The toys that made us (‘Los juguetes que nos hicieron’) es una serie documental para Netflix en ocho capítulos que cuenta la historia de varios juguetes míticos y sus historias empresariales. La primera de estas piezas narra las peripecias por las que tuvo que pasar Star Wars, una franquicia que ha recaudado 7.000 millones de dólares en las salas de cine y dos veces esa cifra en juguetes, para conseguir que se fabricasen sus primeros juguetes en tiempo récord, sin llegar al estreno y con condiciones contractuales desfavorables.
El acuerdo de George Lucas para quedarse con parte de los derechos de los juguetes de Star Wars es de sobra conocido: renunció a medio millón de dólares para quedarse con los derechos del merchandising. Estaba convencido de que el éxito de los muñecos basados en series de televisión podía exportarse al cine.
Sin embargo, no es tan conocida la historia de Kenner, la pequeña compañía de Cincinatti, filial de General Mills, que fabricó los primeros muñecos y revolucionó la industria. No fue la primera empresa con la que se contactó. De hecho, fue la última y un poco a la desesperada, sólo un mes antes del estreno de la película. Todas las multinacionales jugueteras de la época, como Mattel, renunciaron a un negocio multimillonario.
La serie de Netflix explica por qué George Lucas dejó pasar tanto tiempo: no quería que nadie le copiase sus diseños. En sus primeros fotogramas, el documental muestra cómo el diseñador de producción de Kenner Jim Swearingen visitó por primera vez la maqueta del Halcón Milenario. Algunas de las decisiones que se tomaron, que hoy parecen de cajón, fueron revolucionarias. Una de ellas fue fabricar muñecos mucho más pequeños de lo acostumbrado en aquella época: tenían unos diez centímetros. Era la única forma de vender naves espaciales a juego.
Kenner consiguió un trato magnífico. Por cada dólar que ganasen, se quedarían con 95 centavos y Lucas y Fox se repartirían los 5 restantes. El estreno fue en mayo de 1977, pero no había tiempo para llegar siquiera a la Navidad. En una primera fase, empezaron con las cosas más sencilllas, como pegar pegatinas de Star Wars en cualquier juguete mínimamente apropiado que tuvieran a mano, así como crear puzzles o juegos de tablero. Pero los muñecos, que iban a ser las grandes estrellas, eran otra historia.
La segunda fase consistía en vender meros certificados que garantizaban que el producto llegaría a tiempo. Y llegó. Se vendieron 22 millones de figuras al año y eso cuando todavía ni siquiera había un trato firme entre el estudio y el único abogado que tenía la juguetera por aquel entonces. Llevó meses de negociaciones y, básicamente, era exclusivo y a perpetuidad. Kenner sólo tenía que producir suficientes ingresos como para generar 10.000 dólares al año en concepto de royalties. O enviar un cheque por esa cantidad.
El lanzacohetes de Boba Fett
El documental cuenta historias geniales, como la pasión surgida por una figura de Boba Fett con lanzacohetes que iba a salir antes del estreno de El Imperio Contraataca. Es tan deseada porque nunca llegó al público y sólo han llegado a manos de los coleccionistas los prototipos. La producción se paralizó por culpa de un muñeco de Battlestar Galáctica de Mattel, que también tenía lanzacohetes. Un misil se le quedó atascado a un niño de cuatro años en la garganta, causándole la muerte y obligando a las jugueteras a reforzar la seguridad.
También es muy interesante la explicación sobre cómo Kenner diseñó también unos minivehículos para las figuras, los mini rigs, que nunca salieron en las películas pero se convirtieron en parte de la infancia de millones de niños. Los productos internacionales se convirtieron también en carne de coleccionista. Si algún lector español conserva en su caja alguna de las figuras de Bib Fortuna que se vendieron en los paquetes de Colgate, probablemente pueda venderlas por bastante dinero.
El viaje hacia el éxito no fue constante. En 1982 lanzaron la línea Micro, que se canceló en un año y provocó pérdidas millonarias.
En 1987, la compañía -rebautizada por General Mills como Kenner Parker- fue comprada por Tonka y, a mediados de 1991, por Hasbro. Y en este periodo cometieron un error enorme. Como no había películas a la vista y parecía que la propiedad estaba difunta, se pasaron casi una década sin enviar uno de los cheques de 10.000 dólares de los que hablábamos antes, lo que dio a Lucas film la opción de renegociar. Poco después de cerrar el trato, quizá el más caro en la industria de los juguetes, que dio el 18% de cada figura a George Lucas, se anunciaron las precuelas.
En España las figuras de Star Wars llegaron aún más tarde. Concretamente, las primeras corresponden al año 1981. General Mills se apoyó en PBP, una compañía que surgió de la fusión de tres jugueteros, Poch, Borrás y Palouizié.
La antigua fábrica de Poch en Hostalric (Girona) fue la responsable de la fabricación, si bien tuvieron tantos problemas como el resto para dar abasto y en parte se abasteció de piezas procedentes de Asia que después pintaban y envasaban en aquellos famosos blisters que prometían una figura más de regalo por cada cinco que comprases.