El coworking llegó a España con fuerza hace una década y vivió su boom inicial en Barcelona, después en Madrid y más tarde en otras ciudades como Granada o Málaga que, sin embargo, han visto cómo se diluía la actividad en estos centros de trabajo compartidos. Eso es, básicamente, un coworking: un espacio físico propio donde además se utilizan en común instalaciones y servicios -no siempre- con otras personas y entidades, lo cual permite disponer de un lugar operativo al margen de si se cuenta con otra sede propia. Allí queda fijado un domicilio fiscal y se puede disponer de un sitio para trabajar previo pago de una cuota.
Esas cuotas, cuando surgieron estos centros hace una década, tendían a aglutinar servicios añadidos al simple lugar para trabajar, lo cual conllevaba precios que rondaban hasta los 3.000 euros mensuales, demasiado para muchas empresas. Ahora, la tendencia es diferente. Este sector ya lo estaba pasando mal antes de la pandemia, cuando el 60% de los coworking no eran rentables y el resto estaba -y está- en manos de grandes empresas e inmobiliarias. Su actividad quedó paralizada casi por completo con el confinamiento y ahora se tiende a abaratar costes para tratar de reactivar la oferta. Así, desde 40 euros al mes se puede contar ya con un espacio de trabajo en un entorno laboral, prescindiendo, eso sí, de muchos de esos servicios que popularizaron a estas instalaciones originalmente.
El sector del coworking en España se había marcado como objetivo antes de la pandemia alcanzar hasta un 30% del mercado total de oficinas en el año 2030 impulsado por nuevos inversores, pero el coronavirus ha cambiado la situación.
Era común en los coworking disponer de al menos un despacho propio y una sala de actos compartida como equipamientos básicos, y la tendencia fue al alza, hacia poder disponer de algo más que una habitación y aportar servicios que permitieran a una empresa complementarse con otras, con lo cual puede aumentar la capacidad operativa y las perspectivas de negocio. Ahora se trata de incentivar con imaginación los coworking en un tiempo en el que se impone el teletrabajo y la oferta es amplia.
Antes de la llegada de la Covid-19 el sector pasaba por una crisis que conllevaba que los locales más pequeños trataran de sobrevivir o directamente se vieran obligados a cerrar, mientras que los más grandes se encaminan hacia la especialización para paliarlo. De hecho, el sector atrajo a compañías de la talla de Inditex o Banco Santander, que plantearon su llegada con la intención de crear centros de trabajo físicos con el mayor número de servicios para hacer de una oficina compartida un lugar realmente ventajoso precisamente por la colaboración con los vecinos, algo que ahora está cambiando radicalmente por la crisis.
La Encuesta Global de Rentabilidad de Coworkings llama la atención sobre esa tendencia al retroceso, y señala que ya en 2017 los coworking de toda España comenzaron a dejar de ser rentables, y eso se ha ido acentuando. Como comenta Andrea García, especialista en este tipo de negocio, el coworking "está dejando de ser rentable porque tiene un modelo de negocio frágil y es difícil de rentabilizar si no tienes otra fuente de ingresos". De ahí que inicialmente se ofrecieran todo tipo de servicios añadidos que ampliaban la oferta y los precios.
Pero esa tendencia se ha invertido ahora que prima la practicidad, la sencillez y el abaratamiento sobre los servicios añadidos. Pequeñas empresas y autónomos son el principal público del sector, después de que inicialmente atrajeran a entidades más potentes, que finalmente se han convertido en caseros en muchos casos en lugar de en inquilinos.
Sin apenas actividad
Si las cosas ya estaban complicadas antes de la pandemia, después la debacle ha sido absoluta y el sector agoniza. Según pone de manifiesto el último informe sobre coworking de la consultora inmobiliaria JLL, la contratación de estos lugares de trabajo se ha desplomado el 91% durante el primer semestre del año comparado con el mismo periodo del año 2019 debido a la pandemia.
Los servicios añadidos de estos lugares, como las zonas comunes de reunión o los espacios de descanso, no se concebían durante la pandemia, con lo cual ese atractivo desaparece y nos queda únicamente disponer de un lugar para trabajar, que durante este tiempo ha dejado paso mayoritariamente los domicilios particulares de los trabajadores.
Pese a todo, el sector es optimista y piensa que, de la misma manera que la Covid ha hundido el negocio, también puede incentivarlo. Durante el confinamiento no existían apenas desplazamientos a estos centros de trabajo, pero ahora pueden ser de nuevo una buena opción debido a la reducción drástica de las tarifas y por la necesidad de descentralizar plantillas.
Negocio inmobiliario
La tendencia marca que las grandes empresas se han ido haciendo con coworking en detrimento de entidades más pequeñas que no han podido resitir el tirón. También las inmobiliarias se han apuntado, aunque para ellas se trata de un negocio solo "de metros cuadrados", apunta Andrea García. Ahora las inmobiliarias buscan también la manera de dar salida a esas instalaciones e incentivar su uso, y laprincipal medida es el abaratamiento.
La Encuesta Global de Coworking de Deskmag contemplaba cerca de 1,7 millones de personas en 18.900 espacios de coworking por todo el mundo a finales de 2018, un 33% más que el año anterior y un 21% más de espacios disponibles. Confirma que crecen las cifras globales por quinto año consecutivo, pero a costa de la prevalencia de los grandes espacios propiedad de firmas potentes, mientras que los más pequeños tienden a extinguirse, y más tras la irrupción de la Covid.
En todo caso, el sector se agarra a eso, a que las perspectivas fueron buenas y se puede voltear la situación y sacarle partido a la pandemia. El sector coincide en que la tendencia al teletrabajo, lejos de finiquitar el coworking y espera finalizar el año con una buena 'adaptación' a las circunstancias de la pandemia y datos más optimistas.