
Con el dinero justo para un billete de avión, viajó a España con su esposa en busca de una oportunidad. Precisamente los dueños de Goiko Grill le dieron trabajo durante un año. Después su tío y padrino le animó desde Venezuela a montar su propio negocio aportándole el 100% de financiación. No ha tenido que pedir ni un euro a un banco. El restaurante tuvo una magnífica acogida y tienen en mente abrir un segundo local. Su tío y socio capitalista también se ha trasladado a vivir a España con su familia. En Venezuela nunca se había dedicado a la hostelería.
Los dueños de la ‘tavernetta’ Limone tienen sus raíces en la Bordighera italiana, de donde era su abuela Anna María, la mujer de la que aprendieron las recetas de los ‘bocconcini’ y ‘focaccias’ que hoy sirven en Madrid. Tanto Asdrúbal Salazar como su cuñada Francesca Assandria, ambos al frente del local, son muy jóvenes. También han arrancado con sus ahorros y sobre todo la ayuda de sus padres.
Oferta distinta y rápida
Fernando Rodríguez, el dueño de la cadena Antojos Araguaney, es toda una institución para estos jóvenes venezolanos. Fue de los primeros en llegar a Madrid (año 2008) y con la ayuda de la ONG Mita consiguió un préstamo de 25.000 euros de Aval Madrid para su primer negocio, un pequeño taller de fabricación artesanal de quesos venezolanos. El taller se ha convertido en una fábrica en la que produce una amplia variedad de productos venezolanos con los que abastece a numerosos restaurantes, incluido el suyo, Antojos Araguaney Grill, y a sus tres tiendas gourmet repartidas por Madrid.
Fernando tiene la clave del éxito de los venezolanos en España: “después de lo que has pasado allí, llegas con una visión totalmente distinta de lo que significa sobrevivir y emprender. Hemos sabido adaptarnos a las circunstancias y ofrecer comida de calidad pero rápida, ya que casi nadie se sienta en España a comer el primer, segundo y tercer plato tranquilamente”, argumenta.
Precisamente los perritos calientes han conducido al éxito a otro joven venezolano el último año. Es Alfonso Bortone, el dueño de PaperBoy Perrito Bar. Cocinero de profesión, tenía una empresa de catering en Barquisimeto, la capital del estado de Lara. Harto de pagar por sus productos más que lo que le pagaban a él por cada evento debido a la inflación, en 2011 se mudó a España con su recién esposa. Trajeron el dinero justo para montar una panadería artesanal y las ganas de formar una familia. Pronto pudo abrir su segunda sede y ahora el pan (hecho por él mismo) es el secreto del éxito de sus perritos.
Los bocatas o ‘sanduches’, como son conocidos en Latinoamérica, también son la razón de ser de La Sanducherie, el último negocio de venezolanos abierto en el barrio de las Salesas de Madrid. Hace tan solo unos meses que los tres amigos que están detrás de este proyecto que también crece como la espuma llegaron a Madrid desde Caracas.
Formados en la abogacía, las finanzas y el marketing, también buscaban un país más tranquilo para sus familias. Y eso que uno de ellos, Luis Criscuolo, sigue manteniendo su empresa en Venezuela, un conocido retail en el que pueden encontrarse todo tipo de productos gourmet, tanto en tiendas físicas como en internet. ¿Y cómo consigue mantenerlo? “Si antes tenía 50 proveedores en Caracas, ahora le resulta difícil encontrar a cinco en poblaciones cercanas a las fronteras”. Su madre y otros cuatro socios se han quedado en Caracas ocupándose de los contactos empresariales y con el propio Gobierno. En Madrid ha vuelto a “sentirse en un mundo globalizado que agradece, donde pronto puede descargar la aplicación para coger un taxi, pedir comida desde casa o pagar con tarjeta de crédito en cualquier lugar”.