Cuando nació mi segundo hijo, unos amigos -¡gracias!- nos regalaron un muñeco de Super Mario Bros. En cuanto nos lo dieron, no lo pude evitar. “Mira, Mario Draghi”, le dije, casi gritando, a mi hijo mayor. Desde entonces, aquel muñeco quedó bautizado para siempre. Y por las noches, cuando me lo pedía, mi hijo mayor decía: “Papá, quiero a Draghi”. A lo que yo respondía: “Y yo también, hijo. Yo también”.
Esta anécdota, real, adorablemente real, supone una particular forma de agradecimiento hacia la persona que este jueves dejará la presidencia del Banco Central Europeo (BCE). Creo que Mario Draghi lo merece. Lo creo firme y sinceramente. Y no porque sus ocho años el frente de la institución monetaria sean perfectos -¿acaso algo lo es?-, sino por todo lo que ha dicho, hecho y conseguido. Por todo lo que ha evitado.
Desde su misma llegada, con la bajada de los tipos de interés que ofreció como carta de presentación dos días después de suceder al francés Jean-Claude Trichet, Draghi ya dejó claro que empezaba una nueva etapa en el BCE. ¡Y vaya si lo ha sido! Del banco central del euro queda su gran seña de identidad, la salvaguarda de la estabilidad de los precios, pero desde noviembre de 2011, que fue cuando el italiano accedió a la presidencia, los cambios en la entidad han sido sustantivos.
El mandato del BCE. La obsesión de Draghi. No por su ortodoxia, no por su férrea defensa de ese mandato, sino como principal argumento que poner a su favor en los momentos más duros
El BCE era uno antes de Draghi y es otro después de él. Para bien. Porque ha roto corsés, ha limado buena parte de la rigidez que caracterizaba a la entidad, mucho más flexible ahora que a su llegada, mucho más equipada ahora que cuando tomó el testigo de Trichet. Él ha sido el artífice de estos cambios. Ha sido su gran triunfo, el de liderar el Consejo de Gobierno de la institución para sacarlo de su ‘sota, caballo y rey’ y moverlo hacia otros terrenos hasta entonces inexplorados, pero para nada ajenos al mandato del BCE. El coraje de actuar, como definió el expresidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, en sus memorias.
El mandato del BCE. La obsesión de Draghi. No por su ortodoxia, no por su férrea defensa de ese mandato, sino como principal argumento que poner a su favor en los momentos más duros. En los trances en los que había que actuar sí o sí, de los que siempre ha salido triunfante para mover al Consejo hacia su terreno. Como aquel imborrable 26 de julio de 2012, cuando pronunció las palabras que han grabado a fuego su presidencia. Un mensaje que comenzó astuta e intencionadamente con estas palabras: “Dentro de nuestro mandato”. Era tan consciente de su importancia, de que necesitaba afianzar la sensación de que no estaba quebrantando ningún principio sagrado, que las repitió. “Dentro de nuestro mandato”, dijo por segunda vez. Y luego ya el resto: “El BCE está preparado para hacer lo que sea necesario para salvar al euro. Y créanme, será suficiente”.
Lo confieso. Aún se me eriza la piel cuando escucho estas palabras. ¡Y no sé cuántas veces las habré escuchado ya! Por su relevancia y por el momento en que las pronunció. Porque tal vez el paso del tiempo nos hace relativizar o incluso olvidar lo cerca que España estaba entonces de un precipicio financiero y económico al que íbamos de cabeza y sin remedio y hacia el que arrastrábamos con nosotros al euro. Todavía no salgo de mi asombro cuando se especula con la posibilidad de que lo mejor hubiera sido despeñarnos y hundir al euro con nosotros. Por fortuna, llegó Draghi con su histórico compromiso. Y lo inevitable se evitó.
Draghi ha defendido una idea nuclear que en ocasiones se menosprecia: el euro es mucho más que dinero, es la encarnación de un proyecto social, político y económico con el que Europa quiere dejar atrás su pasado y aspirar al futuro
Ese puñado de palabras condensa la mayoría de sus virtudes. Su autoridad, su preparación técnica, su larga experiencia como representante público y como banquero de inversión, su conocimiento del mercado, su dominio de la situación, su atinada forma de comunicar… Todo. Ese mensaje lo tiene todo.
Y lo ha marcado todo, el resto de su mandato, siempre vinculado a sostener al euro como fuera, apurando -y más allá- los límites de su mandato. Con una idea nuclear que comparto plenamente y que en ocasiones se menosprecia: el euro es mucho más que dinero, mucho más que una moneda de curso legal, aceptada como medio de pago, unidad de cuenta y depósito de valor. El euro es la encarnación de un proyecto social, político y económico surgido como elemento vertebrador de la Europa que aspira a dejar atrás su pasado trágico y nacionalista para procurarse un futuro mejor e integrador. ¿Que ni el euro ni Europa son perfectos? De nuevo lo mismo, ¿acaso algo lo es? La defensa de ese ideal europeo constituye otro de los legados de Draghi. Uno de incalculable valor que ojalá sus sucesores y otros mandatarios europeos acierten a perpetuar.
OTRO FINAL...
Admito, eso sí, que me hubiera gustado ‘otro’ final. Tengo la impresión de que Draghi ha quedado atrapado en su propia obra, en este laberinto de tipos negativos, compras de activos y decenas de siglas que han convertido la política monetaria en una maquinaria de difícil comprensión para los agentes económicos –empresas, bancos, hogares- y, sobre todo, en un experimento de difícil salida e incierto final. También polémico, con un Consejo de Gobierno que acaba fracturado y posiblemente más que harto del italiano. Y a la inversa.
Incluso si los estatutos no lo obligaran, el momento de su adiós había llegado. Creo que el BCE debe liberarse de Draghi y que Draghi debe liberarse del BCE
Atrapado, también, por unos políticos nacionales y europeos que ‘le han tomado la matrícula’, que se han acostumbrado a que acuda al rescate y que prefieren sus medidas, por extremas que sean y por mucho que comprometan la credibilidad de la institución, a otras reformas más costosas en votos y popularidad. Bajo el paraguas de Draghi se vive muy bien, porque además, y llegado el caso, siempre se le podrá culpar en caso de que su medicina desencadene unos efectos secundarios contraproducentes.
Por eso también creo absolutamente que incluso si los estatutos no lo obligaran, el momento de su adiós había llegado. Creo que el BCE debe liberarse de Draghi y que Draghi debe liberarse del BCE. Draghi pidió que creyéramos en él. Yo le creo. Ha sido suficiente, más que suficiente. En todos los sentidos.
Con todo, y pese a que lo tengo claro, reconozco que le voy a echar de menos. Su forma de hacer, su manera de comunicar. Me va a costar acostumbrarme a un BCE sin Draghi. Por fortuna, siempre me quedará el muñeco de Super Mario, al que mi hijo pequeño también llama ya Draghi. Mario Draghi.