Alfonso de Salas, un editor obsesionado con la independencia del periodismo
No sería hasta 1982 cuando dio con la vocación de su vida. Con 40 años, dio un giro radical y acudió a la llamada de su hermano, Juan Tomás de Salas.
24 septiembre, 2019 17:55Alfonso de Salas era la discreción personificada. Su timidez llegaba a desconcertar. Era el presidente, pero siempre parecía estar en segundo plano. Nunca se le oyó una palabra más alta que otra. Es más, cuando raramente se enfadaba, bajaba el tono y mascullaba las palabras, casi deletreándolas. Al contrario de la mayoría de los empresarios de prensa, que buscan el protagonismo y la foto, era muy consciente que los focos debían dirigirse al director y a la redacción.
Dejaba hacer -esa era su gran virtud- y se encargaba de facilitar el funcionamiento de gran engranaje que se esconce detrás de una noticia publicada. Hay dos imágenes que prueban ese trabajo gris. En una, el editor aparece vestido con su siempre impecable traje gris, sentado sobre una silla de madera de tijera, arrimado a una mesa polvorienta, llena de cajas. Apenas queda sitio para alcanzar el teléfono por el que habla. Al otro lado de la línea, un inversor, tal vez un banquero. "Eso se llama empezar desde cero", escribió certeramente Fernando Múgica en el pie de la foto.
La otra imagen corresponde a un polígono industrial en las afueras de Madrid. Alfonso se encontraba en lo que describiría después como "una nave fría y desangelada que albergaba unas instalaciones precipitadamente montadas con elementos muy simples, de tecnología obsoleta, de segunda mano…" Era la imprenta donde se había montado la rotativa que debía imprimir El Mundo. "Largas caminatas nave arriba, nave abajo, para intentar mitigar la ansiedad –dejó escrito-. Sonido de sirenas anunciando el arranque de la rotativa y... ¡vuelta a empezar! Había roto una banda de papel. Eran más de las diez de la noche y para imprimir más de 150.000 ejemplares de papel hacían falta diez horas. Llegaríamos tarde a los quioscos". No hay mejor forma de retratar a un editor que se caracterizó por estar siempre a pie de obra.
Para llegar ese momento, quedaban atrás muchos años de formación (Licenciado en Economía y máster en la Sorbona) y de fatigas profesionales (Alcatel, Endesa). No sería hasta el año 1982 cuando dio con la vocación de su vida. Con 40 años, dio un giro radical y acudió a la llamada de su hermano, Juan Tomás de Salas, para reflotar las publicaciones en torno al buque insignia de su compañía, Cambio 16.
Coloca el Grupo 16 entre las grandes empresas de comunicación españolas. Y lo logra gracias a aplicar una nueva filosofía estrictamente empresarial
Con la ayuda de un equipo en el que ya estaban su inseparable Juan González (el ingeniero de las finanzas), Balbino Fraga (el brujo de la publicidad) y el añorado Romualdo de Toledo (el gran armonizador del equipo), coloca el Grupo 16 entre las grandes empresas de comunicación españolas. Y lo logra gracias a aplicar una nueva filosofía estrictamente empresarial: férreo control de gastos, búsqueda de nuevos caladeros de lectores; estudios de mercado. Lo que era una compañía básicamente familiar, dependiente de un solo hombre –su hermano Juan Tomás- pasa a ser una empresa profesional.
El buque insignia pasa a ser Diario 16, dirigido por Pedro J, Ramírez desde 1980, que se desprende de los números rojos y crece a ritmo de vértigo. Se había convertido en el periódico que marcaba la agenda nacional y, por tanto, en un peligro para el poder. En esa situación inmejorable para competir de tú a tú con los grandes, llega la crisis interna del Grupo 16 en abril de 1989. Las investigaciones sobre los GAL acaban siendo el detonante. Las fuertes presiones del Gobierno de Felipe González hacen mella en Juan Tomás de Salas y dividen al equipo directivo. El editor decide destituir al director del periódico. Su hermano, Balbino Fraga y Juan González se muestran contrarios. Juan Tomás de Salas rompe la baraja y decide destituir a Alfonso e incluso le ofrece venderle el periódico.
Este decide advertir al director de lo que ocurre, aunque Ramírez en realidad de quien es amigo es de su hermano, padrino de uno de sus hijos. Se produce la conversación en la que se plasmaría la ruptura: "Agárrate, Pedro, y escucha lo que te voy a decir; Juan Tomás me acaba de destituir y mañana te piensa cesar a ti".
El mismo Alfonso, flanqueado por Juan y Balbino, se presentó en una asamblea convocada en la sede San Romualdo, 26 en la que Pedro J. -ya destituido- se ofrecería a la redacción. Era el último cartucho. Ante la falta de respuesta, los cuatro abandonan el edificio y el sello 16 para siempre.
