Como decía Dylan Thomas en su Bajo el bosque lácteo, empecemos por el principio... Es decir, empecemos por el contexto.
Hace cuatro años por estas fechas la economía mundial se encontraba al borde de una recesión. Consiguió evitarla gracias a la acción coordinada de los bancos centrales que se reunieron en Shanghái a finales de febrero de 2016, pero, sobre todo, gracias a la actuación decidida del gobierno y del Banco de la China Popular (banco central) que consiguieron que el crédito en su economía creciera cuatro billones (trillion) de dólares a lo largo de 2016. Una cantidad descomunal.
Antes de que esa acción contundente se llevara a cabo ya se estaba produciendo una recesión industrial, sobre todo en los EEUU, provocada en buena parte por la caída del precio del petróleo (llegó a 26 dólares por barril) que había expulsado de la producción a un buen número de las empresas que allí se dedican a la extracción mediante el procedimiento del fracking: con esos precios del barril de crudo la explotación del negocio dejaba de ser rentable.
Además, todo apuntaba a una recidiva de la crisis financiera, debido a las dudas recurrentes sobre la solvencia del Deutsche Bank que en aquellos comienzos de 2016 alcanzaron su máxima expresión: probablemente sea este banco el que nos dé la mejor idea de lo que ha cambiado la situación en los últimos cuatro años ya que en enero de 2016 la probabilidad de que el Deutsche Bank incumpliera el compromiso de pago de sus emisiones de bonos llegó a ser cinco veces la actual.
Sin embargo, el alivio que supuso la rápida actuación de las autoridades chinas duró solo hasta finales de 2017. A partir de ese momento la producción industrial en diversos países empezó a flojear de nuevo y ya al mes siguiente las Bolsas empezaron a inquietarse: en enero de 2018 hubo un momento crítico en el que todo parecía volver a bordear el abismo.
Tras la estabilización posterior, hace justo un año volvía a parecer que la recesión podía ser inminente: las Bolsa de EEUU se había hundido un 20% y la Reserva Federal tenía que dar marcha atrás en su propósito de subir dos veces los tipos de interés a lo largo de 2019. Finalmente, no solo no los subió, sino que “los negó” (los bajó) tres veces.
A pesar de ese cambio de rumbo de la Reserva Federal, la cosa no fue suficiente: desde septiembre de 2019 ha tenido que inyectar casi medio billón (trillion) de dólares en el mercado monetario de EEUU para evitar que los tipos de corto plazo se fueran a las nubes (en septiembre pasado llegaron a ponerse en el 10% en el mercado de préstamos a un día, cuando el banco central USA no quiere que pasen del 1,75%).
En paralelo, durante 2019 las autoridades monetarias chinas han intentado repetir su actuación decidida de 2016, pero sin atreverse del todo: en el primer trimestre del año volvieron a hacer crecer lo que allí llaman la Financiación Social Total por el equivalente a un billón de dólares, repitiendo la jugada en el tercer trimestre y confiando en que con eso (y con otras medidas típicas como bajar los tipos de interés y reducir el coeficiente de reserva de los bancos) podrán contener la desaceleración de su economía.
Y en esas estamos a comienzos de 2020, con una economía mundial que, probablemente habrá crecido el año pasado alrededor de un 2,5%, que es algo superior al 2,3% que habrá crecido la economía de EEUU y también al 2% que habrá crecido la española y al 1% de la zona euro.
¿Qué va a pasar a continuación? Lo más probable es que las citadas medidas de emergencia de la Reserva Federal de EEUU se conviertan en medidas permanentes y que, incluso, sea necesario que las amplíen y, también, que el banco central chino siga proporcionando más combustible a la economía con incrementos adicionales y significativos del crédito, por no hablar del Banco Central Europeo que, en paralelo con la Reserva Federal, también está suministrando liquidez al mercado desde que Mario Draghi, siempre en vanguardia, se despidió haciéndole aprobar un nuevo programa de compra de bonos.
El panorama, pues, es de una desconfianza completa en que la economía global vaya a poder continuar su marcha ascendente si se le quita la respiración asistida de los bancos centrales. Y todo por el intento de éstos y de los gobiernos respectivos en evitar una recesión que tendría que haber llegado como muy tarde en 2017 de manera natural, pero que todos ellos están empeñados en evitar no solo por lo que de desagradable tienen las recesiones (y sus consecuencias electorales para el gobierno al que le toque) sino por el temor a que la impresión generalizada que existe en los países desarrollados de aumento de la desigualdad, pudiera llevar a tensiones sociales extremas.
En otros países, como China, donde se han permutado libertades por prosperidad, el temor a que ese pacto o permuta se desequilibre tiene a las autoridades respectivas también sobre ascuas, y más después de ver como se las están gastando las multitudes en los países donde han osado dejar de subvencionar el precio de la energía (Ecuador, Iraq, Irán, Chile, Francia, Líbano) o se han atrevido a hacer reformas en el sistema de pensiones (Francia) o claman por las libertades (Hong Kong, Irán).
Con estos datos en la mano los pronósticos para 2020 son fáciles de hacer: mientras la Reserva Federal siga manteniendo o incrementando el tamaño de su balance (es decir, mientras siga suministrando al sistema la liquidez que éste le demanda) lo normal es que las Bolsas sigan subiendo en tendencia, hasta completar en algún momento del año una revalorización de alrededor del 15% (orientativo).
Esa política tan acomodaticia del banco central de EEUU hará que la fuerte apreciación del dólar frente al euro de los últimos años haya llegado a su fin, a menos que a la nueva directora del BCE le entre un ataque de pánico y decida aumentar drásticamente también los estímulos monetarios, algo que, a juzgar por los signos externos actuales, parece que no va a suceder.
Probablemente, otras monedas se harán eco de esa debilidad del dólar frente al euro, y más si, como parece, se verán ayudadas por la apreciación del yuan, que ya está en marcha desde que obtuvo credibilidad la idea de que en este mes de enero se firmará la Fase 1ª del acuerdo comercial entre China y EEUU.
Los tipos de interés de largo plazo se mantendrán oscilando entre su nivel más bajo, alcanzado en septiembre de 2019 y, como mucho, 90 puntos básicos por encima de ese nivel (lo que para la deuda a diez años de EEUU supondría un 2,30% y para la española un 1%).
El precio de las materias primas no es de esperar que tenga variaciones extraordinarias, a juzgar por la reacción tan moderada que está teniendo el precio del petróleo a la inestabilidad geopolítica en Oriente Medio. Si las cosas no se “ponen de manos” allí (si no degeneran en guerra abierta) una variación del 12% arriba y abajo sería lo esperable para el precio del petróleo en 2020 (entre 57 y 73 dólares por barril).
Los metales industriales anuncian un futuro inmediato pacífico, pero con problemas que podrían empezar a salir a la superficie entre mayo y septiembre, adelantándose a una expectativa para las Bolsas no tan buena como la mencionada, y que llegaría justo después del verano.
En suma, los primeros meses del año 2020 se presentan como una prolongación del comportamiento benévolo de economías y bolsas en 2019, aunque con probabilidad elevada de que el último trimestre termine siendo harina de otro costal. El miedo que inunda a los bancos centrales nos asegura un buen comportamiento de todo tipo de índices para el primer semestre de 2020, siempre y cuando los problemas que se vayan presentando tengan el aspecto de problemas de falta de liquidez. Y así hasta que un buen día, y de forma inesperada, como suelen suceder estas cosas, lo que emerja sea un problema importante de solvencia. Y entonces… ¡se terminó el festín!