Warren Buffett, Benjamin Graham, André Kostolany. Los grandes nombres, las grandes referencias que muchos tienen en el mundo de la inversión. Los espejos en los que mirarse. Los maestros de los que aprender. De sus sistemas de inversión. De sus enseñanzas. De sus libros y artículos.
A su lado, los nombres de Amos Tversky, Daniel Kahneman o Richard Thaler tal vez no digan tanto. Pero deberían. Sus estudios en las últimas décadas para vincular el mundo de la psicología con el de la economía constituyen una revolución que no merece ser menospreciada. Los premios Nobel de Economía de Kahneman en 2002 y Thaler en 2017 -Tversky no lo recibió porque falleció en 1996- evidencian que los progresos en la denominada economía conductual o del comportamiento y su aplicación en la economía y las finanzas resultan relevantes. Y útiles, reveladoramente útiles.
Su punto de partida no puede ser más sencillo. Los postulados de la economía clásica, las referencias a las decisiones racionales y óptimas de los agentes económicos, deberían ser sometidos al contraste de la propia naturaleza humana. A sus imperfecciones. A sus sesgos. A su psicología.
“La teoría económica tradicional se ha ocupado desde sus orígenes de la manera en que los sujetos adoptan sus decisiones de inversión, ahorro y gasto. Para ello se ha basado en las premisas de que los sujetos saben lo que quieren, utilizan la información disponible de una manera dirigida a conseguir sus objetivos y comprenden perfectamente los riesgos y beneficios de sus decisiones financieras”, apunta la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) en la guía ‘Psicología económica para inversores’ publicada esta semana. Y añade: “Sin embargo, los numerosos descubrimientos sobre el modo en que funciona el cerebro humano realizados en los últimos años y procedentes de disciplinas como la psicología, la neurología o la neurofisiología revelan que esto no es así y que las personas con frecuencia desconocen sus preferencias, utilizan incorrectamente la información disponible y no comprenden bien los riesgos que asumen".
“Las creencias a partir de las cuales la gente toma sus decisiones no son imparciales. Puede que el exceso de confianza no aparezca en el diccionario de los economistas, pero es un rasgo muy arraigado en la naturaleza humana, y existen innumerables otros sesgos bien documentados por los psicólogos”, subraya Thaler en su libro ‘Todo lo que he aprendido con la psicología económica’.
UN BUEN PUÑADO DE SESGOS
Sesgos. Psicología. Exceso de confianza, de optimismo. Conceptos aparentemente etéreos, vaporosos, para un mundo tan sofisticado y matematizado como el de los mercados financieros. Desviación típica o estándar, beta, alfa, VAR, correlaciones… este es el lenguaje de los mercados.
No basta con la educación financiera para protegerse de los sesgos. No vale con el 'saber por saber'. Debe ser un saber práctico, para detectar cuándo aplicar los conceptos aprendidos y tener la voluntad de hacerlo
Pero es que en esos mismos mercados hay más. “Por encima de todo lo demás, el mercado de valores es la gente”, afirmó en su momento el financiero y asesor político Bernard Baruch, tal como recoge en una cita Lars Tvede en su libro ‘Psicología del mercado bursátil’. Aunque esta afirmación debería someterse ahora al filtro de las máquinas, los algoritmos y los poderosos sistemas de negociación de alta frecuencia, el mercado continúa siendo la gente. Es ella, la masa de inversores, grandes, medianos y pequeños, la que proporciona la materia prima a la que Kostolany se refiere al sostener que “el dinero es el oxígeno de la bolsa”.
Cómo llega este oxígeno y cuándo, cuánto y por qué lo hace tiene que ver con nuestra cabeza. Con nuestro cerebro... y todo lo que ello supone, puesto que nos deja a merced de nuestros sesgos, definidos por la CNMV como “ciertos trucos o atajos mentales (también llamados heurísticos) que ayudan a simplificar la gran cantidad de procesos mentales que se llevan a cabo constantemente y a hacer más llevadera la vida diaria”.
Más llevadera, pero puede que no mejor, al menos en lo que respecta al mundo de la inversión. Porque en ocasiones nos creemos más listos de lo que deberíamos (sesgo de exceso de confianza o sesgo de predisposición al optimismo), o nos pensamos capaces de caminar sobre las aguas de los mercados (sesgo de ilusión de control), o nos negamos a escuchar o leer lo que no queremos para exponernos únicamente a lo que ya creíamos (sesgo de confirmación), o nos cegamos por esa rentabilidad que nos entra por los ojos sin atender a nada más de ese producto financiero (sesgo de anclaje o sesgo de efecto halo).
Sesgos y más sesgos, cuya relevancia en el mundo de la inversión es achacada por la CNMV a la combinación de tres variables: la complejidad de los productos financieros o la sensación de que son complejos, el riesgo y la incertidumbre asociadas a cualquier inversión y la presencia de las emociones en la toma de las decisiones. Los sesgos se cuelan por estas rendijas y están presentes en todo el proceso inversor, durante la búsqueda de información, cuando se selecciona y contrata el producto o el activo elegido y cuando se realiza el seguimiento a la inversión -ver gráfico-.
Pero hay antídotos. O, al menos, mecanismos para impedir que los sesgos dominen la situación. "Los sesgos a los que se ve sometido el inversor a la hora de tomar decisiones de inversión y los consiguientes riesgos asociados a ellos no pueden hacerse desaparecer, pero sí pueden mitigarse en gran medida ('debiasing')", expone la CNMV. Hace falta adiestramiento, sistematización, disciplina.
Más en concreto, la Comisión proporciona cinco recomendaciones contra ‘la tiranía de los sesgos’. La primera, “adquirir una adecuada educación financiera”, pero no únicamente como saber teórico, sino también como saber práctico, para “identificar las situaciones en que los conocimientos deben ser aplicados y tener la suficiente motivación para hacerlo”. La segunda, “pensar en opciones alternativas y los pros y los contras de cada una de ellas” antes de tomar una decisión. La tercera, limitar el optimismo y la confianza en uno mismo para “reflexionar sobre la posibilidad de que la decisión de inversión no resulte según lo deseado”. La cuarta, “sistematizar el sistema de inversión” y reforzarlo con una buena dosis de disciplina. Y la quinta, “estar en condiciones óptimas” para adoptar las decisiones de inversión, porque no es lo mismo tomarlas cuando se está fresco y relajado que cuando se está cansado y enfadado.
“La premisa de este libro es que es más fácil reconocer los errores de otros que los nuestros”, expone Daniel Kahneman en su célebre obra ‘Pensar rápido, pensar despacio’. Pero es con nosotros mismos con los que más cuidado debemos tener. Porque, a la hora de invertir, podemos ser nuestro peor enemigo.