Finalmente, aunque parecía algo imposible a mediados de año, las vacunas ya están aquí. Las noticias de países con campañas de vacunación en marcha ya no nos suenan extrañas, los estúpidos bulos sobre enfermeras que supuestamente mueren tras recibir la vacuna tampoco, y quien más, quien menos, ya está calculando en qué momento le tocará recibirla.
La aparición de una vacuna, sin embargo, genera contextos que no resultan especialmente sencillos. ¿Cómo tratamos, por ejemplo, el hecho diferencial que supone la vacunación, o el que haya personas que se nieguen a ser vacunadas? ¿Cómo debe tratar la sociedad a alguien que, conscientemente, afirma que no desea ser vacunado?
El negacionismo de una tecnología que ha salvado tantas vidas como las vacunas es una historia que no nos es en absoluto nueva, y la aparición en numerosos países de enfermedades que se creían erradicadas es una buena prueba de que no lo hemos gestionado demasiado bien. Y aunque los porcentajes de negacionistas parecen evolucionar a la baja, no debemos olvidar que aún existen segmentos de la sociedad dispuestos a creer estúpidas historias sin ninguna base científica sobre supuestos chips inoculados en vacunas o sobre terribles conspiraciones destinadas a acabar con media humanidad.
El negacionismo de una tecnología que ha salvado tantas vidas como las vacunas es una historia que no nos es en absoluto nueva
¿Quiénes deben recibir la vacuna primero? Las distintas estrategias planteadas en diferentes países prueban que, con la salvedad de los trabajadores de la sanidad, existe poco acuerdo al respecto: ¿primero los más frágiles, o primero los que más posibilidades tienen de generar contagios? Tirando de estereotipos, ¿debemos vacunar primero al abuelito con complicaciones múltiples, o al irresponsable joven ávido de fiestas y botellones?
¿Qué debe hacer una compañía con sus trabajadores? ¿Debe exigir un certificado de vacunación? Los certificados de vacunación no nos resultan en absoluto novedosos: estamos perfectamente acostumbrados a que nos exijan certificar que hemos recibido una serie de vacunas para, por ejemplo, visitar un país determinado - aunque es muy posible que la mayoría de los negacionistas de este tipo no viajen demasiado, por eso de que la ignorancia es un mal que se quita viajando.
¿Pero qué debería hacer una compañía, por ejemplo, si uno de sus empleados se niega a vacunarse? ¿Debería poder esgrimirlo para no contratar a un trabajador, o como causa de despido procedente? ¿Y si ese empleado, por ejemplo, trabaja de cara al público? ¿Y si los que no se han vacunado son los clientes de un servicio determinado? ¿Deberían las aerolíneas, los restaurantes, los locales de conciertos o el transporte público, por ejemplo, exigir un certificado de vacunación?
¿Deberían las aerolíneas, los restaurantes, los locales de conciertos o el transporte público, por ejemplo, exigir un certificado de vacunación?
¿Deberíamos estar obligados a llevar algún tipo de documentación que demuestre que hemos sido vacunados? Ese tipo de documentos, por ejemplo, suele exigirse para la admisión en muchos colegios y también nos resulta familiar, pero en el caso de la pandemia actual, quedan aún incógnitas por despejar, como la duración de la respuesta inmune o la posibilidad de que alguien que ha recibido la vacuna pueda contraer la enfermedad y transmitir el virus asintomáticamente.
Durante bastante tiempo, todo indica que para muchas cuestiones, deberemos presentar ya no un certificado de vacunación, sino un documento acreditativo del resultado negativo de un test reciente, como ya ocurre para viajar en muchos países. Documentos para los que, por irresponsable que pueda llegar a parecer, existe ya un mercado negro desarrollado.
Lo hagamos como lo hagamos, es fundamental que ese tipo de iniciativas se lleven a cabo de forma digital, y preferentemente con el soporte de alguna tecnología, como la cadena de bloques, que dificulte su falsificación. La perspectiva de cientos o miles de personas entrando en cualquier sitio enseñando algún tipo de papel que alguien en la puerta supuestamente comprueba en décimas de segundo es sencillamente absurda.
Pero si queremos organizar un sistema que funcione, deberíamos tenerlo desarrollado ya: bases de datos seguras, códigos escaneables, registros autentificados e inviolables, y sobre todo, comunicación entre sistemas, si no queremos acabar con 19 sistemas absurdamente incompatibles o no reconocidos por otros países, como ocurrió con unas apps de trazabilidad que pudiendo haber sido un potencial aliado para controlar la difusión de la pandemia, no llegaron a funcionar jamás.
Como siempre, que exista una tecnología no es garantía de que lleguemos a utilizarla adecuadamente, y sobre todo si las decisiones relacionadas con ella están en manos de incompetentes. ¿Vamos a trabajar en condiciones este tema, o vamos a fracasar miserablemente una vez más?