Hace más de una década, con motivo de unas jornadas organizadas en Sevilla por AETIC –la asociación del sector tecnológico que presidía- sobre Desarrollo Sostenible tuve la oportunidad de hablar largo y tendido con Felipe González, en tanto participante en las mismas.
Por aquél entonces la UE le había propuesto presidir un consejo asesor que analizara desde una perspectiva estratégica el futuro de Europa en el que el vicepresidente sería el presidente de Nokia –líder tecnológico europeo de entonces–, lo que "alegró mucho" a Felipe González.
Con tal motivo, aproveché para felicitarle en nombre de mi sector por compartir una visión del futuro basada en la innovación tecnológica. Por si no hubiera sido suficiente nuestra compartición de esta visión del futuro, me añadió: "La principal diferencia entre EEUU y Europa, muy favorable a los americanos, radica en la velocidad de renovación de los tejidos productivos; allí, cada diez años los sectores económicos se renuevan junto con los liderazgos empresariales, mientras que aquí casi todo sigue igual".
Me dejó fascinado que Felipe González compartiera conmigo la conclusión de un artículo científico publicado en la prestigiosa The American Economic Review que acababa de leer en el viaje en AVE de Madrid a Sevilla del día anterior, que sostenía su misma tesis; eso sí, muy ilustrada con datos y razonamientos doctrinales del máximo nivel. Se lo mostré, dando por sentado –lo que corroboró- que los desconocía por completo.
He aquí un magnífico ejemplo de cómo una deductiva y genial intuición política resultaba contemporánea y venía a coincidir con una inductiva y concienzuda investigación académica.
Tras felicitarle también por ello, le añadí que la renovación de los tejidos productivos estaba reñida con normativas limitadoras de la libre competencia en el mercado, amén de la defensa de intereses creados empresariales y sindicales defensores del estatus quo, por tanto de la innovación tecnológica desencadenante de la incuestionable "destrucción creativa" que también por genial intuición había descubierto el gran economista austriaco Joseph A. Schumpeter.
La renovación de los tejidos productivos estaba reñida con normativas limitadoras de la libre competencia en el mercado
En un trabajo académico: A Model of Growth through Creative Destruction, P. Aghion y P. Howitt indagaron las razones de la divergencia – a favor de EE.UU. – de las tasas de crecimiento con la UE y después de analizar desde diversas ópticas ambas trayectorias económicas, llegaron a la conclusión de que el modelo de crecimiento que mejor explica la diferencia de comportamiento de dichas economías, es el schumpeteriano.
Para los autores, el modelo neoclásico difícilmente explica por qué EEUU ha venido creciendo más que la UE desde mediados de los 90, dado que tanto la tasa de ahorro como el ratio capital trabajo europeos son superiores a los americanos.
Los modernos modelos de crecimiento basados en la innovación aunque justifican parcialmente la divergencia entre EEUU y UE por el distinto nivel de esfuerzo en I+D sobre los respectivos PIB (un 2,5 % frente a un 2 % respectivamente), sin embargo no explican la diferencia en el crecimiento de la productividad que, paradójicamente, es inverso a lo sucedido en I+D.
Frente a las descritas insuficiencias de los modelos neoclásico y "endógeno" de crecimiento económico para explicar las recientes trayectorias económicas de EEUU y UE, Aghion y Howitt recurren a la teoría shumpeteriana que justifica el crecimiento por la mejora del quehacer económico que proporciona la innovación.
La política europea se ha venido preocupando más de la mera competencia entre las firmas existentes que de facilitar la entrada de nuevas firmas en los mercados; mientras que en EEUU ha venido sucediendo lo contrario. Así, por ejemplo, el 50% de los nuevos productos farmacéuticos son introducidos en EEUU por firmas de menos de 10 años, por sólo un 10% en Europa. Y si observamos las compañías mas valiosas por capitalización en bolsa en EEUU el dominio de las de más reciente creación sobre las más antiguas es apabullante, justamente lo contrario que en Europa.
Si observamos las compañías mas valiosas por capitalización en Bolsa en EEUU, el dominio de las de más reciente creación sobre las más antiguas es apabullante
Las políticas de la competencia en Europa están más orientadas al presente –resultados en materia de reparto de los mercados y niveles de precios- que al futuro: la libre entrada y salida de los mercados que favorece la innovación. Las consecuencias están a la vista, Europa no solo ha venido creciendo menos que EEUU, sino que cada vez lidera menos mercados en el mundo, aprisionada entre quienes compiten por costes de producción de tecnologías existentes - como es el caso de China- y quienes desafían las fronteras tecnológicas y descubren nuevos productos y mercados, como EEUU.
Mientras que después de la Segunda Guerra Mundial, los europeos "innovaron más que compitieron, lo que hizo que su productividad creciera más que la de EEUU" –sostienen los citados autores- en la medida en que las firmas europeas alcanzaron las últimas fronteras tecnológicas, la innovación y el crecimiento se fueron reduciendo porque las políticas de competencia no fueron las apropiadas y el nivel de capital humano inferior al de EEUU; un 23,8% de universitarios en la UE por un 37,3% en EEUU.
El crecimiento económico se produce en la medida en que la emergencia e incremento de actividades de nuevas actividades y sectores económicos superan la caída de producción de los sectores más antiguos e ineficientes. Simplificando el argumento, el crecimiento viene a suceder porque la “nueva economía” supera con creces el natural decaimiento de la “vieja economía”.
El triunfo de la innovación es necesariamente democrático: nadie lo impone, ni siquiera el poder político, pues sólo tiene éxito si la gente adopta libremente las novedades.
Este lógico supuesto fue recientemente constatado por el premio Nóbel de economía Edmund Phelps -Mass Flourising (2013)–: en EEUU, durante el periodo 1990-2009, prácticamente todos los nuevos empleos fueron creados por las nuevas empresas, mientras que las ya establecidas fueron responsables de los empleos perdidos.
Suponiendo que los datos de EEUU se pudieran extrapolar a España, y no hay razón para suponer lo contrario, los gobiernos, incluido el actual, cuando se reúnen con los empresarios es evidente que miran más al pasado que al futuro: se suman a la defensa del estatus quo frente a la innovación, curiosamente, sin dejar de considerarse progresistas.
*** Jesús Banegas es presidente del Foro de la Sociedad Civil.