Emilio Saracho, primer compareciente en el juicio oral sobre las responsabilidades penales de la caída del Banco Popular, declaró ante el tribunal que se quedó "estupefacto" cuando llegó al banco y se topó con la caótica situación del banco. Una afirmación sorprendente en quien, cuando era vicepresidente de JP Morgan, analizó a fondo la situación de la entidad.
En todo caso lo que sorprende es que este personaje fuera contratado con todas las bendiciones para salvar a una entidad que naufragaba. Si su antecesor, Ángel Ron, es una persona modesta y de escasa visibilidad, un probo empleado que entró en el Popular cuando aún no había terminado Derecho y que fue escalando puestos hasta la cúspide, Emilio Saracho es todo lo contrario: un personaje brillante, ocurrente, dicharachero y un punto provocador, que había trabajado en Estados Unidos durante la mitad de su carrera profesional en un banco de negocios que está en las antípodas de la banca comercial que le contrató.
Cómo será que uno de los personajes que mejor le conoce lo pintó para mi libro Cómo se hundió el Banco Popular como como “un bancario atípico con un excesivo gusto por la provocación, genialoide y a veces un pelín estrafalario”.
Generan perplejidad las razones que tuvo Emilio Saracho -a punto de jubilarse como vicepresidente del banco de depósitos más importante del mundo- para aceptar un puesto tan arriesgado, que su jefe, el presidente del Morgan le aconsejó rechazar. ¿Quizás se decidió por la vanidad de presidir y sacar del atolladero en el final de su vida profesional al sexto banco español?.
Tampoco se entiende que en el largo periodo de tiempo que estuvo en capilla viendo las tripas del banco antes de aceptar el puesto, y si es cierto que se quedó perplejo al verlas, no renunciara al encargo arriesgándose a lo que ocurrió: a encontrarse en el banquillo y a lo que quizás sea lo peor para un profesional que gozó de prestigio, el descrédito en que se encuentra en estos momentos.
Los errores no tienen padre
No es del todo sorprendente que la unanimidad que entonces se produjo sobre sus excelencias por parte de los rectores de los organismos controladores, como la CNMV o el Banco de España y hasta del mismísimo ministro del ramo, Luis de Guindos, se haya trocado en un general “yo no he sido”. Ahora todos estos personajes niegan haber tenido alguna relación con su nombramiento. Los errores no tienen padre.
Irrumpió como un gallo peleón en un gallinero adormilado, con la sana intención de despertarlo y llevar adelante una gran misión se estrelló a los seis meses. Sus mayores errores partieron más de imprudencias en la comunicación pública que de errores técnicos de gestión. Le perdió su carácter provocador, como la chulería ante las autoridades financieras a las que amenazó diciendo que él estaba pilotando un avión – el banco - que estrellaría si no le daban lo que pedía.
No creyó en la posibilidad de hacer una ampliación de capital a pesar de que había personas y entidades dispuestas a ello y optó por vender el banco, que es la especialidad de la banca de negocios. Al final tampoco encontró comprador que ofreciera algo más que cero euros. Así que intervino Bruselas y 'resolvió' el problema entregando la entidad al Banco Santander por un euro.
La peregrina idea de decir la verdad
Finalmente se le ocurrió la peregrina idea, insólita en la banca comercial, de decir la cruda verdad a los accionistas en una junta que resultó surrealista. Y lo que es peor, mostró dudas hamletianas sobre lo que había que hacer.
Una actitud impecablemente ética, que provocó una estampida de depósitos mientras la acción bajaba, de los ochenta céntimos en que lo había dejado su antecesor, a treinta.
Saracho filosofa ahora con los amigos y con la familia: cuando se anuncia su presidencia la prensa prodigó grandes alabanzas sobre su persona, hasta entonces poco conocida, unos elogios que no le hacen mella. En casa le decían: "Joder, papá, eres un genio". Y él les alertaba: "Preparaos porque todo lo que dicen ahora a favor lo volverán en contra al primer error que cometa. Si hoy soy un genio benefactor me convertiré en un cabrón o en un hijo de puta, pues hasta ahí llegará la división de opiniones. Ojo, no creáis nada de lo que dicen ahora ni tampoco cuando digan lo contrario".
José García Abad es autor de Cómo se hundió el Banco Popular