2022 va a ser recordado como uno de esos años negros para la gestión diversificada. La confluencia de factores, unos inesperados y otros no tanto, van dando forma a lo que con una probabilidad elevadísima puede resultar en un ejercicio histórico, en el que ningún activo de riesgo acabe ofreciendo rentabilidades positivas.
La proporción estándar 60/40 indica la distribución histórica más usada de una cartera invertida en esa proporción entre renta variable y renta fija. En los últimos treinta años, una cartera invertida en acciones y bonos invertida de esa manera obtuvo un nada desdeñable 8,36% de rentabilidad anual con una volatilidad del 9%.
Si consideramos inflación y retrocedemos algo atrás los cálculos a los últimos cincuenta años, estamos hablando de un 5,1% de rentabilidad anual ajustada. Yo no sé ustedes, pero con el desolador panorama que tenemos por delante, firmaba ahora mismo esa rentabilidad para los próximos cincuenta años.
Volviendo a 2022, el ejercicio apunta a estar muy lejos de llegar a soñar con esas rentabilidades. La deuda americana, el indicador más fiable tanto por lo bueno como por lo malo, nos indica rentabilidades negativas del -21,6%. Eso lo que nos dice un ETF compuesto por bonos del tesoro de EEUU con vencimientos de entre diez y veinte años.
Evidentemente, subiendo los tipos de interés a mayor duración peor rentabilidad, por lo que si modestamente la apuesta es por un índice con vencimientos más bajos estaríamos rondando el -7%. De pérdida. Pero es que incluso la apuesta más conservadora, comprando vencimientos ultracortos, el rendimiento anual es del -0,18%... que después de ajustar por inflación se convierte en un “maravilloso” -9%.
Fuera de índices de energía y materias primas, incluyendo los que representan a economías estrechamente vinculadas a commodities, el panorama de la renta variable es todavía más desolador. Apenas un par de índices de dividendo y poco más salvable con rentabilidades positivas en el año. Un año que para la renta variable americana es el tercer peor de su historia a estas alturas. Nunca antes se obtuvo un rendimiento tan pobre con apenas 90 sesiones transcurridas de negociación.
Un año que para la renta variable americana es el tercer peor de su historia a estas alturas.
Estando en mayo y con siete meses todavía por delante es también probable que aventurarse de esta manera sea arriesgado, pero el performance de los activos más representados en las carteras, renta variable y renta fija, es tan complicado que parece imposible que pueda invertirse. Los motivos son muy contundentes.
La inflación puede alcanzar su pico de aquí a algún momento del verano. Esto es la parte más irrelevante del panorama a corto plazo. Y lo es porque para entonces los tipos ya han empezado a correr, los cortos y los largos, como consecuencia del anticipo de políticas monetarias más duras. Duras pero muy retrasadas. El ejemplo más palpable es el del BCE que ha llegado tardísimo a la fiesta de los banqueros centrales. Tan tarde que ni siquiera ha entrado en la sala. Lamentable una vez más la máxima autoridad monetaria europea.
La consecuencia directa de todo este giro hawkish es que la deuda, por una cuestión meramente matemática, lo va a hacer mal o muy mal este año. Pero es que, si bajamos escalones en el riesgo, el estar en un camino donde se intuye que la dirección es hacia una estanflación está provocando un incremento en los diferenciales de crédito por lo que la deuda de alto riesgo (High Yield) ahora mismo está en las proximidades de pérdidas de doble dígito. Si la situación económica empeora, y lo hará, el performance irá a peor sin duda.
Uno puede pensar que esa cartera 60/40 no es representativa del estándar de inversión moderno, más diversificado en activos y en riesgos. Es cierto. Con el inmobiliario disparado, un ETF representativo del real estate en EEUU, donde la burbuja de precios sigue su curso, nos proporcionaría una pérdida en el año de casi el -11%. Fuera de esa región, nos iríamos a un -8% en un fondo diversificado a nivel mundial (referencia Blackrock).
Que nadie espere rentabilidades positivas porque es muy complicado obtenerlas.
Podríamos seguir añadiendo algún otro activo alternativo, como fondos de criptos, venture capital o start-ups, pero las rentabilidades adolecen de la necesaria transparencia como consecuencia del oscurantismo del sector a la hora de publicar sus datos como por el hecho de que son inversiones cerradas que igual que descorrelacionan con el ciclo financiero esconden las eventuales pérdidas por períodos de 3 a 5 años. Difícil saber dónde están estas rentabilidades.
Comparados con los inversores más sofisticados, hedge funds o los exclusivos endowments, estamos lejos de poder acceder a sus datos, pero tampoco serviría para acercar la tesis propuesta ya que son inaccesibles para la inmensa mayoría de los mortales inversores. Si consiguen hacer un 50% de la rentabilidad del año más comparable de los últimos 30, como fue 2018, el éxito será extraordinario. Como lo es su gestión.
Volviendo a nuestros banqueros privados, gestores de carteras convencionales o asesores independientes, este es un año de sufrir, de soportar muchos reproches, pero, si se tiene la capacidad de retener al cliente, de sembrar. Que nadie espere rentabilidades positivas porque es muy complicado obtenerlas. Pero sí va a ser un año de oportunidades para el medio plazo.
El problema es que el medio plazo es el puente hacia el largo, un escenario en el que, gracias a los instigadores de la fiesta monetaria, las rentabilidades esperables son notoriamente más bajas de lo que históricamente se ha logrado.