La epidemia del coronavirus ya se ha cobrado más de 2.699 fallecidos y 80.150 casos reportados oficialmente. Nuestros pensamientos están con las víctimas y sus familias y esperamos una rápida solución a la crisis sanitaria.
Hablemos de impacto económico.
PricewaterhouseCoopers España mostraba una interesante estimación de impacto económico global utilizando datos de Eric Toner (John Hopkins Center for Health Security) y McKibbins & Lee (los profesores que estimaron el impacto económico del virus SARS). Utilizando esos datos, el impacto global se puede acercar a un 0,7% del PIB mundial.
Tenemos varios datos que nos muestran, además, el nivel de impacto en exportaciones e importaciones. Si analizamos el índice Baltic Dry que mide el precio de los fletes de carga seca (carbón, mineral de hierro, etc), ha sufrido una caída abrupta a mínimos de 2016. Ni siquiera un ligero rebote disfraza la enorme sobrecapacidad en el transporte marítimo y la gran caída en el precio de los fletes, que refleja el parón en actividad.
Las cifras son muy relevantes, caída del 20% en el transporte Capesize, caída de un 60% en transporte de mineral de hierro, desplome en las importaciones de crudo y cobre de China. No podemos ignorar el efecto económico de una realidad incómoda para aquellos que esperan una recuperación en forma de V de los activos más cíclicos.
Los datos macroeconómicos ya reflejaban una enorme debilidad antes de que se incorporen los efectos del coronavirus. La IEA ya había rebajado de manera muy importante sus estimaciones de demanda de petróleo en enero, y los datos macro de Alemania, Japón y países de alto crecimiento como India, Brasil o México ya estaban revisándose a la baja.
La reacción de los mercados ha sido de aversión al riesgo, pero no de pánico. El índice de Demanda de Riesgo Global caía a niveles de 2018, pero aún lejos de modo pánico. La fortaleza relativa del dólar, el oro en máximos de varios años y la rentabilidad del bono norteamericano bajando son muestras adicionales de la aversión al riesgo, que ya estaba en marcha mucho antes de que se empiece a usar el subterfugio del coronavirus para disfrazar problemas estructurales en la economía mundial.
De igual manera que los comodines del brexit y la mal llamada “guerra comercial” se utilizaron hasta la saturación para justificar los pobres datos macro de muchos países, va a ocurrir los mismo con el coronavirus. Pero no podemos ignorar que la tendencia era ya muy pobre en 2019, y las predicciones de rebote macroeconómico en las economías más zombificadas para el último trimestre no se materializaron.
Por lo tanto, incluso si esperásemos una solución rápida y eficiente a la epidemia del coronavirus, una expectativa que parece demasiado optimista con la información de la que disponemos, no podemos caer en la trampa de creer que el resultado será un crecimiento robusto y sostenible.
No podemos ignorar los problemas estructurales de economías como la europea (exceso de gasto improductivo, bajísima innovación tecnológica, demografía y estancamiento), Japón (repitiendo los mismos errores de exceso desde hace tres décadas) a los que se añade el riesgo de estanflación en India, México, y otros países emergentes.
El gran efecto “mitigador” en los precios de activos de riesgo sigue siendo la represión financiera. El gráfico adjunto muestra el aumento de los balances de los principales bancos centrales. A ello se añadirá, con toda seguridad, una nueva ronda de bajadas de tipos, que ya se descuentan en Estados Unidos y probablemente se repliquen en China e incluso en la Eurozona, tal y como han anunciado los principales gobernadores de las entidades monetarias supranacionales.
Por lo tanto, debemos tener cuidado al confundir una reacción de los mercados de deuda razonablemente tranquila con falta de riesgo o con éxito de las políticas de los gobiernos. La política monetaria está disfrazando un riesgo que no se ha eliminado, sigue acumulándose.
No podemos caer en lo que explicaba en mi libro La Gran Trampa (Deusto), que es pensar que las bajas primas de riesgo y tipos bajos son resultado del buen desempeño y exitosas políticas gubernamentales.
Merece la pena recordar este efecto para no caer en el pánico a la hora de analizar los activos de riesgo, pero es esencial que recordemos el efecto placebo de la política monetaria para no caer en un falso optimismo sobre el entorno macroeconómico.
Muchas veces llamamos incertidumbre a algo que no es más que la evidencia de que no ocurre lo que nos gustaría que pasase. Eso no es incertidumbre. Ya sabemos que las estimaciones de crecimiento son demasiado optimistas, que las llamadas a la reflación son, como mínimo, quiméricas, que los bancos centrales no van a revertir sus políticas sino que acelerarán la represión financiera, y que los episodios como el coronavirus se solucionarán en unos meses, pero las tendencias estructurales de bajo crecimiento, baja productividad e incentivo al exceso de endeudamiento se mantienen.