Ocurrió el 19 de junio de 2017. Por la mañana, el Ministerio de Finanzas de Argentina lo confirmaba su cuenta de Twitter: el país estaba colocando en el mercado una emisión de deuda¿ ¡a 100 años!
Horas después, se conocieron los detalles: captó 2.750 millones de dólares, con una demanda de 9.000 millones, un cupón del 7,125% y un interés de partida del 7,9%, porque el precio se colocó por debajo de la par.
Argentina anuncia una emisión de bonos en dólares a 100 años de plazo. pic.twitter.com/s4sEQOggWR
Para el Gobierno de Argentina, esta emisión fue un ejercicio de imagen. Y así lo vendió. ¿Una emisión de este tipo es posible gracias a que logramos recuperar la credibilidad y la confianza del mundo en Argentina y en el futuro de nuestra economía¿, proclamó el ministro de Finanzas, Luis Caputo. Y aún fue más allá: ¿Estamos más cerca de países normales como Bélgica o México que de Venezuela. Es un sello de confianza no sólo en esta administración sino también en el futuro del país¿.
Caputo aludía a otras emisiones centenarias realizadas por países como México, Irlanda o Bélgica en los últimos años. Y situaba a Argentina a su altura y su credibilidad en los mercados al poder sacar adelante una emisión a 100 años cuando apenas un año antes, en abril de 2016, había dejado de estar considerado como un país en `suspensión de pagos selectiva¿ tras saldar la deuda que mantenía con sus acreedores, que alcanzaba los 9.300 millones de dólares.
DEMASIADO BONITO, DEMASIADO RÁPIDO
El Gobierno de Mauricio Macri no caminaba, por tanto. Volaba. Alcanzó la presidencia a finales de 2015. En la primavera de 2016 saldó las deudas del pasado. Y un año después año era capaz de emitir deuda a 100 años. Increíble. Y rápido. Tan rápido que no ha habido que esperar ni siquiera otro año para que la realidad haya demostrado que no todo era tan bonito.
Este martes, 323 días después de aquella `emisión del siglo¿, Argentina ha solicitado formalmente ayuda financiera al Fondo Monetario Internacional (FMI). ¿La causa? La necesidad de contar con más recursos para contener el descalabro del peso argentino.
Aunque, en realidad, hay más. Mucho más. Y hay mucho más de carácter interno, es decir, de problemas propios de Argentina, y externo, de efectos colaterales derivados de las extraordinarias políticas monetarias de los bancos centrales durante la última década para luchar contra la crisis.
Porque esa emisión a 100 años es `hija¿ de los bancos centrales. De la combinación de la avalancha de liquidez que han metido en la economía y de los bajos tipos de interés vigentes en las principales potencias. Este cóctel alentó una carrera por la rentabilidad en todo el mundo, y esa deuda argentina con una rentabilidad superior al 7% encajaba con esa premisa de intentar meter en las carteras algo de `picante¿ con el que incrementar los rendimientos.
Y ahora, menos de un año después, los bancos centrales vuelven a ser protagonistas en lo que le está pasando a Argentina. En especial uno, la Reserva Federal (Fed) estadounidense. La posibilidad de que la entidad acelere su subida de los tipos de interés, combinada con la reducción del balance que viene ejecutando desde octubre, ha provocado que la rentabilidad del bono estadounidense a 10 años haya superado el umbral del 3% por primera vez desde 2014 y ha impulsado la reacción alcista del dólar. Y estas consecuencias las están sintiendo varios mercados emergentes, como Argentina o Turquía, con fuertes caídas de sus divisas.
Y ahí es donde el foco se centra ya en Argentina. Para empezar, en el peso. Terminó 2017 en los 18,6 pesos por dólar. Y ha caído ya hasta las 23 unidades por dólar. O lo que es lo mismo, en poco más de cuatro meses ha perdido un 19% de su valor contra el `billete verde¿. Y desde finales de 2015, la depreciación se dispara al 44%.
La aceleración de la caída del dólar en las últimas semanas ha encendido todas las alarmas. Sobran los motivos para que sea así. Su descenso supone una presión inflacionista adicional para un país que tiene como objetivo situar la inflación en el 15% este año, pero que tiene los precios encareciéndose un 25% en tasa interanual. Y su debilidad también eleva la carga financiera del sector público y privado a la hora de devolver la deuda denominada en dólares.
TODOS LOS RIESGOS A LA VEZ
Para el Gobierno de Macri, esta última consecuencia representa un peligro potencial considerable si se tiene en cuenta el creciente endeudamiento al que ha recurrido para financiar el déficit del país. En los dos últimos ejercicios, el déficit público de Argentina ha superado el 6% del Producto Interior Bruto (PIB) y la deuda ha crecido desde los 254.000 millones de dólares de finales de 2015 a los 371.000 millones actuales, según los datos del Observatorio Fiscal Federal de Argentina. Es decir, el volumen de deuda, que a finales de 2015 se situaba en torno al 40% del PIB, ronda ya el 60% en poco más de dos años.
