A las alturas del partido en las que estamos a nadie le extraña oír hablar de los abusos de la banca. El último capítulo es el índice de referencia de los préstamos hipotecarios (IRPH) que, según el abogado general de la Unión Europea, pudo comercializarse con total falta de transparencia, convirtiéndose en un indicador abusivo para los hipotecados.
Las asociaciones de consumidores cifran en 25.000 euros la media de las devoluciones que los bancos que sean condenados tendrán que realizar. En total, y en el peor de los casos, unos 25.000 millones de euros. Sin embargo, el hecho de que el abogado diga que debe analizarse caso por caso, abre una puerta a la esperanza de que la factura para la banca sea sensiblemente inferior.
Ahora será el Tribunal de Justicia de la Unión Europea el que dicte su fallo. Se espera que eso ocurra entre finales de año y principios del que viene. Hasta entonces los afectados tendrán que esperar. Será la recta final para la angustia que han vivido durante años y que, en muchos casos, les llevó a dejar de pagar porque se veían ahogados por las letras de estos préstamos.
Los bancos se aferran a que el IRPH está amparado por el Banco de España, y que a los consumidores les puede resultar relativamente fácil hacer los cálculos. Es decir, que lo pueden entender fácilmente, algo que duda el letrado que ha fallado (en parte) del lado de los usuarios. Sin embargo, detrás de todo esto hay algo más que no se cuestiona en los juzgados, pero sí en la mente de la clientela: un abuso más (aunque sólo se reconozca en algunos casos) que mina la confianza de los ciudadanos en los bancos.
La calle se ha acostumbrado a escuchar que hay productos financieros mal comercializados, que han existido abusos y que, incluso, ha habido engaños. Ahora es el IRPH, pero antes fueron las cláusulas suelo y antes todavía las preferentes. Es una más. Y esto es el principal mal que tienen los bancos: el impacto reputacional del que no acaban de recuperarse. No basta lamentarse, decir que se han convertido en el 'pim pam pum', porque los hechos avalan la imagen que tienen los ciudadanos.
Harán bien las entidades en trabajar (ya están en ello) en lavar su imagen. Pero mejor haremos si, como sociedad, reflexionamos sobre la ‘cultura Manolo’. Entiéndase por Manolo como el gestor de la oficina al que todos conocemos desde hace 20 años, y que nos ha dado todos los préstamos e hipotecas que hemos pedido. Ese gran hombre o mujer (María, podemos llamarla) que nunca nos falla y tiene toda nuestra confianza.
Parece que se nos olvida que esa confianza ganada no está sólo destinada a gestionar nuestros ahorros de la mejor manera posible. También está ligada a conseguir unos hitos comerciales de los que depende su bonus: da igual que sean preferentes, cláusulas suelo o IRPH. Son lentejas, si las quieres las comes y si no, no cobras.
Esa ‘cultura Manolo’ es la que ha provocado buena parte de los problemas de los que hoy nos lamentamos. Fiarnos de alguien cuyo puesto de trabajo depende de los productos que coloque. Pero es lo que hay. La educación financiera brilla por su ausencia, así que nos toca fiarnos de lo que más a mano tenemos, el gestor de la oficina. “Ese que nunca nos va a fallar porque siempre me ha aconsejado”.
Ese mantra se repite una y otra vez cuando hay problemas con la banca: confié en el gestor, confié en el banco. Así afectado tras afectado. No aprendemos y así nos va. Es fundamental que apostemos por la educación financiera. Los abusos seguirán existiendo, pero si hay conocimientos lograremos que la ‘cultura Manolo’ vaya desapareciendo. Bye bye, Manolo.