No. A poco que los gobiernos quieran evitarla, y dando por hecho que han aprendido algo de la experiencia de este primer semestre de 2020 lo que, visto lo visto, no parece tan seguro. El desastre humano, económico, social y político provocado por la Covid-19 podría haberse reducido en un 80% si los gobiernos hubieran sabido que pueden contratar una póliza de seguro consigo mismos.
Cuando se hablaba en febrero con los que gritaban “¡alarmista, alarmista!” utilizaban como uno de sus argumentos para no tomar medidas preventivas el hecho de que, en 2009-2010, cuando llegó la Gripe A, se había gastado mucho dinero en comprar vacunas que después quedaron arrumbadas en un cajón y que nunca se utilizaron. Según esa lógica, nadie contrataría un seguro de automóvil ni de incendios: casi nunca pasa nada, ¿para qué realizar un gasto inútil?
En el caso de España, el Gobierno tuvo dos ocasiones muy sonadas para haberse puesto en alerta. La primera de todas se produjo a mediados de febrero cuando los responsables de la feria Mobile que iba a celebrarse en Barcelona decidieron cancelar el evento.
Por aquellos días mi visión en las redes sociales fue ésta: “A pesar de que el Ministerio de Sanidad decía que no había motivos para cancelar el Mobile la suerte le ha sonreído y lo cancelaron los organizadores. Ahora, para no tentar a la suerte dos veces, más le vale ir haciendo acopio de Remdesivir y otros retrovirales. Por si las moscas…”.
Era el 16 de febrero. Pero todo se diluyó entre excusas para no tomar nota: que si no se cancelaba por razones sanitarias sino por la guerra tecnológica entre China y EEUU; que si el congreso equivalente de Ámsterdam no se había suspendido y otros mil “quesíes”…
El Gobierno tuvo dos ocasiones muy sonadas para haberse puesto en alerta con medidas preventivas frente al Covid-19
Los organizadores del Mobile nos habían impuesto el pago de parte de ese “auto-seguro de accidentes” que el Gobierno español no quería contratar. Y nos lo habían impuesto por lo que tenía de impacto negativo en el PIB español el hecho de que se cancelara el evento. El resto de la prima de seguro la asumieron ellos mismos y les funcionó como cobertura: evitaron males mucho mayores. A España, aunque no lo parezca, también le sirvió ese seguro involuntario: evitó añadir a nivel nacional e internacional otra “Feria de Igualada” al desastre que de todas formas vino.
La segunda oportunidad de asumir el coste de un “auto-seguro” que nos protegiera contra la enfermedad se dio apenas una semana después: el día 21 de febrero todos los telediarios de la noche abrían con la noticia de que la epidemia había llegado a Italia y… ¡de qué manera! Ya nadie con el sentido común más básico podía pensar que no llegaría a España.
Era la segunda y última oportunidad de llegar a tiempo de evitar lo peor, si se actuaba con contundencia. En ese momento, el coste de una decisión preventiva equivocada (si se incurría en un elevado coste económico preventivo frente a un peligro que después no se materializara) era incomparablemente menor que el coste que habría que asumir si se materializaba finalmente. Y se materializó.
Ahora está sonando con reiteración el tercer aviso. Y es un aviso que ya no puede servir para prevenir la primera oleada de la pandemia, pero sí para evitar la segunda. Y en este caso, ya nadie llamará a nadie alarmista. Ya nadie gritará que “el pánico es peor que el virus”. Ya nadie dudará de que merece la pena incurrir en el coste que sea con tal de tener un “seguro” que nos proteja, incluso aunque se nos asegurara que la pandemia se terminaría en agosto por puro “agostamiento” del virus. Por si acaso, todo el mundo querría estar cubierto frente a la eventualidad de que no fuera así (“por si las moscas …”).
Y lo mejor es que el “seguro de accidentes” en este caso tiene un coste fácil de calcular porque es el coste de estas tres medidas:
1) una vez que, con buen y retrasado criterio, el gobierno ha decidido el uso obligatorio de la mascarilla y que, además, gran parte de la población ha asumido disciplinadamente la medida, resulta asombroso que no se haya puesto en marcha una gran y permanente campaña de publicidad instando a su uso a los todavía reticentes y, al estilo de las campañas antitabaco, con imágenes de cómo quedan los pulmones tras la tormenta de citoquinas que provoca el coronavirus.
2) la implantación urgente de una “app” nacional o europea que, mediante el uso del móvil, permita rastrear el virus cada vez que aparezca un nuevo brote.
y 3) tener preparado el operativo para hacer tests masivos a la población de lugares donde se detecte el más leve indicio de un rebrote de la enfermedad.