No sólo se rompió de forma abrupta la empresa, sino la familia. Pocas imágenes resultan tan gráficas como la del entierro de la madre de ambos, cuando ya estaba en la calle el proyecto que iba a poner en marcha el hermano díscolo. Se formaron dos largas colas. Una de los empleados del Grupo 16 para dar el pésame a Juan Tomás. Otra, de los trabajadores de El Mundo para dar sus condolencias a Alfonso.
El nuevo proyecto se puso en marcho apenas 24 horas después de los despidos. Lo bautizaron como "Futuro". El plan consistía más que en unas cuantas hojas de Word encuadernadas, llenas de buenas intenciones, algunos números y un plan económico elaborado por Juan González. La idea crear un nuevo periódico para el que según sus cálculos solo hacían falta 500 millones de pesetas y vender 50.000 ejemplares. Casi nada.
'El Mundo' ya era una realidad y un éxito. Un caso de estudio, incluso. La apuesta por la "fuerza de los intangibles" -una de sus frases favoritas- había resultado ganadora
Pero la fe es ciega. Es abril y comienza una carrera contra el reloj para sacar el nuevo rotativo en el otoño, coincidiendo con el curso político que se vaticinaba caldeado. De oficina en oficina, en instalaciones prestadas, puerta por puerta, el equipo directivo va reuniendo algún dinero. Llega el primer cheque: 50 millones de Ballvé, presidente de Campofrío. Los cuatro se fotografían ufanos con el valioso papel en la mano: un paso de gigante.
Alfonso y Juan pasean un domingo por el barrio de López de Hoyos y ven un destartalado almacén farmacéutico en la calle Sánchez Pacheco, 61: será la sede fundacional y llegaría a estar ocupado por un equipo de 200 personas. Alfonso y Juan consiguen una rotativa de segunda mano, que costaría Dios y ayuda montar como si fuera un rompecabezas. La misma de la nave "desangelada" y "fría" de la imagen de Alfonso. Ya se ve el horizonte. Ahora sí. Habrá periódico y El Futuro será El Mundo del siglo XXI.
El entusiasmo crece. Alfonso y el resto del equipo se repiten la frase talismán: "Hasta ahora hemos hecho el periódico que podíamos hacer, y ahora haremos el periódico que queremos hacer". Luego vendrían las ampliaciones, donde el carácter diplomático de Alfonso siempre fue decisivo. Primero, la entrada en el accionariado del Grupo Rizzoli Corriere della Sera -qué bien nos vino el italiano de Juan González-; más tarde, la del pujante Grupo Recoletos. El Mundo ya era una realidad y un éxito. Un caso de estudio, incluso. La apuesta por la "fuerza de los intangibles" -una de sus frases favoritas- había resultado ganadora. El joven ejecutivo, que muchos consideraban gris, del que dijeron que si su hermano no le hubiera sacado del paro, se habría muerto de hambre, se había convertido en un gran editor de un gran grupo de referencia: Unidad Editorial.
Pese al éxito, nunca de dejó de ser un empresario próximo. Bajaba por la redacción en cuanto podía -generalmente a última de la tarde- para mirar, para animar, para ver qué necesitábamos. Y hasta soltaba alguna broma, pese a que el humor nunca fue lo suyo: "Dale caña al Jota". Su secretaria, Mayte Toscas, su chófer ya fallecido, Miguel Cordero, no solo le respetaban, sino que lo adoraban. Siempre me sorprendió aquella fidelidad infranqueable. Yo mismo puedo dar fe de cómo en los peores momentos de mi vida, Alfonso estaba ahí "para lo que necesites".
Consiguió su objetivo, que dejó por escrito en un artículo de 1999: 'Cualquier hombre aspira legítimamente a que su obra le sobreviva'
Su última etapa fue una repetición de la operación de El Mundo. Creó en febrero de 2006 el diario económico El Economista, junto con Juan González, quién si no. Siempre obsesionado por la independencia editorial, utilizó misma fórmula para garantizar la libertad del diario, preservando acciones para el equipo profesional y evitar amenazas externas. Fue un éxito y otro ejemplo de innovación al crear, por primera vez en España, una redacción de papel e internet integradas.
Las grandes aficiones de Alfonso de Salas fueron el vino –era propietario de la bodega Montecastro- y el campo, del que disfrutaba en su casa en la sierra de Gredos. Resulta difícil olvidar su cara relatando el accidente en el que se rompió una pierna, pero podía haber muerto, cuando volcó el mini tractor que conducía por las laderas de su finca. Solía repetir que su mayor satisfacción era "la tarea bien hecha". Consiguió su objetivo, que dejó por escrito en un artículo de 1999: "Cualquier hombre aspira legítimamente a que su obra le sobreviva, y lo que ya parece incuestionable es que todos los que unimos nuestros esfuerzos a esta singladura podemos estar seguros de la obra nos trascenderá".
Acertó. Su obra ha trascendido a Alfonso. Ahí están El Mundo y El Economista para atestiguarlo.