De repente, el último Mobile
Más de una década de congresos a las espaldas sólo para ver la gran feria mundial del móvil bajo la amenaza caníbal de quienes deberían estar luchando por su futuro.
25 febrero, 2018 02:30Noticias relacionadas
He asistido a cada edición del Mobile World Congress desde hace al menos diez años. Me acuerdo perfectamente porque en 2008 fue la presentación del N96 de Nokia y todavía recuerdo la fiesta que montaron en el puerto y la borrachera que me cogí con Johan Andsjö, entonces CEO de Yoigo. Y digo “me cogí” porque en determinadas cosas nunca he podido competir con un sueco.
Mis compañeros más veteranos estuvieron antes en ferias precedentes, celebradas en otras ciudades, principalmente en Cannes. Pero Barcelona lo ha sido todo para mí en lo que a móviles se refiere. Allí pude tocar por primera vez la extraordinaria Palm Pre. Allí comenzó mi historia de amor con los Unpacked de Samsung, hace ya cinco medios. Allí descubrí que Luz de Gas era algo más que un especial de Batman, que la ciudad condal tiene ‘paquis’ en lugar de ‘chinos’ y que los frankfurts que había frente al hotel Ayre de Gran Vía eran un delicioso salvavidas.
Y, sin embargo, con el billete de AVE ya en la mano, me siento como Elisabeth Taylor en De repente, el último verano, el peliculón de Joseph L. Mankiewicz, Gore Vidal y Tennessee Williams.
¿Y qué tienen que ver mis sucios ojos verdes con sus límpidos espejos de color violeta? Básicamente, que este año me da pánico la posibilidad de ver devorada la feria por un grupo de jóvenes caníbales. Y no, no se pueden hacer spoilers de una película de hace 60 años.
Una anécdota curiosa: aunque en la versión doblada la acción transcurría en Italia, en el original se sitúa en la ficticia localidad española de Cabeza de Lobo. Por más que quisiésemos endosarles el marrón a los napolitanos de Amalfi, los caníbales de la película éramos los españoles muertos de hambre de la autarquía.
Ya le habíamos pegado algún mordisquito en el brazo al MWC en el pasado, con el empeño de algunos colectivos de imponer su lista de deseos sobre el bienestar colectivo. “Un día la patronal del móvil se cansará de nosotros y se irá con sus millones a otra parte”, he dicho a menudo. Dicho esto, el año pasado no me imaginaba que miles de ciudadanos engañados por una élite de miserables se volviesen completamente locos y empezasen a devorar su tejido económico, el seny y su inveterada tradición democrática. Una feria de móviles no es ni un aperitivo para ese apetito zombi y langostil.
Antes, al menos, los colectivos que hincaban el diente lo hacían para mejorar sus sueldos o sus condiciones laborales. Esa lucha me podía parecer inoportuna, en ocasiones, pero siempre lícita e irreprochable. ¿Pero ahora? Me aterra que los caníbales de los lazos amarillos se coman también el Mobile World Congress.
Con un poco de suerte, no pasará nada. Pero incluso si rompemos la feria, en esta Cabeza de Lobo no sufrirán ni el evento, ni los miles de empresas que pagan por asistir. Dubai siempre les espera con cariño y San Francisco quiere ocupar su lugar. En esta película sólo corremos el peligro de devorarnos a nosotros mismos.
Por eso no podemos tener cosas bonitas.