Ojalá lleguen pronto las elecciones del 21 de diciembre y se ofrezca un resultado manejable y que traiga calma, estabilidad y nuevos impulsos a la economía. Queda más de un mes y muchos ya se muestras exhaustos, hartos y lo que es peor, faltos de sus creencias o, tal vez, es que nunca las tuvieron. Porque cuando un problema tan grave como el independentismo catalán se mezcla con la perversa estrategia electoral, el resultado es la nada, el conjunto vacío, el cortoplacismo que pone en último lugar los principios. Si a eso se añade un grupo de mandatarios incapaces de mantener cualquier ideología, se consigue la paralización absoluta.
Si antes del 155 el Gobierno español parecía temeroso y cauto al extremo, atravesado este número ahora se muestra amorcillado, denso, incapaz de generar el discurso ilusionante que le piden muchos catalanes y casi todos los españoles. Se le ve pesaroso con los consejeros en las cárceles, casi dolido, desmoralizado. Y además, se cuida mucho de pisar cualquier callo pese a haberse apropiado con la ley en la mano de la autonomía catalana.
Esta actitud cansina del Gobierno se transmite al resto de la sociedad que también cae en el sopor de esa abulia. Si no estamos convencidos de que se ha hecho lo correcto con las leyes en la mano y la independencia de los tribunales, los ciudadanos pueden terminar mirando a otra parte y empezando a creer que aquello no les atañe. Tal vez lo que más interese a los independentistas en cuyas filas también reina un cansancio de traiciones, huidas y palabrería que suena cada vez más hueca y falta. Pero, la verdad es que a mí el problema de ellos me importa muy poco.
Como decía Zapatero al egregio periodista Gabilondo: ¿hay que dar caña, hay que mantener la tensión¿ referiéndose al proceso electoral (algo que terminó por confirmar que bambi contaba con una mandíbula de perfecto depredador). Rajoy y su equipo no pueden mostrar esa languidez mientras en el otro lado de la calle siguen las maniobras, las caceroladas o las huelgas generales, aunque cada vez con menos ruido, con menos fuerza.
Hay que estar convencido de que lo que se ha hecho es lo correcto. Nadie busca venganzas ni ejemplos épicos. Simplemente que se mantengan con la palabra y la actitud las decisiones tomadas muchas veces a su pesar. Se agradece que desde la Justicia o de algún país extranjero haya más claridad y decisión que desde unos gobernantes abrumados.
Y como ya le ha ocurrido al Partido Popular en otros episodios importantes, su negativa a dar la cara, su renuncia a sus convicciones, la incapacidad de explicar sus ideas ha terminado en descalabro electoral bien merecido y justo. De momento, mientras calibran todo, mientras se lo piensan una y mil veces, mientras dan un pasado adelante y dos hacia atrás, las encuestas electorales les castigan. Pero con la repetición de años de esta manera de hacer tal vez sea ésta la esencia del partido que ahora está en el Gobierno. Lástima, no por ellos, sino por la solución del desafío catalán. Por los catalanes que ansían vivir en libertad y por buena parte del resto de españoles.