Conferencias, seminarios, advertencias, regulación a tope, Mifid II y lo que ustedes quieran, pero los españoles siguen sin acercarse a los mercados financieros. Casi, casi parecen masoquistas. Las familias españolas prefieren tener 560.000 millones de euros parados en cuentas corrientes que aventurarse a colocar algo en la Bolsa, la renta fija, los fondos de inversión, pensiones, seguros, etcétera. Y tienen otros 230.000 millones en depósitos bancarios que dan centésimas o décimas de rentabilidad en el mejor de los casos.
La ocasión de estos años de tipos de interés cero en el Banco Central Europeo y, por ende, en los productos bancarios, les ha dejado inmóviles. Ignoran completamente las supuestas bondades de la Bolsa, las maravillas de la gestión colectiva con los fondos como máximo exponente, aunque es cierto que aquí sí han metido algo.
Y han metido poco en fondos, pese a que a los bancos es lo único que les interesa comercializar. Entras a una entidad financiera a pagar un recibo y te asaltan con que suscribas fondos de inversión. Ya en casa tranquilo te vuelven a llamar para ofrecerte fondos y más fondos. Pides que te suban un poco el plazo fijo dentro de la miseria reinante y te dicen que te darán unas décimas más si colocas el mismo dinero en fondos de inversión.
Ahora ya las familias españolas ni siquiera se dejan mover a los vientos que sople la banca. Simplemente dicen no. Cerrazón absoluta. No quieren saber nada de Bolsa, ni de fondos de inversión pese a la insistencia de sus directores de sucursal y apoderados que no quieren el dinero de sus clientes parado en sus cuentas corrientes con un Banco Central Europeo con la espita muy abierta. ¡Qué no, leñe, que no quiero fondos¿ déjelo usted al cero por ciento, y a mí tranquilo!
La explicación más sencilla que encontrarán supervisores y casi seguramente las entidades financieras, es que estamos ante el homus conservador, una especie que llegó de África y se asentó por estas tierras y que ya entonces no gustaba de ningún riesgo.
Por supuesto que en España falta cultura financiera, pero son otros muchos factores los que han pesado para desaprovechar este momento histórico y, para mí, se resumen en una total desconfianza hacia la inversión financiera.
Los abusos en Bolsa sobre los pequeños inversores son legendarios. Cientos de operaciones a sus espaldas y en las que nunca se pensó en ellos para beneficiarlos. Muchas salidas a Bolsa enfocadas únicamente a enriquecer al propietario y compraventas firmadas en despachos donde quedaban como comparsas y sin la prima.
Como remate final para espanto de los inversores, la salida a Bolsa de Bankia, una entidad pública que se supone con cuentas falseadas después de recibir todos los plácets del costoso sistema de supervisión y vigilancia. Y el último episodio, la intervención del Banco Popular que dejaba a 300.000 acciones con los bolsillos vacíos. Además, en la sociedad actual el inversor en Bolsa es un personaje malvado por naturaleza y ese mensaje se compra muy bien. Es justicia divina que lo pierda todo¿ por especular.
Y también los recientes aires de las preferentes han dejado un hedor que el ahorrador tardará en olvidar. ¿Si me lo recomienda el banco, como me recomendó las preferentes¿ esto no puede ser bueno¿, se dirán. Y ahí están, con su dinerito al cero por ciento en cuenta corriente o depósitos viendo pasar la vida tan tranquilos y, quién sabe ¿a tenor de cómo van las cosas- si no esperan a acumular un poquito más para comprarse un apartamento que alquilar o disfrutar en su ciudad o en la playa.
La oportunidad perdida debería generar esa reflexión profunda cuando ahora, además, se quiere obligar a los españoles a ahorrar para la vejez en los mercados financieros. Si prueban a quitar la desgravación de este producto, ya verán cómo moriría en poco tiempo.
Me temo que la esperanza de las entidades financieras y de los supervisores sea la de aplicar la lezotecnia a sus administrados y clientes.