Los inversores pueden extraer numerosas lecciones de un año tan convulso y dramático como el 2020, pero que se salda con retornos positivos en la mayoría de los activos financieros. Ha sido una crisis causada por un shock exógeno muy difícil de prever. La clave fue identificarla como una crisis muy distinta a la anterior. No ha sido provocada por desequilibrios macroeconómicos y, como se han evitado un colapso del crédito y una destrucción permanente de demanda, la recuperación puede ser más rápida y vigorosa.
Si algo hemos visto también durante 2020 es que los gobiernos sí aprendieron la lección de la crisis financiera y no dudaron en aprobar rápidamente medidas para apoyar a las empresas y a los trabajadores. Suman unos 14 billones de dólares, causando un déficit superior al 10% del PIB mundial. Cuando muchos temían una nueva crisis de deuda, resulta que se han aplicado las políticas fiscales más expansivas de la historia. Y ahora las familias europeas y estadounidenses tienen dos billones más de ahorros que antes.
La lección más importante ha sido la capacidad y voluntad de los bancos centrales para contener los daños, retirando de circulación gran cantidad de deuda pública y consolidando el régimen estructural de tipos de interés inferiores a la inflación, lo que explica en buena medida la positiva evolución de los mercados en estos últimos meses.
Las cifras son abrumadoras. Este año ha habido 190 recortes de tipos de interés en todo el mundo. Los bancos centrales han adquirido 9 billones de dólares de bonos gubernamentales y corporativos, por lo que han retirado de circulación incluso más deuda pública de la emitida para financiar el inmenso déficit público. Y lo mismo harán en 2022.
Este año quedará también como aquel en el que la Reserva Federal se unió al “club del 0%” y cambió su mandato para tolerar más inflación, augurando que no subirá sus tipos durante varios años.
Y esto nos lleva a la que quizás es la lección más importante de este año, que muchos inversores todavía no tenían asumida: esta crisis consolida el régimen estructural de tipos de interés inferiores a la inflación en todo el mundo desarrollado y cada vez en más países emergentes. Ese “impuesto invisible sobre el patrimonio” provoca una inmensa transferencia de rentas de los ahorradores a los deudores, haciendo sostenible una enorme deuda pública que paga unos intereses cada vez más bajos.
Esto por supuesto tiene grandes implicaciones para todos los activos financieros y reales, explicando en buena medida la positiva evolución de los mercados en estos últimos meses.
El 2020 ha sido también un año de cambios en las dinámicas geopolíticas y de transformaciones estructurales. China ha visto reforzados su modelo económico y su posición geoestratégica. Atajó antes la epidemia, lanzó enormes estímulos y ha retomado ya la tendencia anterior a la crisis.
El gran acuerdo comercial RCEP también demuestra que los vacíos dejados por Estados Unidos son rápidamente cubiertos por sus rivales. Está aún por ver, pero quizás 2020 marque el final del paréntesis de unilateralismo estadounidense y de la crisis de los organismos de cooperación multilateral.
El ‘futuro se hizo realidad’
La pandemia ha contribuido también a que se aceleren las grandes transformaciones estructurales. Este año podría titularse, sin duda, como en el que “el futuro se hizo realidad”. Se ha dado un salto enorme en la digitalización de todo tipo de actividades, se han producido impresionantes innovaciones tecnológicas y médicas, y han cambiado los hábitos de trabajo, consumo y entretenimiento.
El 2020 quedará también como un año en el que los mercados de capitales asumieron e integraron la sostenibilidad, en su sentido más amplio, como un elemento esencial en la toma de decisiones. Lo mismo sucedió a nivel político: Europa, China, y pronto Estados Unidos, han asumido compromisos muy ambiciosos de transición ecológica y billones de euros se han movido a las inversiones sostenibles.
Otra lección para los escépticos, la Unión Europea ha vuelto a demostrar que es en las crisis cuando avanza en su integración. Se ha dotado del embrión de una genuina política fiscal, con recursos tributarios propios, con algo muy parecido a los “eurobonos” y con el gran Fondo de Recuperación.
La evolución de los mercados financieros en 2020 también deja un importante aprendizaje para los inversores. Las bolsas sufrieron el desplome más abrupto de la historia, pero en cuestión de semanas iniciaron la recuperación más rápida jamás vista.
Ha sido la manifestación más clara del viejo dicho “el pánico en los mercados termina en cuanto las autoridades entran en pánico”. Se ha confirmado que, en cierta medida, los inversores “jugamos con red”, la de los bancos centrales.
Así que la lección es obvia: lo importante es permanecer invertido, con calma, paciencia y perspectiva a largo plazo para no capitular en el peor momento y. así, proteger y hacer crecer el patrimonio.
El no dejarse llevar por titulares escandalosos, no tomar decisiones precipitadas, contar con un análisis profesional, riguroso e integral y con una adecuada planificación financiera han sido factores que han jugado un papel más importante que nunca. Al igual que una buena diversificación cuando emergen riesgos inesperados, con la renta fija como estabilizador de las carteras, y el crédito como fuente de rentabilidad.
Lo último que nos ha enseñado 2020 es que la combinación de una gran crisis, de una nueva política económica y de una revolución tecnológica acentúa la brecha entre ganadores y perdedores.
Los negocios en declive estructural y los más vulnerables no tienen por qué recuperarse, y los resilientes y con crecimiento secular pueden liderar las ganancias durante mucho tiempo. Este año los mercados han aprendido a valorar todo el potencial de los beneficiarios de las transiciones ecológica y digital.
*** Roberto Scholtes Ruiz es Director de Estrategia de UBS.