Mal que bien, las cosas de la Democracia española van funcionando de forma razonable. Los jueces juzgan a los corruptos o a los abusones y, aunque a regañadientes, se van asumiendo las responsabilidades políticas de quienes cometieron las fechorías o los que no las vieron o miraron para otro lado. Sí, soy consciente que hay fallos, pero está en el banquillo la trama corrupta del partido en el Gobierno. Todo es mejorable y mucho.
Son pasos adelante importantes. Lo mismo que le pasó al PSOE en sus tiempos de máximo poderío electoral, con ex ministros en la cárcel, secretarios de Estado y directores de la Guardia Civil condenados por décadas. No es del todo un consuelo, pero indica que las cosas funcionan, muchas veces a trompicones y también con zancadillas. Eso sí, está por ver qué ocurriría si fueran otros los que ostentasen el poder y tuvieran que someterse a un justo escarnio público. Difícilmente ahora reconocen siquiera su apoyo a gobiernos no democráticos donde estos juicios se impiden y se accede al Gobierno cerrando todos los medios de comunicación contrarios a su ideario.
Actualmente en España hay dos grandes corrientes dentro de la política que quieren estar fuera de la Ley o que directamente desean hacer política en las calles, calentando al personal en vez de ofrecer soluciones y argumentos en el Parlamento al que tanto deseaban llegar desde sus tiendas de campaña urbanas. Y llegaron. Nuevamente, la Democracia española con sus imperfecciones logra que el deseo de los ciudadanos se traduzca en escaños.
La primera solo atiende a las leyes que ellos mismos se marcan desde el Parlamento de Cataluña. Curioso, por cuanto su Parlamento sale del español y sus puestos y representantes son los que la Constitución ha establecido. Una auténtica contradicción. Ya hay demasiada literatura diaria sobre el asunto para aportar algo novedoso.
Lo de Podemos y su líder Pablo Iglesias de apostar por hacer política en la calle es vergonzante y peligroso. Al grito de ¿no nos representan¿ rodearon el Congreso de los Diputados y en poco tiempo lograron saltar a la política europea, autonómica, local y a formar parte de ese Parlamento. Perfecto. No solo eso, tuvieron en su mano formar parte de un Gobierno que pusiera en la oposición al partido más votado en las elecciones de diciembre de 2015.
Unas exigencias muy elevadas y el convencimiento de que una nueva cita electoral les permitiría ganar al PSOE, llevaron a descartar esa posibilidad y acudir ufanos y confiados a una elecciones donde no lograron el sorpasso y, además, perdieron un millón de votos pese a su alianza con IU.
Ahora, los errores de ese inteligente hombre de la política los tiene que resolver en la calle. En el Parlamento es oposición y le parece poco. Se trata de calentar el ambiente deslegitimando al Gobierno que salga en las próximas horas poniendo la abstención del PSOE como la más antidemocrática (no pondré ejemplo de las decenas de acuerdos electorales). Iglesias necesita la calle porque pese a sus grandes dotes de estadista se ha equivocado con su estrategia y con su conocimiento del pueblo español.
Tiene a su lado, cientos, miles de los siempre llamados tontos útiles que le servirán para vociferar y montar bronca. Esto no es política ni bien común. Yo lo llamaría extorsión.