Viernes, 23 de febrero de 2018. Las acciones del gigante textil español Inditex arrancan la jornada cerca de los 27 euros. A las 11 de la mañana, dos horas después del inicio de la negociación bursátil, sus títulos empiezan a caer. Con fuerza. Un 2%. Un 4%. Un 6%. Y así hasta un 7% al final de la sesión, el segundo peor día en su historia como cotizada, solo por detrás del 10% que cedió el 5 de marzo de 2009.
Tras semejante batacazo, su cotización se desinfló hasta los 25 euros. Un año después, no anda lejos de ahí. Ahora cotiza a 25,53 euros, aunque en el último año ha oscilado entre los 30 euros que tocó en junio y julio de 2018 y los 22,9 euros a los que cayó a comienzos de 2019. Pero el precio actual y la evolución de los últimos meses quedaron condicionados y, sobre todo, supeditados a lo que ocurrió hace justo un año, aquel 23 de febrero de 2018.
Y lo que ocurrió jamás estuvo claro del todo. O mejor dicho, nunca adquirió carácter oficial. Pero ocurrió. Durante esa mañana, varios bancos de inversión extranjeros, JPMorgan o Citi, emitieron informes en los que rebajaron el precio objetivo que otorgaban a la compañía presidida por Pablo Isla y anticiparon unos resultados peores de lo esperado para el año 2017, cuya publicación se esperaba para el 14 de marzo.
Esos informes se agolparon tras esa reunión. ¿Había guiado Inditex a los analistas, en una suerte de ‘profit warning’ o recorte de sus previsiones de beneficios? Fuentes del mercado señalaron que sí, aunque Inditex nunca formuló una declaración oficial al respecto ni emitió ningún hecho relevante rectificando sus estimaciones.
UN POSO QUE PERMANECE
Las sospechas, sin embargo, quedaron ahí. Y el valor lo pagó. Pero no solo por lo raro que fue todo ese día, el más polémico desde que salió a bolsa en 2001, sino sobre todo por lo que recogían esos informes y lo que la propia compañía ya había deslizado a sus autores: que la textil afronta una desafiante etapa de crecimiento más moderado y transformación digital en la que, sus joyas de la corona, sus formidables márgenes, estarán amenazados tanto por los nuevos competidores tecnológicos como por el ‘efecto llamada’ que pueden ejercer.
Este poso es el que permanece un año después. Atrás quedan los más de 36 euros a los que llegó a cotizar a mediados de 2017 y una capitalización de 115.000 millones de euros. Ahora su valor bursátil ronda los 80.000 millones.
Si desde el verano de 2017 el mercado empezó a poner en cuarentena sus valoraciones sobre la compañía, en los últimos meses de 2017 y ya de forma definitiva desde febrero de 2018 la percepción del mercado cambió. Hasta finales de agosto de 2017, el consenso de mercado le concedía un precio objetivo de 38 euros; el 22 de febrero de 2018 ya había bajado hasta los 34,17 euros; y ahora se sitúa en los 29,76 euros.
Estos recortes, así como los informes en los que están basados, no ponen en duda el rumbo ni la favorable evolución de la compañía, y de hecho 21 de los 30 analistas que siguen al valor aconsejan comprar sus acciones, sino que simplemente recogen unos múltiplos más ajustados a una empresa con tasas de crecimiento menores, con lo que a la fuerza las valoraciones también lo deben ser. Es decir, encajan con una empresa que entra en una nueva fase y que debe ser vista con unos ojos distintos por parte de los analistas.
Esos ojos están pendientes ya de los resultados del año 2018 que la textil gallega presentará el 13 de marzo. Las previsiones del mercado contemplan un crecimiento de las ventas del 4,6%, hasta los 26.492 millones de euros, y un beneficio neto de 3.494 millones, un 3,7% superior al de 2017. El beneficio por acción (BPA) se situaría en los 1,12 euros, más de un 3% mayor que el del ejercicio anterior, pero inferior a los crecimientos a los que Inditex había acostumbrado al mercado. Pero es que la compañía está en otra fase. Quedó patente hace justo un año.