Cuatro preguntas que debes hacerte (sin mentir) para saber tu perfil inversor

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Opinión

Nuestra sesgada percepción de la realidad nos hace vulnerables

7 marzo, 2019 06:00

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En mi artículo anterior hablé de cómo el cerebro humano puede pensar rápido o pensar despacioRichard Thaler, Premio Nobel de economía en 2017, es conocido por su aportación a las finanzas conductuales. Basándose en los trabajos de Daniel Kahneman (también Premio Nobel de economía), emplea los términos pensamiento automático y pensamiento reflexivo para referirse a la forma rápida e intuitiva de decidir frente a la toma de decisiones más consciente y meditada. En este sentido, comemos, conducimos y realizamos innumerables tareas con el sistema automático, incluido, en un porcentaje muy elevado, decidir a quién votamos.

Como coautor junto a Cass Sunstein de 'Un pequeño empujón', Thaler plantea tres preguntas sencillas para entender cómo funciona el sistema automático frente al reflexivo:

1. Si un bate y una pelota cuestan 1,10 dólares y el bate cuesta un dólar más que la pelota, ¿cuánto cuesta la pelota?

2. Si 5 máquinas hacen 5 artículos en 5 minutos ¿cuánto tardan 100 máquinas en hacer 100 artículos?

3. En un lago hay nenúfares y cada día ocupan el doble de extensión. Calculamos que tardarán 48 días en ocupar todo el lago. ¿Cuánto tardarán en ocupar la mitad del lago?

Las respuestas automáticas son: 1$, 100 minutos y 24 días. Las del sistema reflexivo son: 1,05$, 5 minutos y 47 días. 
Siguiendo a Thaler, la interacción de ambos sistemas, el automático y el reflexivo, genera reglas, o heurísticos (según la Rae una forma de buscar soluciones mediante métodos no rigurosos), entre los que destaca el anclaje, la disponibilidad, la representatividad, el sesgo del statu quo o el enmarcado.

"Todos estamos sujetos a sesgos, pero el hecho de conocerlos puede ayudarnos, al menos, a entender cómo funciona nuestro cerebro y cómo podemos reducirlos. "

Todos estamos sujetos a sesgos, pero el hecho de conocerlos puede ayudarnos, al menos, a entender cómo funciona nuestro cerebro y cómo podemos reducirlos. Nuestro yo impulsivo piensa de forma automática y está sujeto a incontables sesgos de percepción y se enfrenta a nuestro yo planificador y reflexivo:

• Esta semana haré ejercicio y comeré fruta, dice el planificador, pero luego no lo hago, porque subestimo lo que sentiré en el momento de hacerlo. 

• Si he ganado 100 euros en la lotería los gastaré alegremente frente a los 100 euros que me ha costado tanto trabajo ganar. Pero ¿no deberían tener el mismo valor?

La lista de sesgos y de ejemplos es tan extensa como fascinante. Una vez dedicado el tiempo suficiente a cada uno nos damos cuenta de que nuestra forma de percibir la realidad está, como mínimo, extraordinariamente sesgada por múltiples factores. La realidad no es lo que percibimos, salvo que seamos Mr. Spock, claro está. Eso impide que hagamos un análisis realista de la situación política, del estado de la economía o de nuestro rol en la sociedad como trabajadores y empresarios y que nos dejemos llevar por lo que escuchamos, por la demagogia y por la posverdad. Y en este sentido, las redes sociales arrasan con un pensamiento automático, impulsivo y poco reflexivo, como los nenúfares de las preguntas de Thaler.

"Solo una educación moderna podría enseñar las diferencias entre utilizar el pensamiento automático y el reflexivo y, por supuesto, cómo tomar mejores decisiones en nuestras vidas"

En cierto modo, la sesgada percepción de la realidad de nuestro sistema automático frente al reflexivo es similar a lo que ocurría con el conocimiento de las ciencias. Al margen de algunos filósofos griegos y de determinados científicos, la superstición estaba a la orden del día hasta que el método científico se ha ido imponiendo a partir del siglo XVII. La superstición es la respuesta del sistema automático e impulsivo. El método científico, por el contrario, es la respuesta del sistema reflexivo. Ahora bien, el método científico o experimental es adecuado a las ciencias físico-naturales, con las que pueden repetirse los experimentos, y cuyo aprendizaje era absolutamente necesario para alimentar las fábricas, producción y empresas que cambiaron la economía a partir de la Revolución Industrial. Pero no se ha avanzado en la misma medida, quizá porque no se ha sentido tal necesidad, en las ciencias sociales.

Por tanto, si la educación que se recibe hoy en los países avanzados prácticamente relega por completo la superstición, del mismo modo solo una educación moderna podría enseñar las diferencias entre utilizar el pensamiento automático y el reflexivo, los sesgos asociados y, por supuesto, cómo valorar mejor y por tanto cómo tomar mejores decisiones en nuestras vidas, en la sociedad, en política, economía y gobierno de los países. 
 
Desde mi punto de vista, este es uno de los factores críticos de éxito para adaptar cualquier sociedad moderna al cambio socioeconómico que la revolución tecnológica trae consigo. Una adaptación del modelo educativo que nos permita lidiar con la nueva revolución tecnológica, especialmente si queremos evitar el paro masivo del que se habla muy poco, desgraciadamente, debido al sesgo que provoca el heurístico (regla ‘informal’) de la disponibilidad: Tendemos a evaluar el riesgo de que algo suceda por la facilidad con la que aparecen eventos similares. Ese sesgo hace que creamos que hay más homicidios que suicidios (falso) o que en Estados Unidos mueren más niños por disparo de arma de fuego que por ahogamiento en piscinas (cuando la cifra de ahogados es extraordinariamente superior a la de muertes por disparo). 
 
Los modelos educativos, como todo en la vida, deben adaptarse y evolucionar. En mi próximo artículo me gustaría hablar del paro masivo al que nos enfrentamos como sociedad y de cómo debemos, en mi opinión, adaptarnos al cambio para mitigar las desastrosas consecuencias que puede tener.

*Carlos Jaureguízar es Dr. en Economía aplicada y CEO de Noesis-Finavid