Ya es un hecho. El crash de 2020 es el peor mercado bajista de la historia que ha vivido el S&P 500, si consideramos la velocidad de las caídas desde su punto alto de medición.
No soy amigo de comparar crisis bursátiles porque el hecho de que cada una de ellas ocurre bajo circunstancias muy específicas es precisamente lo que no las hace comparables. Pero la evidencia empírica es notable.
El mercado bajista generado por la crisis del petróleo se extendió por 1.475 días pero su intensidad fue baja. La crisis financiera de 2008 se extendió por menos tiempo que la anterior pero el selloff se llevó por delante más de la mitad de la capitalización bursátil del SP500. Y el Crash del 29 registró un ajuste de dos tercios del valor bursátil pero necesitó de casi dos años para alcanzar su mínimo.
Está por ver la duración del mercado bajista creado por la pandemia del COVID-19. Hasta el momento el contador sigue abierto con un 32% de caída en 22 días. Echen cuentas. Es el mismo ajuste que tuvo el índice americano en la Segunda Guerra Mundial solo que para ello necesitó de casi 800 días. Analicen las circunstancias.
Lo que es indudable es que esta crisis ya a es diferente en todos los sentidos. No voy a entrar en el análisis epidemiológico ya que es un campo que no me interesa analizar. Es diferente y puede que sea peor que cualquier crisis precedente por la interacción de los activos de riesgo y por la situación de los mismos en el punto de partida.
Invertir en bolsa en momentos de pánico tiene un riesgo derivado de la miopía que provoca el ruido de las caídas.
¿Estamos ante un black swan? Como en esos libros abiertos en los que el lector elige su propia aventura, si cree que los efectos son pasajeros, que estamos ante una recuperación en “V” porque solo valora el efecto precio y porque es un fiel creyente de los bancos centrales, posiblemente el eco generado por las expresiones “ganga... mínimos...barato”, serán música para sus oídos.
No. Esto no se trata de tomar la píldora roja o la azul como proponía Morfeo a Neo. Invertir en bolsa en momentos de pánico tiene un riesgo derivado de la miopía que provoca el ruido de las caídas cuando éstas son abultadas. Cuanto más llamativa es la caída de una acción mayor es el impulso a comprar. Es un patrón muy peligroso además de tristemente común. Cómo será que hasta los value investors están cayendo en el vicio.
Las circunstancias que alertan de esta crisis no vienen del hecho de que posiblemente la misma esté teniendo lugar en el alto histórico de precios. Por definición, las grandes correcciones tienen lugar precisamente cuando se alcanzan máximos. Bajo mi punto de vista, y es de lo que vengo alertando desde hace tiempo, hay detrás factores que la pueden hacer única. El más importante es la enorme burbuja de valoración de la que parten todos los activos de riesgo.
El mercado de acciones ha venido concentrando cada vez más valor en menos títulos a cada cual más sobrevalorado lo cual ni siquiera provocaba una disociación con las valoraciones del resto del mercado. Al contrario, retro alimentaba cada nueva subida con un esfuerzo en precios que los beneficios no podían justificar. Por eso llama la atención que muchos de mis colegas se lancen a emitir en redes mensajes de compra analizando solo el numerador bajo el lema de que el largo plazo lo cura todo.
El mercado de deuda no ha sido diferente. Puede que sea incluso peor pues su fase alcista se ha prolongado por más tiempo que el de renta variable como consecuencia del descenso continuado de los tipos de interés desde hace décadas.
El efecto pernicioso de ir generando tipos cada vez más bajos se ha visto acrecentado como todos sabemos por la acción concertada de los bancos centrales que han transmitido la idea de que el impulso de crecimiento que necesitan las economías pasa por mantener los tipos bajos e imprimir trillones de dólares bajo políticas monetarias no convencionales.
Es tal la adicción generada a esas políticas que hoy apenas tendrán efecto. Eso explica la reciente reacción de la deuda americana el pasado 18 de marzo tras las desconcertantes medidas tomadas por la Fed que recortó de forma imprevista sus tipos hasta cero dejando una sensación de caos.
No hay precedentes de una caída similar del SP500 con un ajuste en la yield del Treasury como el visto ese día. No menciono el mercado de deuda de alto riesgo porque da para otra columna. Y de los activos ilíquidos ya hablé la semana pasada. Parece el gran salto al vacío.
¿Es tan grave la situación que se ha agotado la munición de forma tan acelerada? La Fed lo ha hecho, y contaba con poca. En Europa, donde todo es más caótico, la inacción del BCE ha mostrado incapacidad en primera instancia, y cuando reaccionó, desesperación en segunda. O acaso no lo es empujar a que todas las economías de la Eurozona coordinen forzosamente déficits públicos después de un esfuerzo titánico de años por alcanzar justamente lo contrario.
Antes del coronavirus, la gran burbuja iba a estallar por su propia inercia de sobrevaloración y fin de ciclo. Ahora es muy posible que lo haga por las dinámicas de mercado más perniciosas ante la ausencia de beneficios y de solvencia.
*** Alberto Roldán es economista y gestor.