La recuperación es más global cada semana que pasa. Empezó en Estados Unidos de forma espectacular, sin demasiados sobresaltos y de manera muy sólida, soportada al inicio por el sector tecnológico y las continuas noticias positivas en resultados empresariales trimestre tras trimestre permitieron que se extendiera a otros sectores. Pasó después al Reino Unido, para más adelante (por fin) llegar al resto de Europa.
Esta fase vino acompañada de un movimiento hacia otros sectores, permitiendo a aquellos que salieron más perjudicados durante la primera parte de la pandemia volvieran a sacar la cabeza. Y ahora, continuando con esa rotación geográfica, Japón y mercados emergentes parecen ser las siguientes regiones.
Pero no sólo es una sucesión de regiones o geografías: cada vez más, como decía al principio, el buen comportamiento se da en más geografías. Si bien las regiones que tuvieron buen comportamiento continúan esta tendencia, las que estaban más rezagadas están sumándose a esa tendencia positiva. Por tanto, la recuperación es cada vez más global, cada vez más rítmica y cada vez más generalizada. Y lo será más aún el año que viene.
La recuperación es cada vez más global, cada vez más rítmica y cada vez más generalizada. Y lo será más aún el año que viene
Ahora bien, utilizo la palabra recuperación porque venimos de una caída abrupta, violentísima e históricamente profunda por mucho que la vuelta haya sido extraordinariamente fuerte. Pero lo correcto sería utilizar la palabra reinicio: esta recuperación es eso, en realidad.
Es un reinicio porque las economías se cerraron; es un reinicio porque, gracias al trabajo en común de bancos centrales y gobiernos, el flujo de ingresos a las familias no desapareció; es un reinicio porque, según van reduciéndose (tramo de edad a tramo de edad) las limitaciones para combatir al virus, se normalizan los comportamientos de los consumidores, reanudando las economías más ligadas a sectores de servicios…
No niego que se haya dado un empuje claro a cambios estructurales (teletrabajo, sostenibilidad, inmediatez en productos y en consumo, etc.) que puedan hacer ver que lo que estamos viviendo es una recuperación. Pero, por lo expuesto en el párrafo anterior, no se parece a ninguna otra recuperación que hayamos visto en la historia.
Es un reinicio porque, según van reduciéndose (tramo de edad a tramo de edad) las limitaciones para combatir al virus, se normalizan los comportamientos de los consumidores
El hecho de ser un reinicio, tiene un efecto muy importante en otro de los temas de mayor actualidad durante los últimos meses: la inflación. Históricamente, tras un periodo de recesión la recuperación trae consigo incrementos de inflación muy reducidos. Por ejemplo, en la crisis financiera global de 2008, la inflación subyacente subió hasta el entorno del 1,75% en Estados Unidos para luego bajar por debajo del 1% y sólo llegar por encima del 2% en 2012.
En esta ocasión estamos viendo subidas muy importantes: mayor al 3% e incluso hasta el 4,2% en la inflación general. Y en línea recta desde por debajo del 1%. Aunque es un incremento espectacular, parece muy comprensible: hace algo más de un año no necesitábamos mucha gasolina, tampoco salíamos a restaurantes, ni siquiera a trabajar. Pero, al reiniciarse la economía, el rebote sólo puede ser tan agresivo, nada gradual y de una manera tan significativa que ha alertado a muchos.
Evidenciado esto, lo importante es qué va a pasar desde niveles de inflación tan altos y que han crecido tanto en tan poco tiempo. Y la respuesta es que el mercado (al igual que la Reserva Federal estadounidense, si atendemos a su segunda opinión publicada después de la última reunión) cree que, en el medio plazo, la inflación estará en el entorno (y sobre todo por debajo) del 2,5%. Una cifra de inflación que parece sana y no preocupante con el crecimiento económico esperado.