¿Quién es Carlos Ginzburg? Argentino, 70 años, no sabe conducir, viaja en bicicleta, filósofo de formación, artista de oficio y elemento extraño en Tormenta ARCO. Acude por primera vez y podría decirse que lo hace disfrazado, ¿no? “De alguna manera, sí. Represento la implosión del sentido y la explosión de los signos”. Ya empezamos. Hablar sobre Jean Baudrillard no es fácil, en general, pero mucho peor es hacerlo con alguien vestido de negro, con una pancartita sobre su cabeza que ha atado a sus orejas, un cartel que le cuelga del cuello y un listón de madera con el que ha llegado para repartir estacazos al arte contemporáneo de la feria. De todas maneras, no es lo más enrevesado que he oído hoy: “Somos sentimientos, tenemos seres humanos”.
En un hombre-anuncio, como los Vendo Oro de la Puerta del Sol con discurso de Baudrillard. ¿Qué hay debajo del discurso? ¿Cómo se puede descubrir el disfraz en la feria de las veleidades? ¿Quién no va disfrazado en ARCO? Porque se trata de esto, de rascar y desenmascarar al mentiroso para que el dinero no se vaya por la alcantarilla. Invertir en arte contemporáneo es eso: apostar por un número que no sea una estafa. ARCO celebra 35 años y en el camino han quedado los cuentos de unos cuantos, que los galeristas trataron de colar como el novamás. Hoy hay miles de artistas, cientos de galerías, un producto de primera en oferta, ¿quién puede ver a los reyes que van desnudos?
Mientras el amable Carlos habla de implosiones y de explosiones, explica el sentido de su presencia, una nube de espontáneos le cubre a fotos. El público general tiene prohibido el acceso hasta mañana, éstos son los coleccionistas, los profesionales del sector, los que tienen un gusto más refinado que los que pagarán 40 euros esperando sorprenderse con la feria que “se ha hecho mayor”.
Las comillas son de Carlos Urroz, director de la feria, que da a entender que no consentirá el W.C-Art, un gran invento que pudo verse en ARCO 1985. La galería Berruet lo presentó como “la única máquina que pinta cuadros”. Y gritaban desde la caseta: “¡Aprovechen la ocasión!”. El chisme -un invento del pintor asturiano Kiker- era, como ya se han imaginado, una cabina de excusado, que escupía obra a diestro y siniestro. La gente se agolpaba frente al váter del arte a recibir sus creaciones. Fue uno de los puntos calientes de aquel año y es el tipo de intervenciones que Urroz ya no aceptará en la feria que se ha hecho mayor.
Pero aquí está Carlos Ginzburg con su mensaje: “El arte hoy es una tabula rasa”. Es lo que ha escrito en su listón para recordarnos que... ¿qué quiere decirnos, Carlos? “No preguntas a la persona adecuada. Yo actúo para que tú interpretes, no me puedes preguntar por la interpretación porque yo soy el signo. El significado lo pones tú”. Vaya, se resiste. Opta por jugar al gato y al ratón hasta que termina por bajar a la tierra y alargar su discurso sobre cómo el arte hace borrón y cuenta nueva: “El arte es una proliferación de la repetición continua”. O sea, un váter que escupe arte requeteplagiado sin parar.
La tabla rasa del arte contemporáneo es un constante repetirse, un plagio incansable. “De manera consciente e inconscientemente”, añade el artista. Por lo que nunca hubo nada distinto a lo que creemos ver hoy. “El arte no inventa nada nuevo, lo recicla todo”. Por cierto, ¿qué quiere decir el cartel del cuello, “Terro.Tu.Rista”? “No lo sé, es una asociación de ideas que se presentó en una misma palabra”, cuenta. No lo tiene claro, pero ríe. Una interpretación urgente y obvia: usted es un terrorista del arte y un turista en una feria. Le gusta. “Sí, esto es una acción un poco terrorista, porque todo el arte es una tabla rasa”. Ojo, Carlos, que en España el arte está mirado con lupa y termina enchironado.
¿Y a cuánto lo vende? “Lo que yo hago no se puede vender”, dice y confirma que sí, que es un terrorista del mercado y ha puesto una bomba en el centro del sistema.
- Perdone que le pregunte esto Carlos, pero si no vende su obra, ¿de dónde salen sus ingresos para vivir y seguir siendo artista?
- Mi mujer es analista financiera en General Electric.
- Ah, vaya, esa es una buena fuente de ingresos.
- El resto de mi obra sí la vendo, sobre todo trabajo de los setenta y los ochenta. De hecho, la TATE de Londres acaba de comprarme 21 paneles de 1,50 x 1,50. No llegaron a ser expuestos nunca, salieron directamente de mi estudio de París, donde vivo.
Ginzburg está en las principales colecciones de arte contemporáneo, como el MoMA, el Pompidou de París y el Getty de Los Ángeles. En ARCO representa a la galería neoyorquina Henrique Faria. En 2010, Manuel Borja-Villel, el director del Museo Reina Sofía, compró varias fotos de una acción suya en 1972 en los míticos Encuentros de Pamplona. En las fotos aparece con larga melena y mostacho, pantalones campaña y un listón en el que ha escrito: “Estoy señalizando la ciudad”.
Paseó de esta guisa por la capital navarra. En la ficha del museo puede leerse una interpretación de los historiadores de aquella acción: “Es una acción con la que declaraba a la propia ciudad de Pamplona como una obra de arte”. Subrayaba la idea “de desmaterialización y expansión de la obra de arte”. “Ginzburg sugería que cualquier evento, situación o contexto es susceptible de ser arte, así como el potencial creativo de todos los seres humanos”, añade el Museo.
Agárrense porque viene la traca final: “La exteriorización de las formas se ha estirado hasta no producir nada nuevo ya y repetirse hasta el infinito y abrir cada vez más ferias y más museos”, dice Carlos señalando al emperador que va desnudo. Este amable personaje es un nihilista de primera que por sus tablas también pasa Bakunin: “La política de la tabla rasa implica, también, la destrucción de la tabla rasa”. Es decir, que el arte contemporáneo según se crea, se destruye y las ferias son los lugares a los que van a parar los desperdicios.
En ARCO 1986 la galería Barraca vendía su pintura sobre papel por metros. Instaló el rollo de papel sobre un soporte metálico que le permitía cortar la obra como quien corta papel para envolver el pescado.