Las medidas económicas del Gobierno son, hasta ahora, las adecuadas, pero llegan siempre con retraso
El Gobierno tiene ahora la oportunidad de redimirse de los fallos anteriores. Más le vale, y nos vale, que no se vuelva a “distraer”. Porque la economía no se podrá parar una segunda vez. Y porque el grado de tolerancia de la población quizá no vaya a ser tan elevado. Y no valen excusas: la protección contra las epidemias es competencia de la administración central. Belén Esteban ha tenido que recordarlo. Y no valen retrasos.
Y es que los retrasos son una de las causas que pueden hacer que España no se incorpore al crecimiento al mismo ritmo que los demás. Las medidas de tipo económico adoptadas aquí por el Gobierno son, hasta ahora, las adecuadas, pero llegan siempre con retraso y eso introduce la incertidumbre de si podremos engancharnos de manera inmediata a esa mejoría del panorama internacional lo que, dicho en román paladino, significa que el daño económico provocado por el parón de casi dos meses pueda convertirse en permanente o no. Sobre todo, en la hostelería, ligada o no al turismo.
La semana pasada el Gobierno aprobaba un paquete de ayudas a ese sector por valor de 4.262 millones de euros. Como dicen los anglosajones “too little, too late” (demasiado poco, demasiado tarde). La patronal del sector ha contestado casi como en el chiste que hace reír a los niños: “con eso no tiene Lupita ni para limpiarse…”.
Es normal que la patronal se muestre exigente (todo el mundo lo hace a la hora de reclamar ayudas) pero es que sí que parece bastante poco para un sector que este año puede aportar una contribución negativa de 80.000 millones de euros al PIB. Las medidas económicas son las adecuadas, pero les falta… ambición.
El paquete de ayudas al turismo parece bastante poco para un sector que este año puede aportar una contribución negativa de 80.000 millones de euros al PIB
La economía global ya puede contar con que se han puesto en marcha estímulos para relanzar el crecimiento económico por un total de 16 billones (trillion) de dólares. De ellos, aproximadamente diez billones corresponden a estímulos fiscales, de los que la mitad serían, a su vez, gasto contante y sonante y la otra mitad avales, préstamos, etc.
Los otros seis billones son estímulos monetarios de los que cinco tienen su origen en solo tres bancos centrales: Reserva Federal de los EEUU, Banco Central Europeo y Banco de Japón. Y aún se espera que esa cifra de 16 billones de dólares siga subiendo, en parte porque EEUU ya lo preanuncia y en parte porque se espera más de China que, hasta ahora, ha mostrado también… poca ambición.
Con esos estímulos, unos prometidos y otros ya puestos en marcha, era de esperar que alguno de los datos publicados recientemente sean espectaculares. Por ejemplo, el Índice Báltico Seco, que da una idea de cómo va el tráfico mundial de materias primas sólidas, ha subido un 50% en solo dos días, en buena parte por la demanda, procedente de la siderurgia china, de mineral de hierro.
Eso indica que allí se preparan para dar una vuelta de tuerca más a sus infraestructuras. Mejora, por tanto, la expectativa para el comercio mundial cuyas cifras de abril se publicarán esta semana y serán necesariamente malas.
El que el índice Báltico se hubiera hundido previamente respondía no solo a una caída del comercio internacional sino a un fenómeno que ya se produjo en la crisis financiera de 2008-2009: las dificultades para financiar ese comercio en la situación creada por la pandemia, al poner en cuestión cómo aplicar las cláusulas de fuerza mayor y de cambio material adverso de los contratos, el aumento de la probabilidad de impago, etc. Pero, al igual que sucedió en 2009, ese tipo de problemas se han ido sorteando y el movimiento de barcos, que nunca ha llegado a caer en exceso esta vez, se está viniendo arriba.
Otro índice que se ha recuperado en “V” es el que elabora Citigroup para EEUU, conocido como “índice de sorpresas económicas” y que compara lo esperado en materia de datos económicos con los que realmente se van publicando.
Pues, bien, la recuperación ha sido meteórica (normal tras haber tenido todo cerrado) hasta el punto de que está ya en su máximo histórico y, claro está, por encima de donde se situaba en enero (lo que resulta más sorprendente). Si a eso se suma el que las bolsas, sobre todo las de EEUU, y el precio del petróleo también han hecho una recuperación en “V”, se puede decir que la expectativa sigue mejorando sustancialmente.
La ocasión la pintan calva para engancharse a esa oleada de crecimiento que se insinúa, pero para ello el Gobierno español deberá actuar con más prisas y más ambición y, tanto él como los del resto del mundo, tendrán que contratar ese auto-seguro contra la segunda oleada: campaña “intimidante” en medios de comunicación sobre el uso del único arma de que se dispone, las mascarillas (con gratuidad de éstas sería ideal), “app” de rastreo del virus en los teléfonos móviles y análisis masivos para conocer el alcance de los rebrotes que se vayan produciendo.
No habrá segunda oleada. A poco que los gobiernos quieran que no la haya.