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Las alarmas han saltado. Por primera vez en la historia, el petróleo cotiza en negativo. Una circunstancia insólita que, además, podría ser solo el principio de un efecto dominó que sumaría aprietos para un sistema financiero que sigue calculando cuál será el impacto de la crisis del coronavirus en su negocio.

Nunca antes había ocurrido hasta este lunes. Los productores del llamado 'oro negro' pagan para que alguien se lleve los barriles que bombean de sus pozos. Una situación que supone un duro golpe para las finanzas de muchas instalaciones, especialmente las de ‘fracking’ que pueblan toda la geografía estadounidense. Y es que necesitan precios de entre 30 y 40 dólares por barril para conseguir que su negocio sea rentable.

Con esta premisa, no resulta muy difícil descifrar que los -40,32 dólares que el West Texas Intermediate (WTI) ha llegado a marcar este lunes suponen más que un mal trago para una industria que había logrado situar a EEUU como líder mundial en producción petrolera. De momento, solo es una situación puntual que se corresponderá con una minoría de entregas el próximo mes de mayo, pero no hay que bajar la guardia. Ni mucho menos, avisan analistas, gestores y economistas.

Paseo al borde del abismo

Desde la industria advierten de que si el descalabro de precios se prolonga más allá de este insólito episodio puntual, el abismo de la bancarrota quedaría cada vez más cerca de un nutrido grupo de compañías del sector. Un precipicio por el que al despeñarse arrastrarían en cierto modo a la industria financiera y sumarían un punto extra de riesgo a la actual crisis del coronavirus.

Este efecto arrastre nace del hecho de que las compañías extractoras de petróleo, especialmente las de menor tamaño, suelen contar con estructuras financieras fuertemente endeudadas. De este modo, su hundimiento supondría impagos en buena parte irrecuperables para sus acreedores, grandes y no tanto de la industria financiera de EEUU, por hasta varios cientos de miles de millones de dólares. Una cifra que, debido a las múltiples ramificaciones de la banca estadounidense a escala mundial podría tener impacto en otros muchos sectores y geografías.

Aunque las cifras de los préstamos concedidos a la industria de la extracción de petróleo son bastante opacos, ‘The Wall Street Journal’ publicaba a finales del año pasado que JP Morgan tenía 44.000 millones de dólares comprometidos en este sector, mientras que la exposición de Capital One superaba los 3.000 millones. “En ninguno quedaba claro qué proporción de ellos estaban respaldados por reservas”, señalaba el diario neoyorquino.

Los préstamos más comprometidos serían los concedidos a los productores más modestos y focalizados en el ‘fracking’, pues son los que más amenazado ven su negocio con estas drásticas caídas del WTI. “En Europa, la situación es distinta, porque los productores son de mayor tamaño, están más diversificados en su negocio y geografías y el barril Brent se salva de momento de esta entrada en precios negativos”, explican fuentes del sector.

Nadie se salva

Sin embargo, no hay que descartar que el golpe pueda venir de pesos más pesados de la industria. Los indicios que apuntan hacia este escenario son varios y, por muy descabellado que esto pueda parecer ahora, también muchos brókeres descartaban que los futuros del petróleo pudieran llegar a cotizar en negativo incluso a primera hora de este lunes, en el que los de entrega en mayo han cerrado en -16,7 dólares en el mercado de futuros de Chicago (CME).

La petrolera Halliburton daba la señal este mismo lunes al anunciar su entrada en pérdidas debido a un ajuste contable de 1.073 millones de dólares por deterioro de sus activos en función del acusado desplome acumulado por el crudo. Un ejercicio que sanea su balance, pero que también da cuenta de la difícil situación a la que se enfrenta el sector.

Un adverso escenario del que bien podrían hablar los administradores de Whiting Petroleum, que al comienzo de este dramático abril se declaró en bancarrota. El mayor productor de petróleo de Dakota del Norte, especializado en su extracción del esquisto bituminoso, echaba la persiana por última vez el mes pasado. Y el golpe retumbaba en los mostradores de sus prestamistas.