Era el plan de Macri. Sin embargo, tenía los pies de barro. "Con un alto nivel de endeudamiento, este plan no estaba equipado para hacer frente a choques externos, tales como la subida de los tipos de interés, la apreciación del dólar o el incremento de los costes de la energía", explica Gregorio Saichin, responsable global de inversiones de renta fija emergente de Allianz Global Investors. Y puntualiza: "A finales de 2017, no parecía que ninguno de estos riesgos tuviera una alta probabilidad de que se manifestaran".
Pero ahora, de repente, han emergido todos a la vez para llevarse por delante al peso argentino, cuyo hundimiento amenaza con traer de vuelta una crisis inflacionaria y una crisis de solvencia al país. De ahí que las autoridades argentinas se hayan empleado a fondo para defender a su divisa.
El Banco Central de la República Argentina, en tres maniobras casi consecutivas, ha elevado los tipos del 27,25% al 40% en la primera semana de mayo. Además, ha gastado 6.000 millones de dólares de las reservas internacionales del país ¿el 9,7%- en el último mes para salir en defensa del peso, con lo que han quedado reducidas a 56.000 millones, cuando en enero llegaron a superar los 63.000 millones. Y el Gobierno ha elevado su compromiso con la estabilidad presupuestaria al reducir su objetivo de déficit primario para este año del 3,2% al 2,7% del Producto Interior Bruto (PIB).
Pero nada de esto estaba siendo suficiente. Antes de elevar los tipos al 40%, el peso se cambiaba a 22,5 unidades por dólar; esta semana ha llegado a caer hasta los 24,2 pesos por dólar. O lo que es lo mismo, Macri y el presidente del BCRA, Fernando Sturzenegger, se han visto empujados hacia un dilema: o adoptaban medidas aún más duras, como subir los tipos más aún o 'quemar' más reservas, a riesgo de detonar una severa crisis económica, o levantaban la mano para solicitar asistencia financiera al Fondo Monetario Internacional (FMI).
El martes se decantaron por la segunda opción, con la petición de una ayuda que podría rondar los 30.000 millones de dólares. Entendieron que era el `mal menor¿. Y por dos motivos, además. El primero tiene que ver con la dificultad de detener un proceso como el que se ha puesto en marcha en el mercado con el peso argentino. "Encontrar una línea de crédito en el FMI era el paso lógico para incrementar la potencia de fuego con la que Argentina cuenta para defenderse", apunta Gregorio Saichin.
El Gobierno interpreta la asistencia del FMI, pese al mal recuerdo que su figura provoca en Argentina tras la experiencia acumulada a comienzos del siglo XXI, con los duros recortes aplicados entonces y, sobre todo, con el `corralito¿ impuesto por las autoridades, como el 'flotador' que frenará la pérdida de valor del peso y permitirá que el país se financie. Es decir, entiende que la ayuda del FMI es el salvoconducto para evitar 'males mayores' como caer de nuevo en recesión, provocar un impago por falta de financiación, quedarse sin reservas o tener que decretar controles de capitales -'corralitos'-.
Todos ellos, además, 'males mayores' sin garantías de éxito. Esto es, sin que Buenos Aires tenga certeza de que vayan a funcionar para defender a su divisa. "La tendencia bajista del peso es indiscutible", avisan los analistas de Monex Europe. "Sin embargo, el desarrollo de las negociaciones para conseguir una línea de crédito con el FMI pueden poner un suelo en la caída libre de la divisa argentina", añaden. O lo que es lo mismo, el escenario actual deja claro que Argentina, por sus propios medios, tiene casi imposible cortar el torrente bajista del peso.
El segundo motivo posee más calado político. El FMI puede ser la 'excusa' que Macri necesita para imponer medidas restrictivas que hasta ahora no ha decretado. Si hacen falta, sobre todo para reducir el déficit público, que lo diga el FMI, no la Casa Rosada. Algo así como que 'el Gobierno no quería, pero no le ha quedado otro remedio' dadas las urgencias que sufre el país.
El problema es que todo suena a demasiado reciente. A demasiado conocido. Argentina, FMI, inflación elevada, deuda, 'corralito'... Los fantasmas del pasado, todos juntos, todos a la vez, aparecen de nuevo. En su defensa, el Gobierno de Macri entona que 'esta vez es diferente'. No habrá que esperar mucho para comprobarlo. Porque todo va rápido, muy rápido, en la Argentina de Macri.
- El peso argentino se hunde: todo depende ya de la línea de crédito del FMI