Uno nace y crece con arquetipos que mucho más adelante cobran sentido. La literatura infantil está llena de héroes, de valientes, de príncipes aguerridos y uno cree con esas primeras lecturas que todos somos así, que es una especie de impronta de tu naturaleza. A medida que se va creciendo, te das cuenta de lo muy difícil de ser valiente, de no dar pasos atrás o a los lados o aliarte con el siempre cómplice silencio.
Y entonces comprendes que esos cuentos infantiles eran historias extraordinarias y que lo habitual no es la valentía, sino más bien el seguimiento borreguil a la masa, la búsqueda del confort, la obediencia indiscutible a los líderes, dejar el pensamiento y el sentimiento en manos de otros, cuando no la abstracción de cualquier problema que te exija tomar partido.
En estas jornadas tan difíciles y consciente ya de lo extraordinario y maravilloso que es ser valiente ante una sociedad ¿como la catalana- radicalizada por el independentismo con todo lo que ello supone, apetece dar las gracias a los que con su palabra decidieron dar batalla al dragón que lanza fuego de odio y sinrazón.
Para evitar caer en olvidos, hay que dar las gracias a esa gran población silenciada que ha empezado a decir que están allí y han salido a la calle después de años de presión. Se les ha caído el miedo y ahora afloran en manifestaciones donde reivindican lo evidente; que son catalanes y españoles y que su pensamiento tiene la misma fuerza de aquellos que solo se sienten catalanes y se muestran hostiles a España.
Valiente, como el anciano dueño de un hotel de la costa catalana que abrazaba a un Guardia Civil y le ofrecía su tarjeta de crédito ante la presión del ayuntamiento que le amenaza con cierre sine die, lo que le obligaba a despedirlos de su hospedería. O tan valiente como el vecino que con un gran sentido del humor amenizaba a sus vecinos de patio con música de Manolo Escobar. ¡Eres un tío grande, eres uno de esos héroes que aparecen en cuentos infantiles! Y miles y miles de héroes anónimos que con su comportamiento se han rebelado contra los abusos del independentismo durante años sin contar con el apoyo claro de los diferentes gobiernos españoles.
También me gustaría dar las gracias a dos personas públicas que, a mi modo de ver, son ejemplo de coherencia y no solo por el actual desafío catalán, sino por una trayectoria que para mí es toda una inspiración en estas materias.
El director de teatro Albert Boadella y el filósofo Fernando Savater han demostrado con su actuación y sus palabras que existen los valientes sin espada ni caballo. Boadella en contra de su confort y de los réditos que podría haber obtenido poniendo su talento al servicio de la irracionalidad independentista ha acabado como un apestado en su propio pueblo. Un hombre que actuó igual en circunstancias no democráticas. Ejemplo de que el autoritarismo y los fanatismos también se dan con envoltorios democrácticos.
Y qué decir de Fernando Savater que ha tenido siempre el coraje para enfrentarse, otrora a la barbarie terrorista desde sus aulas de profesor en el País Vasco y que ahora muestra la misma aversión al totalitarismo independentista. ¿Para cuándo un filósofo al frente del país como reclamaban los griegos?