El pasivo financiero de Whiting Petroleum alcanzaba los 2.800 millones de dólares al momento de solicitar su acogida a la ley estadounidense de quiebras. Una cifra más considerable si cabe cuando se contrapone con unas reservas de efectivo de solo 585 millones y una capitalización bursátil de poco más de 32 millones.

Un contango insólito

La complejidad de la situación, previa al insólito descalabro del 320% hasta mínimos intradía de este lunes, ya había llevado a otros pesos pesados del sector a contratar asesores financieros para revisar sus estructuras de deuda. Según ha dado a conocer recientemente Reuters, una de ellas sería Callon Petroleum, que se define como “una compañía independiente enfocada en la adquisición, exploración y desarrollo de activos de alta calidad en los principales polos petroleros del oeste y sur de Texas”.

Mientras tanto, el futuro del WTI para su entrega en junio cerró el lunes en 21,21 dólares por barril en CME. Una cota que, aunque sigue siendo amarga para muchos productores de EEUU y de todo el mundo, es mucho más llevadera que las cotas alcanzadas por el de mayo. Esto se debe a que, pese a las pésimas previsiones macroeconómicas que se trazan un día tras otro desde las más diversas instituciones, el mercado confía en una progresiva reactivación de la economía que requiera de un mayor consumo de petróleo que en las últimas semanas.

Esta convicción se vuelve más evidente si se tiene en cuenta que el contrato sobre el WTI con vencimiento en diciembre de este año engorda hasta los 32,58 dólares. Y si se toma como referencia el precio de los futuros para entrega en junio de 2021, este asciende a 35,16 dólares.

Es lo que se conoce como ‘contango’ en jerga financiera: la cotización es más elevada cuanto más lejos en el tiempo en lugar de premiar los contratos de más corto vencimiento, que deberían ser los más preciados por la proximidad de la entrega de los barriles a los que representa.

Esta es la distorsión que amenaza con perpetuarse si la crisis sanitaria del Covid-19 no tiene pronto un remedio y las medidas de ‘hibernación económica’ se convierten en la única herramienta útil para evitar la muerte de millares de ciudadanos en todo el mundo. Este es el miedo que, más allá de lo ocurrido este lunes, lanza una advertencia a todo el sistema financiero y, especialmente, a la banca.

En un contexto como este, que supone solo una más -aunque inesperada- de las muchas derivadas de la epidemia, se entiende la obsesión de los reguladores bancarios en exigir a sus supervisados que redoblen esfuerzos en preservar liquidez y facilitar su bombeo hacia el tejido empresarial. Empezó el Banco Central Europeo (BCE), pero son muchas las instituciones que se han pronunciado en términos similares en las últimas semanas.

Candados cerrados y depósitos rebosantes

No es baladí que, incluso sin indicaciones en este sentido, entidades como la ya señalada JP Morgan hayan abierto la puerta a posponer dividendos y dejar en suspenso algunos costes discrecionales. El objetivo no es otro que asegurarse una posición más sólida y, a la par, más favorable hacia la autorización de nuevos créditos.

De momento, el hecho de que los depósitos de Cushing (Oklahoma), uno de los lugares clave de almacenaje de reservas petrolíferas en EEUU, estén a un 74% de su capacidad máxima en un momento en el que los inversores debían decidir qué hacer con sus futuros no deja de ser un hecho temporal. Sin embargo, si las fábricas no se ponen en marcha en las próximas semanas, es posible que la situación se repita de manera que nadie quiera realmente barriles por no tener dónde ponerlos ni perspectivas de poderles dar salida a medio plazo.

Los brókeres recomiendan estar atentos a las cifras de contagios. Su evolución será el extintor que apague o la chispa que prenda el incendio que el descalabro de precios del crudo no ha hecho más que traslucir. De momento.

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