Dos de las grandes instituciones culturales de los ochenta celebran 35 años: ARCO y Joy Eslava. Las crestas y la euforia se paseaban por la mañana por los pasillos que ruborizaban al país y remataban la jornada dándolo todo en el otro templo de aquella movida. España era una fiesta a punto de reventar donde no se podía dejar de ser joven. Treinta y cinco años después, ARCO cambia crestas por corbatas y jarana por mercado. Parafraseando a Esperanza Aguirre cuando quiso cortar con el gasto social: se acabó la fiesta.
Esta semana recordaba Pablo Gil, en el periódico El Mundo, una de las anécdotas más increíbles de todos los tiempos de la noche madrileña que demuestra cómo la relación entre la nocturnidad y el arte contemporáneo podría haber dado frutos mucho más rentables. El dueño de Joy Eslava contaba al periodista cómo un jeque compró, a altas horas de la madrugada, toda la recaudación que había en caja para lanzarla desde la última planta a los que seguían disfrutando de su compañía. Ese ha sido el problema de ARCO: nunca ha sido atractivo para los millonetis.
Los galeristas dicen que lo que le falta a ARCO es lo que le falta a España: dinero. Necesitamos coleccionistas y que los que había vuelvan a invertir
Han pasado 35 años y las galerías más importantes siguen sin llegar a menos que se las invite, como ha pasado en esta edición, que la dirección les ha cedido el espacio gratis a una treintena de ellas en un intento de convencer a los grandes marchantes internacionales de que España va bien, que está forrada de coleccionistas dispuestos a quemar la noche y, antes, a ajustar cuentas con el arte. El año que viene veremos el efecto de la acción: si repiten es porque hay dinero.
Sin embargo, la hemeroteca está llena de lamentos y pruebas contra las esperanzas. En la segunda edición, ARCO 1984 duplica visitas (100.000 personas) y vienen 70 galeristas extranjeros. Lamentan la falta de venta, la excesiva burocracia para participar y los altos aranceles con los que son penalizados. Amenazan con no volver.
Quiero, no puedo
Un año más tarde, el pintor Antonio Saura dinamita la feria con un artículo demoledor: “Arco solamente podría existir si la dinámica cultural y económica del país lo permitiese”. Define la feria como un “espejismo peligroso” que sólo muestra un reflejo deformado de una “moda de segunda mano”. Y añadía: “Parece una parodia de las ferias extranjeras, un quiero y no puedo, un pretexto para la buena conciencia”.
Para comprender por qué ARCO no termina de despuntar como referencia, nada mejor que preguntar a los galeristas extranjeros. “ARCO ha pasado por muchas fases, porque es un reflejo del mercado y de la situación económica del país”, cuenta a este periódico Pedro Cerva, de Lisboa. Ha montado una de las piezas más sobresalientes: un ciervo descomunal blanco, de resina, obra de Miguel Branco. Son 50.000 euros. “Sin embargo, esta feria ha dependido mucho de la compra institucional de los museos, que hasta hace 10 años era muy fuerte y desapareció. El mercado de Europa central no es el del sur, el dinero no está aquí”.
Antonio Saura piensa que ARCO es una parodia de las ferias extranjeras, un quiero y no puedo, un pretexto para la buena conciencia
Como dice Álvaro Alcázar: “El dinero es muy cobarde, huye si no confía”. Se refiere a la situación política del país. 2015 no ha sido un mal año de ventas, parece que remontaba hasta que llegaron las Elecciones generales y un Gobierno en funciones. “Lo que le falta a ARCO es lo que le falta a España, dinero. Necesitamos coleccionistas y que los que había vuelvan a invertir. Espero que vuelvan a tener la ilusión y la pasión que se ha perdido”, añade. La obra más barata de su stand es una pintura de Simon Zabell, por 7.500 euros. Dice que antes la feria se hacía para dar a conocer, pero eso ya ha cambiado: “Ahora la sorpresa no tiene sentido”.
El público paleto
El arte de ARCO ya no quiere turbulencias, ni titulares, ni portadas. Quiere ventas. A los galeristas que no les toca la foto de la feria prefieren llamar a ese arte ruido, espectáculo, teatro, la feria de la feria y terminan purgándolo. “Eso no es arte”, dicen refiriéndose a la cresta y la euforia de los ochenta. “El público paleto ha abandonado los pasillos”, dicen.
“¿Dónde está Amancio Ortega?”, se pregunta el galerista Manuel Fernández Brasso, que echa en falta la inversión de las fortunas españolas en el arte contemporáneo. De hecho, se dice que al dueño de Zara, el hombre más rico del mundo detrás de Bill Gates, le gusta Sorolla y alguna artista gallega. Pepe y Luis, de la galería Espacio Mínimo, inciden en el mismo asunto y comparan al empresario textil con el mexicano Carlos Slim, que acaba de inaugurar un museo para mostrar su colección particular. Aunque cuestionan la calidad de las compras, valoran el empuje a favor del arte y señalan que el problema en España es que “no hay pasión”.
En España se apuesta por lo establecido y dictado por el mercado extranjero: somos más descreídos, no arriesgamos a pesar de tener productos de calidad
“Nos falta pasión, en el extranjero se vive el arte de otra manera. En España somos más descreídos. Aquí se apuesta por lo establecido y dictado por el mercado extranjero. Nadie arriesga a pesar de que tenemos un producto de primera calidad”, se refieren a los artistas. Tampoco España puede fraguar una generación de coleccionistas con el IVA por las nubes y sin una Ley de Mecenazgo a la altura de las circunstancias. Cuentan que el mismo artista que ellos venden se vende en una galería extranjera con un 15% menos de IVA y un 10% de rebaja cordial. “¡No podemos competir en nuestra propia feria! El arte es lo último que se compra y lo primero que se deja de comprar”.
La primera directora de la feria, Juana de Aizpuru, explica que la crisis de 92 anuló a la primera generación de coleccionistas, crecidos en los primeros años de la feria. La crisis financiera que atravesamos ha dilapidado a la segunda, pero la veterana marchante asegura que estos están más formados y no van a abandonar tan fácilmente. “Es verdad, hoy faltan coleccionistas y los que vienen sería bueno que lo hicieran porque les interesa, no porque les invitan”, dice.
Hoy faltan coleccionistas, y los que vienen sería bueno que vinieran porque les interesa, no porque les invitan
El mayor cambio que observa en estos 35 años es el público, “el de los ochenta era entusiasta y enérgico”. “Quizá este ARCO haya recuperado el de los primeros años, el mío. A la gente le llamaba más la atención la feria porque no había visto nada. Pero hoy ya nadie se sorprende”, cuenta.
“ARCO es un reflejo del país: como colectivo es un país entusiasmado e, incluso, adictivo”, asegura Julián Rodríguez de Casa sin fin. “Es un país entusiasta y una feria entusiasta. Hay obras importantes y piezas de interés, pero hay que saber mirar entre tanto ruido”. Valentín Roma, antiguo responsable de la programación del MACBA, cuenta que el imaginario de los ochenta era “feria, feria”. “ARCO parece haber nacido como derivada de aquellos movimientos. Pero el nivel ha subido”. Sólo falta que venga don Amancio y los rescate.
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